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El reinado de Cristina

Esta vez las encuestas acertaron. Cristina Fernández de Kirchner ganó en primera vuelta y por una diferencia de 22 puntos. Fue, como lo dijo en su discurso de la noche de la victoria, la elección en la cual el ganador sacó la mayor diferencia sobre el segundo que, en este caso, fue la segunda.

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Esta vez las encuestas acertaron. Cristina Fernández de Kirchner ganó en primera vuelta y por una diferencia de 22 puntos. Fue, como lo dijo en su discurso de la noche de la victoria, la elección en la cual el ganador sacó la mayor diferencia sobre el segundo que, en este caso, fue la segunda.

Fue, aun cuando no lo dijo, la elección en la cual, salvo la de su esposo, el ganador obtuvo el menor porcentaje de votos desde la vuelta de la democracia. Recuérdese que Alfonsín obtuvo el 52%, Menem en el ’89 el 47% y el 50% en el ’95 y De la Rúa el 49% en el ’99.

Pasada ya una semana desde la votación, el análisis de los datos y sus consecuencias continúa.

Una cosa debe quedar clara: el triunfo contundente de Cristina es el triunfo de Kirchner. Por lo tanto, es un triunfo que tiene el significado de una reelección y que, además, le da vida a un proyecto que no es de ciencia ficción, como ha dicho la presidenta electa, sino de la más estricta realidad: la permanencia en el poder de los Kirchner por, al menos, doce años.

En ese marco, a partir de ahora, las tareas de cada uno de ellos está ya claramente delineada.

Cristina gobernará y Néstor pondrá los pies en el barro de la política interna del PJ en pos de modelar la fuerza política propia que aún hoy no tiene y que le dé respaldo al proyecto de permanencia.

En esa tarea irá, al fin y al cabo, por la concreción del sueño que ideó Duhalde y que Kirchner, en lo que el ex presidente vive como una verdadera traición, le quitó. Por otra parte, Kirchner sabe que el horizonte político del gobierno de Cristina tiene dificultades a corto plazo. La presión sindical por la negociación salarial será una de las primeras.

En su gestión, las paritarias las manejó Néstor. ¿Podrá Cristina hacer lo mismo con los índices de costo de vida dibujados del INDEC que ni la sociedad ni Moyano creen?

El discurso de la presidenta electa, en la noche de la victoria, fue muy bueno. ¿Tendrá correlación en los hechos? Una de las características del gobierno de Néstor fue el doble discurso. Un doble discurso que, a los efectos de los resultados, fue efectivo. Uno de los puntos en donde más evidente resultó esto fue en la falta de interés en dialogar con los que piensan distinto.

La concertación plural singular fue el ejemplo más claro. Cristina saludó a los que la votaron y a los que no. ¿Hablará durante su gobierno con los representantes de esos votos?

La distribución del voto es otro de los elementos de necesaria consideración en este análisis.

En los centros urbanos, la suerte de Cristina fue esquiva. En cambio, tuvo su fuerte en zonas de predominio de sectores medios bajos y bajos. ¿Sorpresa? Ninguna.

El crecimiento económico es indiscutible. Por lo tanto, hay más trabajo pero mucho de ese trabajo es de mala calidad y no le permite, a quien lo tiene, salir de la pobreza. Entonces, el crecimiento es desigual.

Es decir, los que más tienen siguen teniendo más y los que menos tienen, menos, como siempre. Nada se ha hecho para cambiar esto.

¿Hará algo Cristina?

También ganó Cristina en muchas zonas del país sojero.

¿Sorpresa? Ninguna.

Allí se expresa una de las características de una parte de la sociedad argentina, que muchas veces critica por lo alto lo que convalida por lo bajo. En ese sentido, ese voto, junto con el voto cuota actual, recuerda a aquel voto cuota del ’95 que consagró la reelección de Carlos Menem.

Los opositores también hicieron lo suyo para la configuración del resultado electoral del domingo pasado. Veamos. El no a Cristina fue mayoritario. Reunió el 55% de los votos. Sin embargo, en los hechos, CFK no sólo ganó por una diferencia apabullante sino que, además, consolidó en el Congreso un poder de una fuerza política mayúscula.

Tendrá la mayoría en las dos cámaras. En la práctica, esto equivale a un poder absoluto. Surge, entonces, el siguiente dilema: si con Néstor el Congreso fue un apéndice del Poder Ejecutivo, ¿que pasará ahora con Cristina con semejante poder?

Pero sigamos con los opositores.

Así divididos como están, no tienen posibilidades de reunir la masa crítica de votantes necesaria para tener chances reales de disputar el poder.

Ahora, el problema es que si se unieran todos constituirían un verdadero rejuntado al que nadie le creería. ¿Alguien imagina como creíble a Carrió con Rodríguez Saá o con Macri? ¿O a López Murphy con Sobisch o con Lavagna?

Así las cosas, la realidad muestra un desequilibrio político que, como cualquier desequilibrio, es malo para la democracia.

Hablemos ahora de Scioli.

Su triunfo aplastante en la Provincia de Buenos Aires lo ha transformado en un presidenciable.

Abro paréntesis: recordar que la mayoría de los constitucionalistas más prestigiosos del país calificó la decisión de la Corte de los Milagros bonaerense que habilitó su candidatura como anticonstitucional. Cierro paréntesis.

Cristina, senadora nacional por la misma provincia que gobernará Scioli –abro segundo paréntesis: recordar que cuando fue electa senadora no votó porque su domicilio electoral es Santa Cruz, en donde votó el domingo pasado, cierro paréntesis– sabe que tiene una deuda con el actual vicepresidente.

El abrazo que se dieron en la noche del 28 fue un testimonio de esa deuda.

