Las fronteras son inquietantes, como prueban las mentiras y desmentidas que sugieren que Bolivia corrió su confín en carne argentina, allí donde el Estado estaba un poco remolón. Verdad o mentira, desató la más escalofriante xenofobia. Y el daño ya está hecho.
En otra frontera, en Tarvisio, al norte de Italia, se ofrece un paquete turístico fenomenal: ski y burdel. El ski lo proporcionan los Alpes; el burdel, la frontera. La prostitución es profesión legal en Austria y Tarvisio aprovecha la cercanía del Club Wellcum, donde trabajan unas 110 señoras. Las ventanas cerradas de las turbias zonas rojas europeas son reemplazadas por una disneylandia del sexo. Por 79 hay acceso a sandalias, baños turcos, dos cervezas y dos spritz. Las trabajadoras también pagan 60 de ingreso, más 25 de impuestos al vetusto Imperio Austrohúngaro; en la Europa unificada la figura del proxeneta es hoy empresa contribuyente. La primera media hora de contacto cuesta 70, pero después la tratativa es privada y se rige liberalmente por la oferta y la demanda y la calidad de la hora hombre (hora mujer).
No sé qué pensar. El nombre Spa dell’amore le queda un poco grande a este emprendimiento fronterizo con capitales mixtos. No quiero ser moral, pero no entiendo qué tiene que ver el amor con todo esto, esto que usa al ski como coartada. La frontera es tema fascinante: la cosa ésa que divide para unir. Tal vez se pueda probar con algo así en la escuela de Valle del Silencio en presunto litigio, allí en Salta, o en Bolivia, según se crea a la Cancillería o a los diarios.