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Justamente, los precios

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Anuncio. El ministro Sergio Massa, en el anuncio del viernes. | MECON

La inflación desde hace mucho tiempo es el más relevante de la economía argentina, pero pocas veces hubo la percepción de que fue lo más urgente. Ocurrió cuando el índice de precios pareció desbocarse o directamente con el vértigo de la híper. Es más, durante los primeros meses de la recuperación democrática el gobierno de Alfonsín creyó que la fórmula de “con la democracia se come, se cura y se educa” era lineal y bastaba. O quizás, entendiendo el contexto de hace casi cuatro décadas, la urgencia era sentar las bases del pacto democrático para ocuparse más tarde de atender el flanco económico. El Plan Austral de 1985 podría haber sido el inicio de una nueva etapa, pero la falta de consenso interno y la poca convicción política de que la inflación no sólo era incómoda, sino que además era regresiva y alteraba los precios relativos, minando la capacidad de crecimiento. En síntesis, fue una vez más, una apuesta al cortoplacismo y a que otra generación pague los platos (y los fundamentos) rotos de los que no supieron, no quisieron o no pudieron encontrar soluciones sostenibles.

El péndulo se balanceó nuevamente para el otro lado cuando la híper dejó sin argumentos a los defensores del Estado regulador de conflictos, en un nuevo idilio con el mundo y el “consenso de Washington” que duró todo lo que el sistema aguantó. Cuando gobernadores y el mismo poder central se quedaron sin fondos y la capacidad de endeudarse ya no pudo seguir el ritmo, la convertibilidad llegó a su fin. Y nuevamente la vuelta de campana desnudó la poca convicción de quienes cambiaban de estrategia como de humor. ¿Hace falta, esta vez, que la inflación que ya está corriendo arriba del 100% anual se descontrole para encontrar las bondades de la estabilidad?

La economía argentina, en plena turbulencia

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Por si acaso, el pomposo anuncio de los “Precios justos” no hace más que reafirmar la voluntad de frenar el alza del IPC para hacerlo convergente con lo propuesto hace pocos días en el Presupuesto 2023: 60% anual. Si entonces algunos estimaron que esa cifra era puro voluntarismo, ¿por qué razón podrá tener éxito ahora? Hipótesis hay varias, pero lo cierto es que esta iniciativa desnudó tres cosas: la primera, que la inflación de 7% mensual promedio del último semestre no podía retroceder al 4% mensual ahora prometido sin una fuerte presión de este tipo; además, que no se precisa cuándo podría llegar a esa meta sin dejar de lado que el resto de los productos fuera de esta amplia canasta, tengan su propio recorrido. Finalmente, el promedio tiraría para arriba el número de la expectativa oficial porque de a poco irá incorporando los demás precios que quedaron fuera del acuerdo y que son “formadores” del índice: el dólar oficial (que ahora corre recuperando el terreno perdido en los últimos dos años), las tarifas públicas (todavía enredadas en el sinceramiento comprometido) y los salarios, que van incorporando reajustes superiores al 100% anual con cláusulas gatillo adicionales. La confianza en la eficacia del equipo económico para poder cumplir lo proyectado no es unánime.

La denominación de “precios justos” expone, también, la voluntad de querer despegarse de una visión orientada al mercado. Peculiar inquietud por parte de quienes durante septiembre tuvieron que acudir a la fórmula más efectiva para hacerse de los dólares: subir su precio. Las divisas son como agua en el desierto para el “modelo” albertista, que se balancea entre soluciones cortoplacistas y medidas de fondo a medida que se van obteniendo los permisos correspondientes. Allí también, la singular fórmula cristinista probó ser tan original como inconducente para lidiar con las necesidades de una economía con muchos flancos para cubrir en medio de una crisis global que dejó de soplar vientos de cola.

Con un clima, ahora adverso que amenaza la provisión de agrodólares, las fórmulas ensayadas hasta ahora deberán continuarse apelando a la creatividad para ir extendiendo el final de un modelo agotado hace rato, pero que en su agonía sigue generando burbujas de discrecionalidad, siempre en aras de las virtudes supremas, como la Justicia.