Scioli ha prometido un gobierno basado en el diálogo con todos. Esto incluye al jefe de Gobierno electo de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri. Abro el tercer paréntesis: nótese que Scioli ha convocado para integrar su gabinete al fiscal Stornelli y que Macri hizo lo mismo con el juez Montenegro; ambos estaban a cargo del Caso Skanska, que se queda, en el Fuero Penal, sin juez y sin fiscal; cierro el tercer paréntesis.

La buena química entre Scioli y Macri ya inquieta a algunos en la Casa Rosada. A propósito de esto, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, aludiendo al Dr. Stornelli, dijo que, por su actuación en la causa judicial abierta por las anomalías denunciadas en el INDEC, debería recursar materias de la facultad. ¡Cuánto cariño!

Vayamos ahora al vicepresidente electo, Julio Cobos. Ya pasado el vértigo de la elección, tendrá, seguramente, un minuto para preguntarse: “¿Cómo no me di cuenta de lo que me iba a pasar?” En realidad, lo que le pasó fue purkirchnerismo de manual. Cobos se subió a la concertación plural singular y entendió la vicepresidencia como un premio.

Las evidencias muestran hasta aquí que la vicepresidencia, en los tiempos de los Kirchner, ha sido más que nada un castigo.
Los Kirchner lograron así dividir al radicalismo mendocino y maximizar las posibilidades del candidato del Frente para la Victoria, Celso Jaque. Resultado: jaque mate para Cobos, su candidato perdió y él también perdió.

Cuando anunciaron su nombre en los festejos de la noche de la victoria, en la sede del oficialismo montada en el Hotel Intercontinental, cesaron los aplausos. ¿Habrá sido un augurio?

Ricardo López Murphy hizo una elección desastrosa.

La actitud que Macri tuvo para con él fue de una mezquindad superlativa, lo cual era totalmente predecible.

Después de haber ganado la elección a jefe de Gobierno en Buenos Aires, el proyecto de Macri pasa por la candidatura presidencial para 2011. Para eso necesita ser el referente indiscutido de ese espectro político-ideológico de la centroderecha.
Si López Murphy hubiera hecho una buena elección, la aspiración de Macri se habría encontrado con una dificultad indeseada.

Otra de las catástrofes electorales del domingo 28 de octubre fue la de Juan Carlos Blumberg. La cantidad de personas que votaron por él fue significativamente menor que la que participó en aquella marcha impactante del 1º de abril de 2004. Su derrota es una demostración palmaria del grueso error que cometió al ingresar a la arena de la contienda política. ¡Pensar que en algún momento se peleaban por él tanto el oficialismo como la oposición!

Dos apuntes más.

En Santa Cruz ganó Cristina y en Gualeguaychú también. ¿Significa eso que los fundamentos de las protestas en ambos lugares carecen de valor? No. Los reclamos docentes en Santa Cruz tenían motivos claros y de hecho allí debió irse el gobernador Sancho para ser reemplazado por quien, como Daniel Peralta, entendió que sin diálogo no había solución posible a aquella problemática.

En Gualeguaychú, en cambio, está claro que, compartiendo la preocupación por el medio ambiente, no todos están de acuerdo con la Asamblea. En ambos casos es evidente, también, que los opositores no han presentado alternativas que entusiasmen. Finalmente, debemos todos, como sociedad, reflexionar larga y profundamente sobre las graves irregularidades que ocurrieron durante los comicios, principalmente en zonas del Conurbano bonaerense.

Boletas que se robaban, manos anónimas que las destruían, gente que, al salir del cuarto oscuro y denunciar que no estaban las boletas del partido de su preferencia, tenía como respuesta “vote lo que hay,” constituyen un cuadro de absoluta anormalidad.
Desde esta perspectiva, ésta fue la peor elección desde el año 1983. Es algo gravísimo que no debe repetirse nunca más. Pero para que ello no suceda deberán ocurrir dos hechos: el primero es que todas las fuerzas políticas trabajen mancomunadamente y con decisión para mejorar el sistema electoral.

Habrá que encontrar cuál es el que garantiza la menor posibilidad de fraude y manipulación. El segundo de los hechos tiene que ver con nuestra conducta ciudadana.

En general, en la Argentina pretendemos tener dirigentes de calidad noruega y comportarnos como el argentino vivo que elude toda responsabilidad. Así va a ser muy difícil que cambiemos las cosas que se hacen mal.

Hay que cambiar el sistema de designación de autoridades de mesa. Habrá que contar con gente capacitada, y si hay que pagarla será mejor hacerlo y no exponernos a situaciones como las del domingo pasado.

Por fin y por último.

A la hora de escribir esta columna, el matrimonio presidencial –Néstor, presidente; Cristina, presidenta electa– está en El Calafate. Allí, entre recuerdos de la campaña, pase de facturas a unos y elogios para otros, se comienza a decidir la futura integración del gabinete y las primeras medidas del nuevo gobierno.

Por lo tanto, lo que abunda es la duda. ¿Se quedan Alberto y Aníbal Fernández, Julio De Vido, Jorge Taiana, Miguel Peirano y Alicia Kirchner? ¿Habrá aumento de las retenciones a las exportaciones agrícolas? ¿Habrá aumentos de tarifas de los servicios públicos?

¿Cómo será la negociación por la deuda con el Club de París? ¿Cómo continuará la novela del INDEC? ¿Se seguirá dibujando la inflación? ¿Será Cristina el cambio que no cambia (sic) como la presidenta electa lo afirmó en Brasil?

Mientras esperamos éstas y otras definiciones, me viene a la memoria aquella frase de San Agustín que decía así: “Dudo de todo, menos de mi propia duda”.