El porvenir de Boedo y de Florida será largo, muy largo, gracias a quienes viven de la remembranza de mitos o bien de su invención. Para la misma época en que Martínez Estrada hacía públicas sus reservas con respecto a la supuesta importancia de las dos escuadras literarias, Jorge Luis Borges decía, presintiendo la deriva de la cuestión: “Un día se va a aplazar en un examen a un muchacho porque no supo qué fue la polémica de Florida y Boedo”. Lo cierto es que son pocas las obras que subsistieron y mucha la asimilación al “campo” de la literatura y a sus instituciones, que siempre culmina con la toma de posesión de las llaves del lugar. Aunque los escritores de Florida se solazaban lanzando muecas de desdén al “mercado”, estaban destinados a administrarlo, al menos en términos de recompensas honoríficas, puesto que galardones y reconocimientos muy pronto serían implementos más que aceptables en el ajuar de los escritores de vanguardia ya instalados en redacciones de periódicos, entes gremiales de autodefensa y ternas de jurados de premios municipales y nacionales.
Ciertamente, nunca estuvo ausente de esas revistas una política de autopromoción: espaldarazo rotativo y elogio mutuo combinados con demandas generacionales. Eran asambleas de socios de una firma. Entre escritores, tan importante es la discordia como el buen trato mantenido en los ámbitos en común, un instinto rendibú e hipócrita ausente en Martínez Estrada: “Carezco de todo don de sociabilidad y eso me da una conciencia de mí mismo muy grande. Todo lo que es convencional, fingido, me repugna”.
Extracto de La amargura metódica.