COLUMNISTAS
agresividad

El club de la pelea

El pensamiento único, típico del kirchnerismo, es ejercido hoy por el presidente Javier Milei.

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Nuevas caras viejas, Federico Sturzenegger. | Pablo Temes

La dirigencia política de la Argentina atraviesa un particular momento en donde todo es pelea.

El gran impulsor de este presente en el que reina la agresividad entre quienes expresan pensamientos distintos es Javier Milei, para quien todo aquel que piensa distinto es lisa y llanamente un enemigo. Esto representa un verdadero problema porque socava el mismísimo concepto de democracia. La idea del pensamiento único representa la antítesis. Este concepto, que fue instalado por el kirchnerismo cuando llegó al poder, ha echado raíces en el Presidente. Y es notable ver cómo los enemigos se realimentan entre sí. Esto es tan viejo como tan vieja es la historia de la humanidad.

En el Instituto Patria, Cristina Fernández de Kirchner cree que el actual gobierno la revive. Y en el Gobierno celebran las apariciones de la expresidenta y exvicepresidenta, porque perciben que eso los favorece fuertemente. Veamos.

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La carta de 33 hojas de CFK demuestra varias cosas. La primera es que le sobra el tiempo libre. La segunda es que su necesidad de centralidad es afanosa. La tercera, que su voluntad de hacer daño permanece intacta. La cuarta, que su falta de autocrítica también permanece intacta. La quinta, la presencia –que no pasa desapercibida– de sus habituales confusiones y errores conceptuales. La sexta, sus contradicciones permanentes. A todas éstas hay que agregar una séptima que sorprendió: su falta de timing. Haber publicado la epístola el mismo día en que se difundió el índice de inflación fue un error. “¡Qué favor nos hizo!”, señalaba una voz del oficialismo con euforia.

La carta de CFK demuestra que le sobra el tiempo libre y que necesita centralidad

Claro que los problemas que enfrenta el Gobierno son muchísimo más complejos que la carta de CFK. La persistencia del Presidente en querer romper cualquier puente de negociación, con casi todo el espectro político demuestra que no ha terminado de comprender que ya no está en el medio del fragor de la campaña electoral. Hoy el Gobierno no tiene la posibilidad de hacer aprobar por parte del Congreso ningún proyecto de ley. Ni aunque se aliara finalmente con Macri tendría los números para alcanzar las mayorías que se necesitan para sancionar leyes. Sobrevuela en el círculo áulico de La Libertad Avanza el siguiente razonamiento: “enviaremos al Parlamento proyectos de ley más cortos y cuando la oposición los rechace, nos encargaremos de dejarlos expuestos ante la sociedad”. Creen que haciendo esto –tal como hicieron con los diputados que no votaron el proyecto de ley “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos” será suficiente para quedar exonerados de cualquier responsabilidad por los eventuales fracasos de la presidencia de Milei. Se equivoca el Presidente si cree que con esto solo se puede gobernar. También se equivoca si cree que los integrantes de “la casta” se van a rasgar las vestiduras ante supuestas revelaciones que ya son conocidas por todos. ¿Qué le hace una mancha más al tigre?

El papa Francisco le dejó a Milei dos enseñanzas muy claras: la importancia del perdón y el valor de escuchar al otro. El afecto que el Sumo Pontífice le dispensó a Milei fue un mensaje muy potente que representó un mensaje no sólo para el Presidente sino para la sociedad argentina. No hubo reproches, no hubo malas caras, no hubo tensiones sino sonrisas, bromas y abrazos que Francisco promovió y aceptó. “Gracias por venir”, le dijo a quien lo había tratado de representante del “Maligno” en la tierra.

En la reunión del lunes –de duración inusual–, el Papa, que tiene una visión económica distinta a la del Presidente, lo escuchó con máxima atención. Por lo que se vio después, Milei no parece haber aprendido la enseñanza que dejaron los gestos de Francisco. Encerrarse en el pensamiento propio es como refugiarse en una caja de cristal. No sólo por su fragilidad, sino por la posibilidad de quedar a la intemperie a la vista de todo el mundo. Al expresidente Mauricio Macri le ocurrió algo similar en distintos tramos de su mandato. Se dejó acaparar –en su atención y hasta en su voluntad– por Marcos Peña y se alejó de quienes querían ayudarlo a ejercer el cargo con una visión más acertada de la realidad. El expresidente debería advertirle a Javier Milei que esa actitud no conduce a buen puerto.

Con una oposición tan fragmentada es difícil para el Gobierno encontrar aliados

Sin embargo, la actualidad política rica en discusiones estériles de una oposición dialoguista y no dialoguista totalmente fragmentadas hacen difícil la tarea de encontrar verdaderos aliados. Juntos por el Cambio ya no existe más. En el PRO las cosas ya no son como solían ser y la búsqueda de nuevos líderes agita las peleas internas. En el radicalismo no hay nada que sorprenda. Un partido con dirigentes que añoran poder enquistados en una estructura que no se renueva y que arrastra todos los vicios de la vieja política. Su límite es la institucionalidad. En eso se diferencian claramente de una gran parte del peronismo que hace y hará cualquier cosa para recuperar el poder. Dentro de Unión por la

Patria las cosas no están mucho mejor. La expresidenta se sigue mirando el ombligo y se cuida las espaldas, temerosa de las causas judiciales que la acechan. Su hijo Máximo ha vuelto a ser una caricatura huérfana de poder, sin horizonte ni capacidad de conducción. Axel Kicillof, soporta a duras penas la realidad de la provincia de Buenos Aires.

No le está resultando fácil gobernar el distrito más complejo del país. Quienes veían en él una posibilidad de reagrupamiento serio, lo están pensando dos veces. En este caldo de cultivo para disputas y conspiraciones Sergio Massa espera su momento como un espectador de lujo. Por eso es tan importante que al Gobierno le vaya bien. La Argentina no puede permitirse retornar a lo viejo conocido. Un pasado que atormenta y del cual sería muy difícil volver a salir.