Primer acto: fútbol.
El equipo argentino no cambió demasiado. Salvo algún jugador, como Enzo Pérez, que entendió de qué se trataba. El resto siguió en la tarea burocrática de transmitirle la responsabilidad y la pelota a Messi. El gran cambio fue que Messi decidió que iba a nadar hasta la costa a pesar del lastre. Y lo logró. Otras veces, ante defensores tan impresentables como los centrales ecuatorianos, no fue posible.
El segundo cambio fue que el técnico argentino pareció haber tomado un bidón de té de tilo y acaso algún psicofármaco que lo sedó, y no agregó histeria desde la raya.
Esto sirvió para clasificar, pero es improbable que baste para llegar a la final del Mundial, en donde habrá varios equipos serios, con estilos, ideas y estrategias sólidas y arraigadas más algún tapado como es habitual. Son equipos de verdad, no clubes de amigos. Con juntos podemos, no alcanza. Con Messi contra todos, tampoco.
Segundo acto: idiosincrasia.
No había terminado el partido y ya se viralizaban memes en los que Messi aparecía como Cristo, como superhéroe. Típico de la historia argentina: la invocación desesperada a una figura providencial. Un militar, un economista prestidigitador, un presidente populista que prometa lo imposible, un hipnotizador de multitudes. En fin, cualquiera que ofrezca atajos y dispense del esfuerzo, los procesos y el pensar. Un hechicero (esta vez un Manuel), algo para sostener el pensamiento mágico e infantil.
Tercer acto: el acomodamiento.
En un abrir y cerrar de ojos se borró todo lo que se había dicho y repetido sobre Messi. Pecho frío, egoísta, no canta el Himno, evade impuestos en el país en el que vive, etcétera. Nadie nunca dijo, ni escuchó, ni escribió, ni posteó eso. Nadie, jamás, envió o reenvió memes contra la Selección. Esto incluye a futboleros, no futboleros, arribistas de última hora (abundan en cada semifinal o clasificación, por ahora no en las finales, claro). Pero sobre todo incluyó a periodistas, relatores y comentaristas, con muy pocas y honrosísimas excepciones. Fue muy curioso leer, ver y escuchar incluso a algunos que habitualmente suelen tener un cierto criterio y nivel de análisis para ver más allá de la pelota. Lo perdieron. El exitismo fue devastador.
Cuarto acto: la sociedad.
Cualquier extranjero hubiera creído que Argentina le había ganado a Chile y no a Ecuador. El nivel de agresividad, resentimiento y xenofobia antichilena registrado en las redes y otros ámbitos debe revisarse, porque asusta. Va más allá del fútbol y expone una sombra muy oscura y, como tal, muy negada de la sociedad argentina. Cuanto más negada más peligrosa y más presente. Cuanto más negada necesita de disparadores muy elementales e irracionales.
Argentina no le ganó a Chile. En realidad, perdió con Chile las dos finales que jugó. Habrá excusas para la xenofobia. Que ellos nos gozaron, que en su momento hicieron lo mismo, que son soberbios. El tema con la sombra es que al negarla se termina por endosársela a otro. Así se inventa un enemigo. Y una vez inventado, como es enemigo, se adquiere el derecho a hacerle o decirle cualquier cosa, cuanto peor mejor. Hoy es Chile, en el 2014 era Brasil y en todo momento pueden ser peruanos, bolivianos, chinos, paraguayos, judíos, tanos, gallegos. Da igual, porque la ceguera del fanatismo xenófobo no distingue colores ni nacionalidades, sólo necesita excusas. Futbolísticas o no.
Después nos preguntamos por qué no nos quieren en ningún lado. Será porque el cariño, el amor, la confianza se construyen. Nos preguntamos por qué la grieta. Digamos mejor las grietas. Porque con la misma materia prima sombría conque cavamos grietas hacia afuera las abrimos, y bien profundas, adentro.
Telón.
¿Cómo se llama la obra? Póngale cada uno el título que prefiera.
*Escritor y periodista.