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de La borocotizacion de lavagna a la frustracion de scioli

Las movidas del verano

La reconciliación entre el ex presidente Néstor Kirchner y su ex ministro de Economía Roberto Lavagna ha sido, hasta aquí, la movida política del verano. Sus consecuencias en el justicialismo, en el Gobierno y en el radicalismo están en pleno desarrollo.

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La reconciliación entre el ex presidente Néstor Kirchner y su ex ministro de Economía Roberto Lavagna ha sido, hasta aquí, la movida política del verano. Sus consecuencias en el justicialismo, en el Gobierno y en el radicalismo están en pleno desarrollo.
La situación del ex candidato presidencial por el radicalismo venía complicada. El acuerdo electoral con la UCR había muerto en la misma noche del 28 de octubre pasado, cuando se conocieron los resultados de la elección. El análisis de la votación permitió observar que el aporte peronista que hizo Lavagna fue muy escaso, que muchos radicales tampoco se habían entusiasmado y que los sectores independientes que lo votaron distaron de ser, numéricamente, lo que se pretendía. Así las cosas, las aspiraciones políticas del ex ministro lo llevaban inexorablemente de vuelta al peronismo kirchnerista.
De ahí que el recuerdo de la “borocotización” haya sido inevitable. Es el término que, a su vez, hacen circular jocosamente, por los pasillos del poder, encumbrados funcionarios del Gobierno cuando hablan del asunto. 

Lavagna dixit:

“Dividir y crispar a la sociedad es un mal principio de gobierno” (6 de febrero de 2007).
“El Gobierno se maneja con todos los organismos intervenidos y aplica el método Santa Cruz. A lo largo del año pasado (por el 2006) ha avanzado el Poder Ejecutivo sobre infinidad de organismos que tendrían que tener un carácter colectivo: la Comisión de Defensa de la Competencia, la ONCA, el INDEC, departamentos jurídicos de ministerios… que a lo largo de 2006 han sido copados, tomados por personal que responde políticamente y que, en la mayoría de los casos, no tiene la capacidad técnica” (16 de mayo de 2007).
“Todo el sistema de servicios y obras públicas tiene que ser claramente redefinido, porque ahí hay problemas de concepción y de gestión muy graves” (22 de mayo de 2007).
“La inflación no para y se ha convertido en una máquina de generar pobres y destruir clase media. En el Gobierno ya no pueden tapar esa realidad” (28 de junio de 2007).

“La última vez que hubo manipulación de precios fue durante el Proceso militar. El Presidente, en vez de entrar en razón, inventa confabulaciones” (26 de julio de 2007).

La lista de declaraciones de este tipo sigue. Son expresiones muy duras porque no es que reflejen una diferente opinión sobre aspectos puntuales de gestión, lo cual es perfectamente válido y enriquecedor del debate dentro de un gobierno o de un partido político, sino que son acusaciones muy concretas, dichas con el particular lenguaje del ex ministro, en las que se habla de abuso de poder, falta de respeto a la institucionalidad, avasallamiento de los diferentes poderes y organismos del Estado por parte del Poder Ejecutivo, falta de transparencia en el manejo de los fondos públicos y autoritarismo.
A estas declaraciones hay que agregar el documento que, con fecha 4 de enero pasado, produjo el ex candidato presidencial cuando ya estaba andando esta idea de su reincorporación a la vida política del PJ kirchnerista. (El documento se encuentra publicado en forma íntegra en la página 34 de esta edición.)
Hablando del actual modelo económico, cuya autoría le pertenece,  dice Lavagna:
“No puede, no debe fracasar, y esa es nuestra responsabilidad, la responsabilidad del justicialismo.
“Esa responsabilidad no la podrá asumir sobre la base de la obediencia ciega (un país que vivió la tragedia de la ‘obediencia debida’ no debe olvidar la lección), sólo la podrá asumir en torno a un plan, a un programa, y la capacidad de discusión interna sobre el mismo y sobre cómo, quién, en qué tiempos y con qué eficacia se lo ejecuta.”
Si hay algo característico de los Kirchner, es su poca capacidad para aceptar opiniones disidentes. Fue ésa una de las causas por las que Néstor Kirchner echó al Dr. Lavagna del Ministerio de Economía. (Otra de las razones fue la sospecha de manejos poco claros de los dineros destinados a obras públicas.) 
Otro párrafo dice:
“Cada ciclo de gobierno en la Argentina: civiles/militares; ‘derechas’/ ‘progresismo’; reaccionarios/izquierdas; gobiernos de partido/gobiernos de alianzas, ha sido el resultado de un fracaso previo. Por ende, ha sido ‘extremista’. No ha sido –como debería ser– el resultado de una alternancia natural, respetuosa del otro, con diferencias pero con conciencia de que la historia no empieza con uno y que nadie tiene siempre todo el poder. Por tanto, que hay decisiones estratégicas más allá de quien gobierne.”
¿Cómo compatibilizar esto con la actitud del matrimonio presidencial, que actúa como si la historia hubiera comenzado con ellos, como si ellos no tuvieran historia, mostrando, a su vez, una innegable voluntad de quedarse con todo el poder? 
Esta es la gran contradicción de Lavagna por la que sus decepcionados votantes le están pasando la correspondiente factura. Es claro que quien votó por Lavagna manifestó su desacuerdo con el matrimonio Kirchner.

