Nuestro país tiene muchos problemas que con esperanza también pueden verse como problemas a resolver. Desafíos que ayudan a fijar metas estratégicas para la definición de cursos de acción en pos de una sociedad deseada. No es utópico por más que a veces parezca, más bien un sueño que eleva la mira de todos y nos obliga a aunar esfuerzos. Para eso precisamos de tres condiciones: a) realismo para reconocer los inconvenientes; b) convicción de la inutilidad de luchar individualmente y c) la confianza en el diálogo para lograr el consenso y fijar una agenda común de largo plazo.
Con esta receta podremos abordar la desigualdad en la distribución del ingreso y el acceso a las oportunidades y la pobreza extrema. De las responsabilidades que le caben a cada sector en ello, no quisiera eludir la que compete a los empresarios. Sabemos que el abordaje sistemático y efectivo de estas políticas también depende de un marco adecuado para la inversión y la planificación, de la educación que moldea hábitos y eleva la capacidad de agregar valor.
La Argentina supo ser uno de los países con menor desigualdad del mundo. Y en los últimos cuarenta años se ha deteriorado muchísimo; la desigualdad se ha ampliado enormemente. En los últimos diez años mejoró mucho eso. Hoy estamos mejor que hace diez, igual que hace veinte, peor que hace cuarenta. Y la desigualdad refleja los ingresos de la gente, el acceso a la vivienda, a la educación, a una salud mejor, que viene dada, fundamentalmente, por el trabajo. En un momento se pudo resolver en parte mediante transferencias directas. El caso más relevante es la Asignación Universal por Hijo, un muy buen método para solucionar un problema de parte de la población, pero insuficiente en el largo plazo. El problema de fondo es cómo hacer que la mejora de los últimos diez años se sostenga en el tiempo; que mejore en calidad e incluso alcance a más gente y reduzca más la brecha de desigualdad. Esto deberíamos estar debatiéndolo ahora todos los argentinos. La Argentina no tiene ahora un problema de desocupación, con una tasa del 7 %; existe el subempleo, hay también informalidad, por supuesto, pero no como la de la gran crisis del 2001/ 2002. Sin embargo, tenemos un problema serio: el de la capacidad de crear empleo a futuro.
Y mirando las cosas que nos debemos, no cabe duda que los argentinos hoy debemos ser los campeones en la adaptabilidad, flexibilidad, creatividad, iniciativa para el corto plazo. Somos los héroes en la supervivencia. Pero para el largo plazo, muchos otros países nos vienen ganando con holgura.
Con la organización de nuestro XVI Encuentro Anual, el próximo miércoles 3, estamos abocados a la generación de empleo productivo para lograr una Argentina más justa e inclusiva. Una idea que veníamos trabajando hace tiempo pero que tuvo el empujón final con la elección del Cardenal Bergoglio como Papa.
Y el mensaje que viene dando el Papa es exactamente ese: ocúpense de la pobreza, ocúpense de la desigualdad; la economía no tiene sentido si no es para dignificar al hombre. Pero ocúpese cada uno, y ya.
El reto es mayúsculo. Se calculan que hacen falta casi cuatro millones de empleos productivos más, 60 % más de los que hoy existen. Pero esto es un desafío formidable. Tanto que me animo a afirmar que cada uno de los habitantes de este país debería ser consciente de que si la dirigencia no se pone a trabajar para lograrlo, sus hijos sufrirán las consecuencias, si es que no los padecen ellos mismos. Y la respuesta se basa en una actitud personal pero enlazada con muchas otras voluntades tras el mismo proyecto de país. Dialogando, tolerando, construyendo una sociedad de la que estemos orgullosos porque hay lugar para todos.
*Presidente del XVI Encuentro anual de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE).