Cuando analizamos la problemática del lenguaje como discurso reconocemos que si bien no habría podido ser abordada sin los aportes de la lingüística moderna, no es algo ajeno a los planteos realizados desde el origen mismo del habla y la escritura.
La etapa arcaica nos recuerda no solo la antigüedad sino la continuidad del problema. Platón en el Teeteto y el Sofista y, con posterioridad, Aristóteles en su tratado Sobre Interpretación nos acercan al primer contexto donde el error y la verdad son “afecciones” del discurso y donde surge la necesidad de elementos conectados en una síntesis que excede las palabras.
Vayamos un poco más allá de la dicotomía fundamental del análisis saussureano y de la aplicación del modelo estructuralista de Propp o de Lévi-Strauss a entidades lingüísticas donde el lenguaje no es tratado como “una forma de vida”, como diría Wittgenstein. Pensemos en la semiótica y su contraparte moderna, la semántica, que reflejan la red de relaciones entre dos tipos de entidades. Aquí es donde radica la clave para abordar la problemática del lenguaje y la formulación e investigación de mecanismos eficaces computacionalmente para desarrollar la comunicación entre personas y máquinas por medio de lenguajes naturales.
Como sostiene Ricoeur: “Si todo discurso se actualiza como un acontecimiento, se lo comprende como sentido”.
Ahora bien, todo acontecimiento es experiencia comunicada, expresada, un intercambio intersubjetivo, donde hay una intención, y donde el lenguaje se trasciende a sí mismo.
Una inteligencia artificial entonces debería ser entrenada para reconocer la intención del autor desde el punto de vista de los destinatarios primarios en la situación original del discurso, en términos de la hermenéutica de Dilthey y Schleiermacher.
Pero, ¿cómo comprender el lenguaje en diferentes producciones discursivas? ¿Qué es lo que aparentemente está en juego o en conflicto en las actitudes dialécticamente relacionadas, esto es la explicación y la comprensión, cuando nos aproximamos a textos plurívocos?
Si, como proponen Frege y Husserl, un “sentido” no es un contenido psíquico sino un objeto ideal que puede ser identificado y reidentificado por diferentes individuos en distintos tiempos como uno y el mismo, ¿podría una inteligencia artificial reconocer este “sinn” más allá del significado asignado a una entidad?
En el cuento de Wilkins The Secret and the Swift Messenger, el texto en cuestión se consideraría una máquina que produce una “deriva infinita de sentidos” puesto que, alejado de su emisor y de las condiciones concretas de la emisión, “flota” en el vacío de un espacio infinito de interpretaciones posibles. Así, un algoritmo con inteligencia artificial debería considerar todos los escenarios posibles que establezcan las correlaciones entre las voces léxicas con el primer sentido literal y todas las posibilidades de interpretación según la intentio operis, aún cuando se corra el riesgo de derroches de energía hermenéutica por el exceso de busca de sentido. En Peer Gynt, el data set de entrenamiento debería conciliar el efecto interpretable del “extraño” desde la univocidad del intentio auctoris respetando la fidelidad del sentido autoral, aún cuando existan diferentes “relecturas” basadas en la teoría de elección racional del comportamiento humano y donde la Teoría de Juegos se convierte en una herramienta fundamental de la hermenéutica.
El ser artificial ¿podría garantizar la infinitud combinatoria?
*Lingüista.