En este contexto, vale la pena prestar atención a algunos detalles formales de la maniobra que no son menores.
Se trató de algo cuidadosamente producido, como lo muestra la profusión de fotos que acompañó al anuncio. La foto central de Néstor Kirchner con Lavagna no se tomó en las oficinas del ex presidente en Puerto Madero, a la que peregrinan con rutina cotidiana varios ministros del gobierno de Cristina, sino que fue en los jardines de la residencia presidencial.
Esto habla de la importancia que para el poder ha tenido esta incorporación. La figura de Kirchner en Olivos es, además, la de un hombre que continúa ejerciendo el poder y que toma la reorganización del PJ como un hecho vital, no sólo para dar respaldo al gobierno de su esposa sino también para fogonear el  proyecto de permanencia en el poder del matrimonio presidencial. Esto es, para decirlo sin vueltas, Kirchner para 2011.
La movida obligó al gobernador Scioli a deglutirse un sapo (¡qué feo!). El aspiraba a ser el vicepresidente en la reorganizada estructura del PJ. Ahora deberá cederle esa pretensión a Lavagna.

Nota al pie: Hay que prestarle atención a la evolución de la gestión del gobernador de la provincia de Buenos Aires. En la Casa Rosada lo hacen, y con lupa. No es amor lo que profesan hacia él mucho de los ministros de rancia estirpe kirchnerista. El alto perfil mediático de Scioli molesta mucho allí.
La situación de la provincia es delicada. Tanto que se está pensando en la emisión de un bono para hacer frente al déficit que dejó la administración de Felipe Solá y que hasta el momento no tiene arreglo.
Hay ministros del gobierno de Scioli que no son queridos por los barones del justicialismo bonaerense. Entre ellos está Carlos Stornelli, el ministro de Seguridad.
Las reacciones de los vecinos ante la ola de delitos que no cesa, acompañadas por sus intendentes en La Plata, Junín y Tres Arroyos, han dado la voz de alerta.
En Tres Arroyos la queja abarca, además, al desempeño de dos jueces y un fiscal. La inseguridad sigue teniendo niveles de una dimensión insoportable. Más allá de los errores de Stornelli, no son pocos los sectores del justicialismo que apuestan a su fracaso.

En la mente de Néstor Kirchner sigue estando Lavagna como candidato a jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para 2011. Macri es una preocupación permanente para el oficialismo.
Mientras tanto, en el Ministerio de Economía de la Nación se han encendido las luces amarillas.
En las cercanías del ministro Lousteau hay quien piensa en un Lavagna actuando como ministro de Economía en las sombras desde dentro del oficialismo. Lavagna ha salido a desmentirlo, con lo que la inquietud en el entorno de Lousteau ha aumentado.

