Una de las funciones del periodismo es ofrecer un discurso comprensible sobre cuestiones complicadas. Para entender los movimientos del Banco Central con la tasa de interés se precisa un grado relativamente alto de educación financiera. En otros países, esa información se ofrece en las páginas correspondientes de los medios, no en portada, salvo que se trate de una crisis; y las noticias sobre economía son accesibles, incluso para extranjeros no expertos. Cuando los agricultores franceses critican los acuerdos comerciales que podría firmar su país, Le Monde deja perfectamente en claro los motivos de esos hombres de campo que temen por la venta de sus productos si enfrentan la competencia que podría llegar de la Argentina. No es una razón misteriosa. No es obligatorio conocer tasas de interés, alícuotas impositivas, precios internacionales futuros, ni la incidencia de arrendamientos o de salarios. La noticia es casi elemental por lo transparente. Una distinguida socióloga argentina, que vive hace décadas en Francia, se asombra por la hermética dificultad de lo que leemos los ciudadanos locales.
En las ediciones de esta semana del New York Times o del Washington Post, la noticia era el debate entre los precandidatos demócratas a las próximas elecciones presidenciales. Sin demasiados conocimientos sobre política interior norteamericana se podía seguir la navegación a salvo de hundirse en los resultados de encuestas sobre los ganadores de ese debate, información trasmitida en notas más cortas y no principales. Los argumentos de los precandidatos y sus diferencias tenían más espacio que los porcentajes. Tampoco esta prensa, que puede leerse en la web, se desvive por darle un gran titular a la última encuesta y el último focus group sobre el instante más fluido del presente.
Lectura fácil. El carácter democrático de la política puede medirse por los esfuerzos invertidos en explicaciones que acerquen lo complejo a quienes no son especialistas ni tienen el tiempo de los académicos o los comunicadores especializados. Cuanto más legible, más democrática.
Nos está sucediendo que la información sobre los planes, las ideas y los programas es más escasa que las noticias que anuncian, como si fueran una verdad reveladora, las torpezas de un candidato. Y nos enteramos más y mejor sobre variadas encuestas que sobre el discurso pronunciado por un político en la coyuntura electoral, excepto que ese político haya cometido un error que valga un titular. Escandaletes y porcentajes copan los primeros planos.
Por eso, los comandos tácticos son comandos de discurso. Y cuando el político carece de buen discurso, comandos de imagen. Macri fue beneficiado por este cambio, que permite ser poco elocuente o francamente repetitivo. Ni hablar de María Eugenia Vidal, cuya habilidad para dar besos y abrazar vecinos supera cualquier marca como atleta de la simulación de cercanía.
Los comandos tácticos son de discurso. Y cuando se carece de ello, son de imagen.
Cristina Kirchner y Alberto Fernández pagan caro sus expansiones discursivas. La ex presidenta se dio cuenta de que, cuanto más hablaba, más irritaba. Por eso dulcificó el estilo en la gira de presentación de su libro y ahora regula su oratoria. Alberto no tiene más remedio que hablar y se lo cobran con un raro efecto de anacronismo: más que discutir lo que dice, discuten lo que dijo hace cinco o diez años. Y la noticia se concentra en una frase que se interpreta como reveladora de su “verdad”.
Ya llega el 11 de agosto. Pero no hay que preocuparse, porque nos seguiremos entreteniendo con encuestas de 500 o 1.500 casos y variados focus groups, hasta la primera vuelta del 27 de octubre. Falta poco para que falte menos.