Estoy paseando por el Barrio Gótico de Barcelona. Vine hasta acá para ver el país desde lejos, para apreciar la Argentina desde otra perspectiva y tener otra visión de nuestra realidad. No para irme de joda, como dicen algunos detractores que no creen en el trabajo esforzado y comprometido del periodismo independiente.
Miro el país desde acá y la verdad es que mucho no se ve. Si no fuera por Messi, la Argentina sería el lugar desde donde hace unos años llegaron un montón de personas que
ahora trabajan como camareros en los bares o atienden en los estacionamientos. Eso fue hace mucho, cuando había crisis. Hoy la Argentina es un país próspero y pujante, y por eso no exportamos más gente para atender las mesas. Bueno, en realidad no sé muy bien si el nuestro es un país próspero y pujante.
Creo que la causa principal es que acá empezó a haber algo a lo que nadie estaba acostumbrado: crisis.
Que quede claro: la crisis en Barcelona no la trajeron los argentinos.
No fue que a alguien se le ocurrió traer un producto típico, como quien lleva alfajores. No.
La crisis se la inventaron los europeos solitos. Aunque ahora todo parece estar estabilizado. Por el momento, acá todo es paz y tranquilidad. Al menos hasta que aparezca un policía y mate al embajador ruso. O venga un loco en un camión y se ponga a atropellar gente. Porque Europa será muy civilizada y muy próspera, pero tiene ese pequeño detalle de los atentados.
En este momento estoy rodeado de japoneses y chinos que sacan fotos, admirando La Sagrada Familia, la magnífica catedral que proyectó Antoni Gaudí, todo un símbolo de esta ciudad, cuando suena el teléfono. Es Carla, mi asesora de imagen.
—¿Qué hacés, irresponsable? –pregunta Carla, a modo de saludo–. ¿Así que te fuiste de joda mientras el país se juega su destino?
—No me digas eso –respondo–. Sabés que necesitaba mirar las cosas desde otra perspectiva.
—Sí, la perspectiva de la vagancia, el alcohol y la joda. Aunque ése es un punto de vista que conocés bien.
—No exageres –digo–. Además, no es para tanto. Sé muy bien que no se está jugando algo tan importante como decís. Apenas una Ley de Ganancias de la que el año que viene no se va a acordar nadie.
—¿Cómo que no? –se enoja Carla–. Por primera vez en muchísimos años el oficialismo y buena parte de la oposición consensuaron un proyecto de ley, que finalmente se aprobó. ¿No te parece algo insólito?
—Bueno, sí, admito que es raro. Tal vez antes no se pudo lograr por fallas de comunicación.
—Yo creo más bien que fueron fallas en el menú –dice Carla–. El sushi es prenda de unidad de los argentinos. Y ni hablar el sushi borrado con photoshop. Eso directamente es como cantar el Himno Nacional.
—¿Los muchachos de la CGT también comen sushi? –pregunto. ¡El movimiento obrero organizado ya no es lo que era! ¡Se están volviendo todos hipsters!
—Todos menos Moyano –dice Carla.
—¿Por qué?
—Porque está exportando su método de protesta.
—No entiendo –admito.
—¿No viste el atentado en Berlín? –pregunta Carla–. ¿No viste cómo lo hicieron?
—Sí, con un camión que atropelló a nueve personas.
—¡Un camión! –exclama Carla–. ¡El símbolo moyanista!
—¿Vos decís que Moyano está detrás de este atentado? –pregunto.
—No, yo sólo digo que tiene el know how.
—Que no se entere Gerardo Morales –digo–. Porque seguro que lo implementa como método represivo en Jujuy. No entiendo qué es lo que busca Morales con un gobierno tan autoritario.
—Seguramente, parecerse al peronismo –dice Carla–. Creo que lo que busca Morales es reemplazar a la mafia paraestatal de la Túpac con la mafia estatal del Gobierno. Aunque no descarto que su objetivo sea ganar las elecciones.
—¿Cómo? –pregunto–. ¿Vos pensás que reprimir una manifestación puede traerle votos a alguien?
—¿Me estás jodiendo? ¡Claro que sí! ¡Esto es Argentina! ¿O no lo sabés? ¿O te volviste definitivamente europeo? Ni se te ocurra venir para acá hablando de tú como Isabel Perón, ¡eh!
—No, lo que digo es que es una locura pensar que la represión a unos manifestantes puede traerle votos a alguien.
—Vos no entendés nada de política –dice Carla–. Por supuesto que puede ser muy redituable electoralmente. Sólo hay que saber reprimir a la gente correcta.
—¿Vos estás justificando la represión? –pregunto, sorprendido.
—Para nada –responde Carla–. Yo repudio la represión. Pero hay gente que no. Y esa gente vota.
—Eso es una barbaridad.
—Claro, como si la barbarie no tuviera nada que ver con la política…
—Nos estamos yendo por las ramas y yo necesito ponerme a escribir mi columna política –digo.
—Podrías recurrir al viejo curro del resumen del año, ahora que todo es balance y esas cosas –propone Carla–. Pensá que ésta es una época en que todo el mundo tiene la cabeza puesta en personajes de fantasía, como Papá Noel, los Reyes Magos o el Segundo Semestre.
—Peor aún: hay gente que todavía sigue creyendo en la ciencia y en que los investigadores del Conicet tienen que tener presupuesto.
—Ojo que el Gobierno en cualquier momento va a subir el presupuesto para la ciencia –dice Carla.
—¿Qué? –pregunto–. ¿Estás segura?
—Sí, pero sólo para una investigación puntual.
—¿Cuál? –pregunto.
—Van a subsidiar a los científicos que investiguen cómo se puede seguir reproduciendo el kirchnerismo.
—¡Eso es absurdo! –me quejo.
—Sí, es absurdo –admite Carla–. Pero si pudieran hacerlo, seguro lo harían. ¿O cuál te creés que es el mejor sostén que tiene el macrismo? ¿Las políticas sociales? ¿Los tarifazos? ¿El segundo semestre? ¡No! ¡Es el kirchnerismo, estúpido!
—O sea que desde aquí, desde Barcelona, el país se sigue viendo tan igual como siempre…
—Lamento desilusionarte, pero sí –responde Carla–. Sólo se trata de seguir adaptando los viejos axiomas del peronismo.
—¿Y en este caso cuál sería? –pregunto.
—“Para un macrista no hay nada mejor que otro kirchnerista”.
—Linda manera de despedir el año…
—Bueno, está bien, hagamos algo más clásico, entonces –dice Carla–. Te deseo un Feliz Año.
—Feliz Año Nuevo, querrás decir –corrijo.
—No, sólo Feliz Año –concluye Carla–. Lo siento, pero por el momento todo sigue igual. Así que lo de Nuevo te lo debo.