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No fue penal

Mural de Diego Maradona 20230929
Mural de Diego Maradona sobre Av. San Juan | Google Maps/Christopher Wiecek

Maradona. Uno viene por la avenida San Juan, mirando esto o aquello, y en un claro que los edificios despejan para hacer posible la visión abierta, aparece de repente, de repente se lo ve. Es Maradona. Una imagen de Maradona, o Maradona; en el fondo siempre fueron lo mismo. De un tiempo a esta parte, por alguna razón, la condición de icónico se viene usando un poco a mansalva, aplicada a cualquier cosa, según acertó a advertir Beatriz Sarlo. En este caso, a mi entender, es pertinente, irremplazable.

De la gran tradición del muralismo, la de Diego Rivera o David Siqueiros o José Clemente Orozco, las prácticas urbanas de este tiempo preservan la potencia impar de las escalas mayores, no menos que la apuesta sustancial a la contemplación en los espacios públicos. Las figuras colectivas, en cambio, han cedido mayormente su lugar a la representación de figuras individuales. Los grandes hombres, más que sumados, más que reunidos, acumulados, se exponen ahora resaltando su singularidad: de a uno por vez.

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En este caso, Maradona: Diego Armando Maradona, su nombre de crescendo silábico, ese efecto de aliteración interna. Maradona: un solo golpe de vista alcanza, un solo golpe de vista y todo está dicho. Mirando con más detenimiento, sin embargo, para tratar de establecer cuál de todos los Maradona es este Maradona del mural, uno descubre la camiseta azul, el cuello blanco en ve, las tres tiras. Cómo olvidarlo: es la camiseta utilizada en la final del mundial de Italia 90. Es decir, de la final perdida, perdida a minutos del final, perdida con un penal que no fue, con una carga de frustración especial, con una especial sensación de injusticia.

Lo planteaba Ricardo Piglia: que hay que escribir la historia de las derrotas. O que hay que escribir la historia, la historia entera, incluso en su parte triunfal, a través de las derrotas o en clave de derrota. ¿No es preferible, en este sentido, mantener en ese carácter a la Vuelta de Obligado y celebrar bajo esa impronta el Día de la Soberanía Nacional, en lugar de darle vueltas y más vueltas a la Vuelta para tratar de hacer de ella lo que no fue ni necesita ser?

Puede pensarse incluso en una figura como la de Manuel Belgrano, máximo héroe nacional argentino, sobre esa base, ya que, como dirían los periodistas deportivos de este tiempo, perdió más de lo que ganó (al éxodo jujeño tal vez toque computarlo como un empate). O incluso en el otro héroe máximo argentino, José de San Martín, héroe triunfal sin dudas, que aporta no obstante en su primera victoria (y la única verificada en el territorio nacional) la escena del traspié de quien se cae del caballo y, tras caerse, se queda ahí, atorado, atascado, con la pierna apretada por el propio caballo, desdorosa circunstancia de la que no se libraría sino con el sacrificio de la vida de uno de sus solícitos subordinados. No fue sin ser, en sentido estricto, algo así como un caído en combate, que al final logró ganar ese combate. Después vendría Cancha Rayada. Y después vendría Juan Bautista Alberdi, en polémica con Bartolomé Mitre, a plantear que San Martín, habiendo ganado batallas, no hizo sino perder territorios. Esa versión del San Martín perdidoso, esgrimida por Alberdi en El crimen de la guerra, es crucial para este enfoque.

Negro o blanco

Los países en las victorias se parecen unos a otros, pero las derrotas las vivencia cada cual a su manera. Claro que hay una épica posible incluso en las derrotas, y a los héroes se los calibra también por su temple de derrotados. Por eso no es sorprendente, y hasta puede resultar razonable, que un mural como el de la avenida San Juan, dedicado a la exaltación de Maradona, convoque nada menos que esa imagen: la del día de la final que se perdió; una imagen de arenga, de fervor y sostenimiento, de firmeza y decisión, del día en que se perdió.

Por eso trajo tanto alivio a los argentinos, además de felicidad, que el Mundial de Qatar se ganara y Messi fuese campeón del mundo por fin. Porque no daba la impresión de que pudiese erigirse en un héroe deportivo en las derrotas. Solo podía serlo así, ni más ni menos que así, besando y levantando la copa, como lo había hecho también Maradona. Murales urbanos con esa imagen ya los hay en muchas partes. Y no podría haberlos habido con la final que concluyó con el gol de Mario Götze.