COLUMNISTAS
#MeToo y otras batallas

La mujer como protagonista

default
default | CEDOC

Acaso el amor romántico no es la trampa fundamental que nos somete? ¿No es la idea del amor en la que somos veneradas nuestra peor calamidad? ¿No es acaso esa misteriosa y recargada identidad femenina la que nos ha convertido en esclavas de nosotras mismas? ¿No somos de alguna manera compradas y maniatadas por el discurso afrodisíaco de los poetas?

Vivimos atormentadas por nuestra propia idea sesgada del amor.

Y no cualquier amor. Ese amor doloroso. Cautivante. El amor que se lo juega todo. El incomprendido. El amor que se fue. El anhelante. Como diría Borges: «Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo».

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Porque ese amor nos duele por igual, nos atormenta por igual, nos enceguece. A mujeres, a hombres, a trans. No distingue entre heterosexuales, homosexuales o bisexuales. Nos atraviesa a todos con el encanto y el veneno de la estúpida flecha de Cupido. (…)

Odiar y amar en estos términos están peligrosamente cerca. Amar así implica necesariamente odiar así. Con la pasión desbordante y buscando un motivo ulterior por qué vivir.

«No se puede vivir del amor», nos dice Calamaro. Y por supuesto, de ese amor no se puede vivir. No hay deseo posible en ese amor. Ese amor se roba todo el sentido de la vida. (...)

Para nosotras las mujeres ha sido un  flagelo. Una razón edulcorada para mantenernos silenciadas, sometidas, entretenidas, adoradas. Nos ha llevado al suicidio y al crimen. Nos ha hecho coquetear con la locura. Nos ha hecho vulnerables, mucho más manipulables. Nos ha hecho mentir, ocultar, tolerar la violencia. Nos ha hecho beatificar la agresividad del amor romántico. Su pasión. Su sacrificio. Y no solo nosotras somos víctimas de esa idea torpe del amor.

Los hombres sufren, los hombres se enfurecen. Y como es una sensación que han vivido todos, esos hombres justifican a otros hombres que se obsesionan hasta el crimen.

El amor romántico obsesiona. Y tiene buena prensa. Poesías, canciones, películas, novelas. Todavía glorifican el amor romántico como un amor perfecto. Como si fuera la definición del amor perfecto. Como si Shakespeare no nos hubiese alertado de que el amor romántico termina irremediablemente mal. Como si las pruebas no estuviesen a la vista.

Muero por ti. Muero en ti. Mato por ti. Te mato.

Cualquier opción es trágica.

Hay hombres y mujeres jóvenes que ya no se dejan encandilar por el amor posesivo. Que lo increpan. Que lo cuestionan. Que viven con más fluidez el amor.

Hay que aprender de ellos, hay que educar en un amor diferente. Cuántos de nosotros seguimos siendo ciegas víctimas del amor romántico. ¿Cuántos de nosotros cantamos a los gritos los temas más machistas de los cantautores que enaltecen ese amor? ¿Cuánto dolor nos causa que no llegue aquella llamada telefónica? Mientras nos deconstruimos, empecemos a alzar la voz. (…)

Somos demasiadas inadaptadas para un esquema sociopolítico que se cae a pedazos. Somos demasiadas las que no encajamos en el modus operandi de la relación tradicional. Y en vez de crear nuevas formas de vínculo, estamos absortas intentando una y otra vez que encaje la pieza donde no encaja, como un niño de dos años insistente.

Esto no se debe a otra cosa que a años de educación formal que hemos vivido y que de alguna manera todavía estamos repitiendo en nuestras hijas. Aunque más libres en lo sexual y en lo económico, nuestra dependencia del amor, del hombre que nos cuida, es casi instintiva. Aunque, claro, es una falacia. No es un instinto animal, sino aprendido. (…)

En octubre de 2017, el hashtag #MeToo se utilizó para denunciar la agresión y el acoso sexual, a partir de las acusaciones de abuso sexual contra el productor de cine y ejecutivo estadounidense Harvey Weinstein. Se inspiraron en la frase que había usado la activista social Tarana Burke para llamar al empoderamiento a las mujeres negras abusadas. (...) 

Millones de mujeres salieron a denunciar a sus agresores. Su visibilización mediática convertía al movimiento en una acción influyente en la nueva ola feminista. Mujeres en todos los lugares del mundo reclamaban sus derechos. Tomadas unas de las manos de otras como murallas vivas, unidas en Twitter por hashtag, pintadas de verde en las calles, abrazadas para denunciar a los agresores que se mantuvieron impunes a través de los años. (...)

Hemos estado de alguna forma aisladas. Mudas. Cómplices. Aunque nos duela, sí. Hemos sido cómplices. Demasiadas veces como para seguir soportándolo.

“Ni Dios, ni patrón ni marido” era el lema de La Voz de la Mujer, el periódico de 1896 liderado por Virginia Bolten desde el movimiento feminista sindical argentino. Desde que las mujeres salieron a trabajar, nada fue lo mismo. Por eso muchos hombres, incluso ahora, ofrecen resistencia a la salida de la mujer del ámbito doméstico. La conquista del sufragio fue uno de los momentos más relevantes de la oleada feminista. Precedió a un incesante reclamo de derechos feministas que nunca se detuvo. Opinar, gozar, conducir, fumar. Eran grandes y pequeños gestos de lo que es la gran revolución feminista. Las mujeres se apoderan lentamente de los usos de los hombres, de sus costumbres, de sus pasiones. La mujer se vuelve protagonista disimuladamente.

*Autora de Manifiesto del amor romántico, editorial Planeta (Fragmento).