CULTURA
Protagonista del siglo XX

El talentoso Sr. Oppenheimer

Curiosidades de un personaje devuelto al gran público gracias a la película de Christopher Nolan. La noción de serendipia, la propiedad comunal y una lámpara frotada.

Robert Oppenheimer 20230719
Robert Oppenheimer (1904-1967), el director del Proyecto Manhattan (cuyo propósito era provocar la primera gran explosión nuclear), recordado como “el padre de la bomba”. | Twitter @BombFather

La película de Christopher Nolan devolvió a Oppenheimer su protagonismo histórico para el gran público. Las simplificaciones son siempre seductoras, regalan la ilusión de que se comprende. Por una pura simplificación, el físico norteamericano Robert Oppenheimer (1904-1967), el director del Proyecto Manhattan (cuyo propósito era provocar la primera gran explosión nuclear), pasa por “el padre de la bomba”.

Este facilísimo oculta los grandes procesos de investigación, experimentación y descubrimientos, que no pueden ser reducidos, en modo alguno, a un solo individuo. Tras el liderazgo de Oppenheimer se oculta una cadena de antecedentes e interacciones, los derroteros de diversos individuos que aportaron su logro personal dentro del proceso que se inicia con el descubrimiento de la fisión nuclear. El uranio 235 y el plutonio-239 componen una materia fisible que es apta para provocar una fisión nuclear. Descubierto en 1935, por el físico estadounidense, de origen canadiense, Arthur Jeffrey Dempster, el uranio-235 es el único elemento químico metálico presente en la naturaleza capaz de provocar una reacción en cadena de fisión nuclear. 

El uranio 235 es poco abundante en la naturaleza y tiene que ser enriquecido para aumentar su concentración. El plutonio 239, también fisionable, es producido artificialmente a partir del uranio 238 en reactores nucleares. Al bombardearse con neutrones, el núcleo atómico del uranio 235 y el plutonio 239 se dividen en fragmentos más pequeños que, al colisionar con otros núcleos, generan una reacción en cadena; y liberan, así, una gran dosis de energía, en forma de radiación gamma y calor, que deriva en una colosal bomba, como la que pulverizó a miles de personas en Hiroshima y Nagasaki, en 1945, al final de la segunda guerra mundial.

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La creación de la bomba es una conquista colectiva; y este origen en muchos rostros es, a su vez, consecuencia de una nueva compresión de la materia, por la mediación de una lámpara que, al ser frotada, libera la energía dormida en las venas atómicas de la naturaleza.

Prometeo americano, escrito por Kai Bird y Martin J. Sherwin, durante un período de veinticinco años, es el libro autobiográfico que, mediante una frondosa documentación, restauró a Oppenheimer como personaje trágico crucial de la era atómica. Esta narración de la vida del científico, es también fuente inspiradora del film de Nolan.

El sociólogo Robert King Merton (1910-2003) elaboró la noción de “serendipia”: los descubrimientos inesperados que ocurren mientras se busca algo diferente. Y,  desde su aporte a la sociología de la ciencia, introdujo el concepto de “propiedad comunal”,  que afirma  que los descubrimientos y logros científicos son productos colectivos emergentes de una comunidad de investigadores; por lo que todo  descubrimiento de un autor principal, es posible por un trabajo grupal anterior; lo que se enlaza con la expresión "pararse sobre hombros de gigantes”; metáfora para decir que toda novedad es consecuencia de un camino previo desandado por otros pensadores o investigadores.

Por lo que, desde esta perspectiva, un rostro que simboliza un hito, oculta muchos otros rostros.

Un rostro y los muchos rostros

Oppenheimer fue tapa de la famosa revista Life, el 10 de octubre de 1949. En sus facciones, en las que se modela cierto complaciente orgullo, debiéramos imaginar muchos rostros.

Los muchos rostros que participaron del proceso colectivo de investigación en física nuclear en el periodo de entreguerras; momento histórico en el que el desarrollo científico impuso, como una necesidad impostergable, el descubrimiento de la reacción en cadena en el núcleo atómico.

La red de las muchas caras que se yuxtaponen al rostro del físico que se declaró destructor de mundos, evocando al Baghavad gita de la antigua India, adquiere los rasgos, entre otros, de Enrico Fermi, Richard Feynman, John Neumann, Hans Bethe, Edward Teller, Stalislaw Ulam; y, claro, Einstein.

