Cuando la democracia parecía consolidada en América del Sur, presenciamos la asunción de gobiernos que, sean producto de un recambio político o continuidad del ciclo político marcado por el llamado antineoliberalismo, deben recurrir al oscurantismo, la represión masiva y los golpes de Estado.
La mayoría de las explicaciones se quedan en la inestabilidad de las instituciones, en las exigencias de pagos y ajustes por parte del FMI o en la supuesta restricción externa que afecta a los países de la región. Se trata de aspectos parciales que tienen por contenido la contracción de la renta de la tierra y los cambios en la forma en que es apropiada por diferentes sujetos sociales.
La renta diferencial de la tierra es el eje fundamental de la acumulación de capital en los países sudamericanos (ver gráfico). Constituye una masa de ganancia extraordinaria que afluye a la región en virtud de poseer alta rentabilidad por tener tierras con condiciones naturales favorables.
Como se trata de una riqueza apropiada como resultado de condiciones no reproducibles por el trabajo humano, no tiene por objeto reproducir ni al capital ni a la clase obrera, y puede ser disputada (Juan Iñigo Carrera, La formación económica de la sociedad argentina).
De manera general, las fases de expansión de la renta diferencial de la tierra potencian la acumulación de capital, expanden el empleo y, lucha de clases mediante, aumentan el salario y el gasto social y mejoran las condiciones de vida de la clase obrera. Esta fase tiene la forma ideológica del avance del Estado sobre el mercado que expresa el populismo. En el momento de contracción de la renta de la tierra, aparece la crisis en la balanza de pagos, la contracción en la actividad industrial y comercial, el aumento del desempleo, la caída del salario y el aumento de la pobreza.
La necesidad de sostener el capital radicado en estos países lleva al endeudamiento público externo que se puede realizar porque se pagó en el ciclo anterior y bajo la promesa de renta de la tierra futura. La forma ideológica que tiene este momento de realizarse es la de gobiernos neoliberales donde el mercado aparece como la solución a los desvíos estatistas. Se trata de dos fases distintas de un mismo ciclo.
Pero los ciclos no se repiten unos tras otros sin más, porque estas fuentes de riqueza van perdiendo peso para sostener al conjunto de los capitales que se valorizan en la región. Por eso, especialmente desde los 70, podemos reconocer que se impone la necesidad de atacar los salarios, de superexplotar a la clase obrera, aumentando la pobreza y, por tanto, la población que debe acudir a la asistencia estatal para vivir.
Como toda tendencia, no es lineal, sino que se da bajo la forma de avances y retrocesos. Pero los ciclos expansivos no alcanzan para llevar las condiciones de vida al mejor punto del ciclo anterior y los momentos de contracción son cada vez más duros. Por eso aquellos que solo tenemos nuestra fuerza de trabajo para ofrecer como mercancía padecemos un proceso de empobrecimiento cada vez más profundo. Se evidencia nuestro carácter de sobrantes para el capital.
Llegado el momento de pagar lo pedido y sin una nueva expansión de la renta, ni populistas ni neoliberales pueden jugar rol conciliador alguno y erigirse en representantes de este nuevo momento. Nadie parece quedar a salvo.
En la medida en que no se recomponga la magnitud del flujo de renta, la crisis se agudizará.
Lo que aparece como un momento excepcional, se trata en realidad de la nueva normalidad ante la imposibilidad del capital de relanzar sus ganancias por vías pacíficas. Incluso aquellos países que parecen menos agitados, como la Argentina y Uruguay, al compartir la misma especificidad que el resto de la región, van en ese rumbo.
Una alternativa que tenga por eje la mejora en las condiciones de reproducción de la clase obrera debe partir por reconocer el contenido económico común entre populistas y neoliberales, y avanzar en una política independiente de las necesidades inmediatas de los capitalistas.
*(UNGS/Conicet) y **(UBA/Conicet).