La Presidenta rió, y a carcajadas. Pero sus seguidores decidieron no seguirla en esa risa. Al revés: se enojaron con el chistoso, a los efectos Guillermo Selci, y se lo hicieron saber, acusándolo de ser un gorila, lo que en el contexto del que hablamos reviste cierta gravedad. A mí el chiste me hizo gracia, lo mismo que a la Presidenta, y eso que jamás la voté. Pero La Cámpora no halló motivo de divertimento alguno en ese juego de palabras según el cual al “Negro Ciruela” después de que entró en La Cámpora le empezaron a decir “Blackberry”.
Se me dirá que es una anécdota menor, y no un hecho de trascendencia. Pero yo me ocupo de anécdotas menores ante todo, y dejo los hechos de trascendencia para los historiadores de verdad y para los periodistas de hondo calado. Se me dirá también que grietas peores ha salvado el movimiento justicialista entre líderes y liderados, y ahí está, vivito y coleando. Pero más tarde la Presidenta tuvo a bien explicar, pues de la apertura del Encuentro Federal de la Palabra se trataba, que en la palabra radica un rasgo diferencial entre el animal y los seres humanos. ¿No fue ésta una objeción a esos muchachos que poco antes habían reducido a un hombre a gorila por un juego de palabras?
A Cristina a menudo le han dicho “Maestra Ciruela”. Entre ella y el “Negro Ciruela” existe pues un hilo directo, sin dudas. Pero a diferencia de estos seguidores suyos, que con el Negro Ciruela se identifican pero ante la mención del Blackberry se ofenden, la Presidenta parece entender mejor la compleja naturaleza del peronismo. Que no se comprende con el Negro Ciruela solamente, sino también con su ambición de Blackberry. Son dos los vectores que lo guían, es ese doble juego lo que lo define. ¿Cómo podría entenderse, si no, la función que Louis Vuitton cumple en lo atinente a Cristina? ¿Y cómo entender la que, en su momento, cumplía Christian Dior en lo atinente a Evita Duarte? El devenir Blackberry del Negro Ciruela, y no el Negro Ciruela como tal, da la clave verdadera del temperamento peronista. Cristina no tiene complejos al respecto, por eso se pudo reír. Y lo hizo a carcajada limpia, mientras los otros fruncían el ceño y tramaban una rima amenazante.
Hay un cuadro de Daniel Santoro en el que vemos a los aviones criminales de la Revolución Libertadora por venir, perpetrando su bombardeo salvaje; y a Perón, gigante, trepado a un edificio, tirándoles dramáticos manotazos de urgencia. Perón es, pues, King Kong: su devenir gorila. Porque es en esa dialéctica con lo gorila, antes que en la antinomia excluyente, donde el peronismo mejor transcurre, se nutre y se fortalece.