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Los números incómodos

El título alude a los seis millones de judíos asesinados por los nazis. La película debate la exactitud de ese número.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

El jueves se estrenó en el Centro Cultural San Martín The Round Number, un documental que el director israelí David Fisher presentó en el último Bafici. El título alude a los seis millones de judíos asesinados por los nazis. La película debate la exactitud de ese número en apenas una hora y mediante testimonios elegidos con gran inteligencia. Como ha señalado Hugo Vezetti en dos excelentes notas publicadas en la revista La mesa, el film es una puerta de entrada a “una polémica abierta, concebida como una conversación que nadie controla” y agrega: “La dimensión pública de la historia no existe sin el debate, que es algo bien distinto, opuesto en verdad, de una guerra de trincheras discursiva.” Ese comentario y la película misma resuenan fuertemente en la Argentina en relación a otro número redondo, el de los treinta mil desaparecidos. Pero aquí las cosas no son tan civilizadas y basta señalar una paradoja: el Ministerio de Cultura de la CABA exhibe en el Bafici y en el Ccgsm una película que se permite discutir la aceptación dogmática de los números redondos, pero Darío Lopérfido, ex ministro del mismo gobierno, fue obligado a renunciar por decir que, a su juicio, los desaparecidos no eran treinta mil. Está claro que estamos lejos de esa discusión abierta de la que habla Vezzetti. 

Ahora bien. Ya sea en Israel o en la Argentina, ¿tiene límites esa discusión, son aceptables todas las opiniones al respecto? Creo que Fisher se topa con ese problema y lo elude de una manera elegante, pero que exhibe la frontera de su concepción estética. Fisher convoca tanto a quienes dicen que el número es sagrado y debe mantenerse a toda costa aunque no sea exacto como a los que exigen, en nombre de las víctimas, que se conozca con la mayor precisión posible. También pone en evidencia que la cifra de seis millones circulaba antes de terminar la guerra y también las dificultades para hacer la cuenta con precisión. En lo material, aparecen historiadores muy serios que discuten números puntuales por exceso y por defecto: uno de ellos afirma que los judíos asesinados en Transnistria no fueron entre 35 mil y 70 mil como se pensaba, sino 350 mil, mientras que otro sostiene que en el campo de Maidanek los asesinados fueron 59 mil y no medio mi-llón como sostuvieron en un principio, los soviéticos. Pero, además, hay preguntas más amplias: ¿cómo se cuentan las víctimas, cuál fue la primera, cuál la última? Fisher sostiene que sus propios padres sobrevivieron al Holocausto, pero sus vidas quedaron arruinadas de todos modos.

Pero, en un momento, aparece la voz que falta, la del negacionista: un indivi-duo que, con todo desparpajo y enunciando los más nauseabundos clichés antisemitas, afirma que el total de judíos muertos es mínimo y producto de la propaganda sionista. Es el único pasaje perturbador de una película por demás serena. Aunque, en seguida, el individuo se saca la peluca, se pone un kipá y cuenta que es un actor que representa a un personaje que le sirve para ayudar a los soldados a combatir las falacias de los que niegan el genocidio. La transformación del negador en falso negador nos tranquiliza como espectadores, pero parece demostrar que el diálogo es imposible sin excepciones. Es posible que así sea, pero el arte del cine no debería necesitarlas.

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