Fermi hizo experimentos de fisión nuclear controlada al construir un reactor nuclear en la Universidad de Chicago; esto fue esencial para evitar la propagación incontrolable de la explosión; la fisión controlada también genera electricidad en plantas nucleares, en la faz pacífica de toda esta dinámica; los cálculos teóricos de Fermi contribuyeron al diseño de la bomba; lo mismo que su trabajo con reactores nucleares para generar plutonio aprovechable para la fisión; Feynman comprendió el comportamiento de los neutrones en la reacción en cadena, lo que impidió accidentes en la generación del plutonio antes mencionado; el gran matemático John von Neumann, de gran importancia en el origen de la computación, a quien “le interesaba casi igual la historia de la antigua Roma que su propio campo”, aportó los detonadores usados en las armas atómicas. Los estudios en los artefactos por fisión dieron lugar luego a las bombas por fusión y la reacciones termonucleares (lo que derivó en la Bomba de Hidrógeno); en ese sendero destacó la colaboración del físico teórico Hans Bethe; o del conocido y conflictivo físico húngaro Edward Teller, que no dio su voto de confianza en favor de Oppenheimer en la famosa audiencia de seguridad en la que este fue interrogado, en 1954, por ser sospechado de comunista, y otras cuestiones; y el matemático Stanislaw Lam, que también colaboró con cálculos matemáticos complejos en la fabricación de las bombas atómicas iniciales por fisión

Y el rostro de Einstein. El genio de la teoría de la relatividad, con su mirada meditabunda, melancólica, su expresión a la vez despierta y soñadora; su frente despejada, y sus ensortijados cabellos, tan libres como sus inquietas ideas. El científico y humanista no tuvo directa vinculación con el Proyecto Manhattan; pero su comprensión de los procesos físicos posibilitó la bomba atómica. Su célebre ecuación E=mc², determina la equivalencia entre la energía (E) y la masa (m) multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado (c²). Este postulado ecuacional entendió, de nueva manera, la relación entre la masa y la energía, y permitió la liberación de energía en las reacciones nucleares, incluida la fisión nuclear propia de las bombas atómicas.

También, Einstein, el que decía que su Dios era el Dios de Spinoza, en 1938, junto con el físico húngaro Leo Szilard, escribió una carta al presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, en la que le advertían sobre la posibilidad cierta de que los nazis iniciarán la fabricación de una bomba atómica. Esta fue la causa principal por la que se creó el Proyecto Manhattan, que luego dirigiría Oppenheimer.   

La fatídica creación de la bomba fue así múltiple, tuvo muchos rostros. Y fue posible como consecuencia de la previa compresión del modo de frotar la lámpara de la energía dormida en la materia más invisible.

Cuando se encendió el Sol por un interruptor 

Un día de 1938, dos científicos alemanes entraron al laboratorio. El sol, afuera, quizá brillaba enérgico, sobre ligeras nubes rosadas. Los físicos y químicos, Otto Hahn y Fritz Strassman, buscaban algún gran descubrimiento, pero no esperaban que la materia profunda les regalase un secreto. Hahn había estudiado con Ernest Rutherford, ganador del Premio Nobel de Química en 1908, quien probó la existencia del núcleo atómico, y sentó el modelo clásico del átomo. En 1932, su alumno, James Chadwick, descubrió el neutrón. Luego ya en el tiempo del desarrollo de la bomba, Chadwick recordó que “en aquella época me di cuenta de que la bomba atómica no sólo era posible, también inevitable. Entonces empecé a tomar somníferos. Era el único remedio”.

También fueron discípulos de Rutherford, Niels Bohr y Otto Hahn; y Hahn con Strassman, bombardearon el uranio con neutrones. El uranio entró en una fase de reacción, y se formaron elementos más ligeros. Algo inesperado. Después, la física austriaca-judía Lise Meitner, junto a su sobrino Otto Frisch, estudiaron los resultados experimentales obtenidos por Hahn y Strassmann, y determinaron que los núcleos de uranio invadidos por los neutrones se habían dividido en dos núcleos más ligeros, y estos a su vez en otros, en un efecto cascada; de esa manera se liberan grandes cantidades de energía. El proceso de la fisión nuclear.

