Escenas del capítulo anterior: Arnold Hauser cuenta que T.W. Adorno le dijo que no iba a ningún concierto, porque hallaba más placer en la partitura que en el sonido de las notas. Me preguntaba entonces si la frase era en serio o en broma y, aunque optando por esto último, me preguntaba también, en caso contrario, si fuese cierto el comentario, qué consecuencias se podrían extraer de que el más grande filosofo de la música en el siglo XX prefiriera leer la partitura a escuchar el concierto. Hay tal vez allí un sendero por el que pensar, al menos, dos grandes cuestiones de la estética moderna.
Por un lado, la tensión entre la experiencia de la escucha y la experiencia de la lectura, tensión que puede reformularse como la dialéctica entre la figuración y la abstracción.
Y, a la vez, derivada de la primera tensión, es posible pensar también en la tensión entre la mirada y el objeto mirado, entre una mirada que lee escuchando mentalmente (una partitura) y la escucha que se piensa leyendo (escuchando lo que dice una partitura). Por una cuestión de espacio, no estoy en condiciones de desarrollar aquí el argumento conector, el que conecta lo que venía diciendo con el resultado final, que no es otro que Marcel Duchamp.
Salteándome entonces el camino que me llevó a él, bien se podría decir que el comentario de Adorno entra en sincronía con la crítica a lo retiniano en Duchamp, es decir, con la primacía de la abstracción conceptual frente a la falsa experiencia del gusto, de lo que entra por los ojos. La estética de Duchamp es, siguiendo la acertada fórmula de Thierry de Duve, tomada del propio Duchamp, un “nominalismo pictural”: “Lo único que queda del arte, para Duchamp, es el nombre”.
Como para Duchamp, en Adorno, o mejor dicho, en esa frase de Adorno, la música, es decir, la lectura de partituras antes que la presencia en un concierto, se vuelve ante todo un nombre, una nominación.
El nombre de un concepto. Una práctica abstracta. Sabíamos por –entre otro de sus libros sobre música– Filosofía de la nueva música, que Adorno piensa a la música bajo la crítica al humanismo que supone que la música nos transporta, nos eleva, es etérea, es inmaterial.
Al contrario, para Adorno la música es un tipo de producción anclada en la materialidad, en el “conocimiento íntimo de los materiales expresivos”, como escribe en un ensayo de juventud sobre Beethoven. No por nada, es justamente en Filosofía de la nueva música donde el concepto de industria cultural empieza a aparecer nítidamente.
Pero en la frase a la que refiere Hauser, Adorno estaría dando un paso más allá: la música se ancla en una materialidad, solo que ésta es la de la lectura. Son las condiciones materiales de producción de la lectura la que la música, caracterización no muy lejana a la idea duchampinana y vanguardista de que son los espectadores los que hacen la obra de arte. Hay en Adorno, pues, para citar nuevamente a De Duve, una “resonancia del Ready-Made”.
La música para Adorno, ahora dicho en palabras de Duchamp, se vuelve “un diagrama de la idea”.
El arte es antirretiniano y la música es antiaudible. A menos que la frase de Adorno sí haya sido una gran broma, y entonces estas columnitas, irrelevantes por supuesto, no fuesen más que una continuación de esa burla.
Nuestro mundo, en el fondo, no es más que un gran chiste duchampniano.