Lo que es el relativismo cultural! Ante el mismo fenómeno vemos cosas completamente diferentes, como una antropología salvaje, una comparación de elementos incomparables. Por ejemplo, el otro día cené con una amiga de unos amigos, portuguesa ella. Mis amigos decían que extrañaban que en la televisión abierta argentina ya casi no hubiera programas de humor. Yo estuve de acuerdo. Pero la amiga de mis amigos, que hacía dos meses que estaba en Buenos Aires, dijo que ella había visto varios que le habían parecido divertidísimos (“Son un plato”, dijo. Evidentemente alguien le había enseñado el argot porteño de antaño). Cuáles, pregunté, y ella dijo que no se acordaba los nombres de los programas, pero sí el de los de los cómicos. Cuáles, volví a preguntar y, sin inmutarse, dijo: “Un tal Majul y un tal Leuco”. ¡No!, rápidamente la corregimos, “No son cómicos, son periodistas. Independientes y muy prestigiosos”. Pero la amiga de mis amigos se río, y pidió que no le tomemos el pelo por ser extranjera. Aún más rápidamente le dijimos que hablábamos en serio, que no son humoristas sino periodistas. Imposible, dijo la portuguesa, no puede ser… ¡Son programas de humor absurdo y además buenísimos! Así siguió la conversación un rato más hasta que cambiamos de tema, y yo de localización, porque una vez en mi casa quise chequear si la amiga tenía razón, pero no pude: había olvidado que no tengo televisor.
Entonces me dirigí a la biblioteca y me puse a releer El humor absurdo. Antología ilustrada (Editorial Brújula, Buenos Aires, 1967, colección Breviarios de información literaria), volumen que contiene textos de Shakespeare, Rabelais, Lewis Carroll, Macedonio Fernández, Kafka, Breton y Juan José Arreola, entre muchos otros, seleccionados por Eduardo Stilman, además de bellas ilustraciones que incluye una en tapa de Sábat, bastante rara en él. Libro pequeño que adoro, lo compré en una librería de viejos hace 25 o 30 años (o tal vez más) y lo llevo conmigo de mudanza en mudanza, de pérdida en pérdida. Gracias a ese librito conocí a Charles Nodier (su texto sobre las pantuflas es genial), y también a Edward Lear, de quien se reproducen algunos Limericks tomados de A Book of Nonsense, obviamente ilustrados por él mismo, traducidos por Elías Gallo: “Había un viejo hombre del Nilo/que a sus uñas sacó filo/hasta que sin dedos quedó. ‘Esto pasa, afirmó, por sacarse a las uñas filo’”. Cada vez que vuelvo sobre esas quintillas disparatadas, vuelvo a reír con más y más melancolía: “Había un viejo señor en un bote/que se ufanaba de estar a flote. Le dijeron: ‘¡No, no lo está!’/y estuvo a punto de desmayar/Este infeliz señor en bote.” De Lear me gusta su crueldad solapada: “Había una vieja persona de Buda/cuya conducta era cada vez más ruda/Hasta que a martillazos/acallaron sus gritos/aplastando a este hombre de Buda.”.
En la página 87 hay una ilustración de Marx Ernst para La caza del Snark de Lewis Carroll que sola ya justifica el libro. También incluye De las causas de los monstruos, de Ambroise Paré, francés nacido en 1509 y muerto en 1590, gran cirujano en su época y autor de varios libros sobre temas diversos. Curioso: nunca leí nada suyo fuera de ese texto. No se por qué. Cada vez que me acuerdo –como ahora– estoy lejos de las librerías (en especial de las parisinas). Algún día lo leeré como corresponde.