Hahn y Strassmann comprobaron luego experimentalmente este hecho. Así quedó establecida la conversión de masa en energía, en la línea de la ecuación E=mc² de Einstein.

Entonces, se aceleró el proceso colectivo de la investigación de la fisión nuclear que llevó a la devastación bajo la forma de un siniestro y majestuoso hongo.

En el ámbito de las investigaciones secretas de Los Álamos en Nuevo México, centro del Proyecto Manhattan, la primera bomba atómica se detonó el 16 de julio de 1945. Unos 250 científicos y muchos militares se acomodaron en el Camp Trinity, para presenciar el primer estallido de una bomba de plutonio y detonadores en una esfera, similar a Fat Man, el artefacto nuclear que se arrojaría luego en Nagasaki, el 9 de agosto de 1945.

Y aquel Otto Frisch, compañero de investigación de Lise Meitner, fue testigo de la primera detonación en el desierto. Participó en el Proyecto Manhattan como miembro de la delegación británica que se sumó a la fabricación del dispositivo atómico. Entonces, a 30 kilómetros de la deflagración inaugural, vio que “de improviso y sin ningún sonido, las colinas quedaron inundadas por una luz brillante, como si alguien hubiera encendido el Sol mediante un interruptor”.

Oppenheimer no solo simboliza la destrucción atómica, sino también el poder de la ciencia de sumergirse en las honduras subterráneas de la materia. Y luego de las bombas en Japón, el llamado “padre de la bomba” se convirtió en decidido pacifista y crítico de todo empeño armamentista. Esto no alivió la pluma del dramaturgo alemán Heinar Kipphardt en su obra de teatro El caso Oppenheimer (1948), de vasta difusión en su momento. Allí, el físico de Los Álamos dice: “he estado haciendo el trabajo del diablo”.

Oppenheimer no ocultó las dudas y la culpa por el evento atómico devastador, hasta el punto de afirmar que las bombas fueron lanzadas sobre un enemigo “fundamentalmente derrotado", según consignan Kai Bird y Martin J. Sherwin en su obra autobiográfica.

La lámpara que descubrió la dinámica íntima de la masa y la energía, acercó a Oppenheimer a “los misterios divinos de la naturaleza”, como afirmó el físico Karl Darrow, que participó en una reunión del director del Proyecto Manhattan con veintitrés físicos teóricos en Long Island, en 1947.  

Ante lo divino o “numinoso”, el hombre antiguo, según Rudolf Otto (1869-1937), estudioso de las religiones comparadas, experimentó un ambivalente sentimiento de fascinación y horror. Los “misterios divinos de la naturaleza” fascinaban al director del proyecto Manhattan, pero esto no lo liberó del horror. En su libro Energía atómica (1948), el mencionado Darrow, manifiesta que la reacción en cadena con fines bélicos comporta “la cosa más terrible conocida hasta ahora por el hombre”.

Oppenheimer pasa por el padre de la bomba, y el principal responsable de la era nuclear como amenaza existencial de la humanidad. Pero, en un sentido más profundo, es símbolo del maridaje de la investigación científica avanzada con su uso político y militar con ánimos de confrontación e intimidación, y eventualmente de exterminio. 

Como vimos, el nacimiento de la bomba es efecto de las redes colaborativas y las interacciones colectivas en la generación de los saberes científicos. Ciertos individuos sobresalen, pero las tramas de conocimiento, y las distintas estructuras sociales, son el resultado de creaciones grupales.

En este caso, el proceso colectivo, más allá de su reduccionismo a un individuo, se funde con el acceso a recámaras escondidas del átomo. La penetración en la interioridad de la materia atómica hoy continúa en la búsqueda de nuevas partículas subatómicas, o de la materia y la energía oscuras, esenciales en la cosmología contemporánea; e incluso en la experimentación con nuevos materiales, o estados de la materia.

En la encrucijada histórica de la cultura de la bomba, en Oppenheimer, el físico enamorado a la vez de la ciencia y la poesía, confluyeron la investigación colectiva de la ciencia, y un secreto develado de la materia. Un saber que puede entregar energía nuclear pacífica, o crear un sol, cuya función no es iluminar, sino abrazarlo todo en un fuego final.   

 

(*) Esteban Ierardo es filósofo, docente, escritor, su último libro es La red de las redes (ed. Continente); creador del canal en Youtube Linceo, y la página cultural www.estebanierardo.com