Ahora detengámonos, por un momento, en la oposición. En la UCR lo que se ve es la devastación. Los radicales que apostaron por Lavagna han quedado al garete y la lucha por el poder del partido se muestra feroz. Hay mucho de pase de facturas pendientes. Los radicales K buscan ponerse a la cabeza del partido. En realidad, se están dando cuenta de que dentro de la concertación plural singular del justicialismo no tienen ningún futuro. La experiencia que están viviendo es una muestra de esto. Se han quedado sin muchas comisiones que pretendían en las cámaras legislativas.
A su vez, en los cargos, todos de segunda línea, que les están otorgando, están siendo rodeados por representantes del kirchnerismo puro que tienen la misión de controlarlos y/o anularlos. A algunos de estos radicales, la situación dentro de la coalición con el gobierno les hace acordar a la del Frepaso dominado por el radicalismo de entonces en la estructura de la tristemente célebre Alianza.
Eso sí, por las dudas, se apresuran a decir que el vicepresidente Julio Cobos no es Chacho Avarez.
Carrió vive esto como un triunfo. Su rol opositor queda consolidado con la vuelta de Lavagna al justicialismo. Sin embargo, el desafío de la oposición sigue siendo el mismo de siempre: presentar propuestas y reunir masa crítica para poder erigirse en alternativa de poder.

Mientras tanto, la Presidenta –que en la semana anunció la puesta en marcha de un plan de seguridad vial que es el mismo que ya había lanzado su esposo en 2006 y que nunca se cumplió– sigue entusiasmada con el tren bala. Tanto, que anunció la construcción de un segundo tren de alta velocidad entre Buenos Aires y Mar del Plata. En el discurso   el que hizo el anuncio, aprovechó para despuntar el vicio y criticar a aquella parte de la prensa que es crítica del proyecto. (En realidad lo que se critica no es el proyecto en sí sino la falta de proyectos tendientes a reactivar y poner en condiciones la red ferroviaria).
En un momento de su discurso, la Presidenta creyó oportuno hacer mención a una sugerencia del jefe de Gobierno Macri para que el tren bala se detenga en Pilar a fin de ayudar a disminuir la congestión del tránsito porteño. Dijo entonces: “Así se hace en Nueva York. Les cuento a los que no conocen Nueva York… Yo soy muy cinéfila. Les recomiendo que vean Enamorándose, una lindísima película con Meryl Streep que muestra muy bien cómo funciona el sistema de transporte de la ciudad”.

Nota al pie: La película a la que aludió la Presidenta, cuyo título original en inglés es Falling in Love, es del año 1984, y está protagonizada por Meryl Streep y Robert De Niro. Está basada en una vieja película inglesa, Brief Encounter (Encuentro breve), del año 1946, cuya trama a su vez fue tomada de la obra Still Life, de Noël Coward, del año 1936. El argumento es muy simple. Meryl Streep es Molly Gilmore, una artista comercial cuentapropista que viaja regularmente a la ciudad de Nueva York para vender sus obras y visitar a su padre hospitalizado. Robert De Niro es Frank Raftis, y trabaja en la construcción. Ambos son de Westchester, un bello suburbio del estado de Nueva York, y viajan a Manhattan en tren. Tienen un abono. Se conocen al confundirse sus bolsas de compras de Navidad en la librería Rizzolli. Los dos son casados y ahí empiezan una historia de amor. (Querido lector: sería de mal gusto que le contara el final de la trama.)  
En la película, la puntualidad del tren es de gran importancia, ya que los amantes acuerdan encontrarse en el tren que pasa diariamente a una misma hora. Ese servicio, tanto en el film como en la realidad, es prestado por la empresa Metro-North Commute Railroad, que no posee ningún tren bala sino trenes comunes, en buen estado, limpios y con aire acondicionado. 

Dos observaciones, pues,  para la Presidenta. Una, subjetiva: en los Estados Unidos la película recibió, en general, malas críticas.
La otra, bien objetiva: en la Argentina, con el actual funcionamiento de los trenes, esa película sería imposible de hacer.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.