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intrigas en torno al olivosgate

Espías, agentes, políticos y estilistas

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La foto. Imagen del festejo clandestino del cumpleaños de la Primera Dama en Olivos, cuando estos encuentros estaban prohibidos. | cedoc

¿Quién filtró la imagen del Presidente con sus amigos y amigas, en el comedor de la residencia de Olivos? ¿Quién pensó que ese encuentro de estilistas y peinadoras tendría tanta trascendencia? El mismo Fernández había prohibido esas reuniones en un decreto de necesidad y urgencia. Olvidó derogar el decreto para la noche del cumpleaños. El festejo de Yañez y Fernández es una banalidad si se piensa en las posibles respuestas a la pregunta inicial: ¿la imagen la filtró un servicio enemigo? ¿la vendió alguien presente en esa ocasión? ¿o fue el propio Alberto quien la hizo pública para no quedar preso de un largo chantaje por parte de quien la tenía en su poder? Como si hubiera pensado que la mejor forma de desbaratar un chantaje es primerear al chantajista, dando a conocer la información con que se lo amenazaba.

Cualquiera de estos motivos es deprimente o indignante.  La política merece transgresiones más grandiosas, impulsadas por deseos a la medida de la investidura de quien pudo haberle dicho a su amada: “Vas a tener tu fiestita, vos te merecés eso y mucho más”, en la mejor tradición de un diálogo de telenovela. La fiesta organizada fue bien discreta y hubiera tenido todas las posibilidades de pasar desapercibida precisamente por su escaso calibre (no quisiera insistir sobre las cualidades intelectuales de los concurrentes).

Pero la imagen circuló, como circula la foto de una chica saliendo de una disco, sin haberle avisado a su novio que esa noche era solo de ella. ¿Quién quiso sorprender al novio? ¿O fue el mismo novio el que difundió la imagen cuando se dio cuenta de que no podía pararla? Ultima pregunta: ¿esos son los amigos de la pareja que vive en Olivos?

Menem tenía un elenco de amigos poco recomendables. Fernández tiene un grupete de gente simpática que lo alivia de conversar sobre cosas serias. Todo vale y ningún presidente está obligado a que sus amigos sean intelectuales reconocidos, El cualquierismo, del que ya se ha hablado en esta columna, es un derecho humano. A Raúl Alfonsín le gustaba hablar con el gran sociólogo y politólogo Juan Carlos Portantiero o el famoso periodista Pablo Giussani, pero esta preferencia no es un deber moral sino una inclinación. Y un peinador o una estilista son iguales a cualquiera, aunque no hayan leído a Max Weber, lectura innecesaria para el buen desempeño de su oficio.

Se puede ser presidente con la cultura de Trump o con la de Macron y Merkel. Pero conviene que al presidente no lo anticipen ni lo acorralen espías ni servicios que nunca juran lealtad eterna a ningún patrón.

La Argentina pretérita. En los años 60 y comienzos de los 70, Rogelio García Lupo, gran periodista, solía hablarnos de infiltrados, agentes y espías. Como muchos otros, yo pensaba que esta era una obsesión entretenida, pero que no alteraba mi perspectiva sobre la política. Otros creían que el mismo García Lupo era agente de algún servicio y, generalmente, se atribuía su actividad a sugerencias llegadas de Cuba.

La política merece transgresiones más grandiosas, impulsadas por deseos a la medida de investidura

Entre quienes lo escuchábamos en algún bar de Avenida de Mayo o en un restaurante de México y Balcarce, había jóvenes nacionalistas, cristianos revolucionarios, marxistas antisoviéticos y pro chinos, que conocían la vasta historia de espionaje de la era de Stalin, el famoso juicio a Bujarin y otras persecuciones y condenas a muerte. Durante aquellos juicios, todos eran acusados de haber espiado a favor del enemigo. Leímos Humanismo y terror de Merleau-Ponty.

Pero las acusaciones de espionaje en la Argentina no nos interesaban tanto como los de aquel pasado revolucionario poblado de hombres crueles en la victoria y elocuentes en su discurso. De todos modos, pese a la fascinación juvenil por esos grandes revolucionarios que terminaron ahorcados, fusilados, presos o juzgados como espías, yo ni siquiera me detenía a pensar que uno de mis tíos, Jorge del Rio, me había contado que todos los documentos que fundaron sus denuncias contra las empresas de electricidad extranjeras le habían aparecido en el umbral de su estudio, depositados allí por una agente alemana de los años treinta. No registrábamos esas cosas quienes nos considerábamos militantes. De mi tío, me interesaba más su participación en FORJA que sus anécdotas de espionaje.

