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Quién. Qué

Autorretratos. Pienso con especial preferencia en Rembrandt y en Van Gogh.

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Autorretratos. Pienso con especial preferencia en Rembrandt y en Van Gogh. ¡Uff! Me salieron ambos de los Países Bajos pero a no creerse que son los únicos preferidos de mi corazón: no es definitivo ni mucho menos excluyente; bastaría con agregarles a Picasso mirándonos como de reojo con esa cara de conmigo no se juega. O a la Frida con sus monos y su Diego y los tajos en su carne bajo los asombrados ojos negros y las cejas tupidas.
¿Por qué pinta uno o una su propio retrato? No me vengan con Narciso mirándose en el agua de la fuente o lago, que las versiones que lo cuentan mirándose en las aguas del río me parecen más que sospechosas. Vaya usté a tratar de mirarse en las aguas del Paraná o ya que estamos en las del Nilo o Danubio e anche Amazonas y va a ver lo que pasa o mejor dicho lo que no pasa. Aguas de la fuente entonces, que vienen a ser como la paleta del pintor de la que van a salir el blanco de la gorguera y la sombra no tan blanca de las vendas. Narciso no.
Otra cosa entonces. Me parece ver el deseo de averiguarse más que el de reflejarse en la superficie de la tela. Quién soy. Qué soy. Yo frente al espejo, deben haber pensado Don Vincent y Don Harmenszoon van Rijn (complicado el apelativo; ¿qué le costaba haberse llamado Johannes?) pensando en sí mismos como proyecto del salto desde la realidad para ir a aparecer en el blanquecino helor de la tela. Y pintaron y se pintaron. Y preguntaron al cuadro y se preguntaron: “¿Quién soy?”. “¿Qué?” Solamente este hombre, esta mujer que pinta. Buena respuesta, pero incompleta. No se pintaron en medio de un bosque o a bordo del vehículo del señor K. F. Drais, un pie en la tierra el otro en el aire, listo el gesto que los va a llevar ¿adónde? No se pintaron a bordo de un frágil esquife ni con la escopeta agarrada por el cañón, culata sobre el cuerpo en sangre del venado. Se pintaron solos. La cara, el visaje: cuidado conmigo, cuidado con la sombra, cuidado con el hierro, cuidado con el delirio.
Faltaba mucho para que el médico de Viena, ojos claros, barbita cana, un cigarro puede ser nada más que un cigarro (pero ¿quién sabe?) les pusiera palabras a esas caras que nos miran desde la tela.