La insistencia de García Lupo sobre los espías comenzamos a atribuirla a los rumores de que él mismo era un agente. Nos habíamos comido ese rumor que circulaba por Buenos Aires para no seguir pensando en espías ni infiltrados.  Éramos jóvenes con pretensiones y nos gustaba repasar la historia en términos de fracciones, líderes e ideas, no de espías y traiciones. Bastaban las acusaciones que el estalinismo había hecho contra Trotsky.

Menem tenía amigos poco recomendables, Fernández tiene un grupete de gene simpática que lo anima

Los espías también comenzaron a poblar algunas novelas, como las de Le Carré y, sobre todo, la más famosa de aquellos años, cuyo título La guerra se ganó en Suiza de Pierre Accoce y Pierre Quet, desnudaba, a través de una trama de espionaje, que no fueron las batallas sino los espías, yendo, viniendo y pasando información errada o recogiendo de la buena, quienes habían abierto las mejores oportunidades para llegar a la victoria. El título de Le Carré explica desde el comienzo que, por el bello paisaje de la neutralidad suiza, transitaban, durante la segunda guerra, los espías de los aliados y los infiltrados nazis bajo diferentes disfraces. Antes de 1917, allí había estado Lenin, o sea que el tránsito secreto y semi secreto venía de largo tiempo.

Hoy consideramos que hay que darle circulación a cualquier pedacito de noticia y, si es posible, escribirla en la prensa. En aquel pasado de los años sesenta, nos interesaban menos los datos de García Lupo sobre espías e infiltrados que las tesis históricas de Rodolfo Puiggrós sobre la Argentina. Nos interesaban más las plataformas y los programas que la actividad de los servicios. Quizá fuéramos unos giles, distraídos por los libros.

Lectura pretéritas. Cuando observo la política local deglutida por los pases de información de un bando a otra, por la foto inoportuna que aparece en un posteo de Twitter, por los nombres que circulan como si hubieran sido responsables o planearan acontecimientos importantes, todo lo que puede reflexionarse es que, ocupados en estas cosas, no hubiéramos tenido tiempo para una gran obra del siglo XIX, por ejemplo el tomo 1 de El Capital; ni seguir, en el Instituto Goethe, los cursos del pensador Osvaldo Guariglia sobre la Fenomenología del espíritu; ni leer con Jorge Dotti los primeros capítulos de la Lógica de Hegel, a fin de captar algo del movimiento dialéctico que realizó Marx para describir la clave del capitalismo, la mercancía y la transformación de su valor en precio. Por supuesto, nuestros resultados no fueron mejores, pero consolidaron una cultura.

Nos parecía un desperdicio detenernos en espías, cuando el economista Horacio Ciafardini explicaba el Capital en un local de la calle Entre Ríos, a pocas cuadras del Congreso. En ese sentido éramos profundamente marxistas, convencidos de que sin teoría no hay revolución. Y cuando se liquida la gran teoría, como lo había hecho Stalin, la revolución sucumbe. Podíamos estar equivocados, pero nos acercábamos a una gran corriente del pensamiento. Costaba, pero valió la pena. Haber sido marxista es una experiencia filosófica que no transcurre en vano, aunque luego pueda abandonársela.

Ahora seriamos extrañamente anticuados. La política se nos presenta en un escenario donde imágenes, que no están destinadas a conocerse, al día siguiente se difunden en todos los medios. La política se hace a golpes de información secreta que alguien pone en circulación por el sencillo expediente de pasarla a un amigo. Lo que era fruto de un trabajo inusual en las notas de Verbitsky o de Pepe Eliaschev es nuestra vida cotidiana.

El OlivosGate es noticia para pocos días e informa sobre la superficialidad del Presidente

Duda. Sin embargo, ¿pensamos mejor la política al ritmo de esta información confidencial? Estoy convencida de que no. ¿Fue la forma en que García Lupo se movía a través de secretos caminos lo que permitió pensar las fuerzas desplegadas en el peronismo de los 60 y 70? ¿O fueron el conocimiento de lo visible de esas fuerzas, en sus manifestaciones públicas, lo que hoy como ayer nos ayuda a entenderlas? La imagen cumpleañera tomada en Olivos es noticia para pocos días, que informa sobre la superficialidad del Presidente.

Alguien tenía la imagen y no debía tenerla. En esas cosas, el Gobierno pierde su tiempo. Corre también grandes riesgos y para sopesarlos vale la pena volver a Humanismo y terror: “Durante la guerra, quienes estuvieron en relación con la Resistencia saben que era mucho más peligroso trabajar con agentes mercenarios que en una organización política. Si la actividad de la oposición dejó pocos rastros es que se trataba de una actividad política”.

¿Qué hacer? Primero sospechar siempre de quienes tienen como trabajo sospechar. Luego, colocar la política en el lugar donde se decide, no donde se justifican tarde, mal y a medias todas las decisiones.