En la Argentina, más de 43.000 bomberos/as voluntarios forman parte de la primera línea combate a los incendios, pero también en acciones de rescate o asistencia frente a toda clase de accidentes. La pandemia sumó un actor desconocido a sus escenarios habituales, un virus que requería atención y medidas especiales de protección propia y ajena.
“Ser bombero voluntario en pandemia implica un sacrificio más. Porque hay mayor trabajo, se debe prestar más atención y tener precauciones al momento de trabajar con otras personas para tratar de evitar el contagio”, relata a Perfil Daniel Cáceres, bombero voluntario de la “Asociación de Bomberos Voluntarios Pompeya-Barracas”, una pequeña estación, fundada en 2016, que está ubicada en pleno corazón de la Villa 21-24 del barrio porteño de Barracas. “Cuando era chico, siempre tuve ganas de ayudar. Primero estuve en los scouts, luego llegó el día en que eso no me llenaba mucho y quería participar de cosas más grandes. Cada vez que veía pasar a los bomberos quería formar parte, hasta que averigüé y me metí”, recuerda Cáceres, que cumplió nueve años de servicio en el sistema bomberil y es uno de los setenta que integran el cuartel, bajo las órdenes del comandante González Carmelo.
Durante los últimos meses, los vecinos de la Villa 21-24 sufrieron múltiples cortes de luz y varios incendios en sus casas por desperfectos eléctricos. Se quemaron cinco de los siete transformadores que hay para las 64 manzanas del barrio. La precariedad en las conexiones eléctricas no es sólo potestad de la 21-24: se replica en las diferentes villas de la Ciudad.
“El cuartel siempre se mantuvo a pulmón y con lo que ponemos del bolsillo todos los que formamos parte del cuerpo activo y la comisión directiva. No se recibe subsidio de ningún lado. El año pasado recibimos el reconocimiento legal de Defensa Civil a nivel metropolitano”, dice Cáceres. Mediante donaciones logran mantener el combustible del camión y se realizan rifas para pagar los gastos generales, entre ellos, el seguro de vida de todo el personal, a nivel individual y colectivo, y también el del autobomba.
Esta problemática afecta a la gran mayoría de los cuarteles del país, como el de la “Sociedad Bomberos Voluntarios de Florencio Varela”. “Casi todos nuestros gastos se sustentan mediante la venta de rifas en la comunidad, campañas de donación en el sitio donaronline.com, MercadoPago y hasta instalamos un autocine en el predio de la institución” explica el voluntario Leandro Alvarez. Lograron que los gastos de combustible de las unidades móviles, en pandemia, fueran cubiertos por la Municipalidad local. “Durante el período más estricto de la cuarentena, en marzo-abril, se detectó una baja notable en los siniestros, sobre todo en accidentes de tránsito. Durante el resto del periodo, la siniestralidad se mantuvo apenas un 10 o 15 por ciento por debajo de los años anteriores”, agrega.
El cuerpo está integrado por 117 hombres y mujeres, y está a cargo del comandante mayor Franco Risso. El origen de la creación del cuartel se remonta al 7 de marzo de 1952, tras una tragedia en el centro de Florencio Varela, en un depósito de combustibles. Estalló un camión cisterna que se encontraba abasteciendo los tanques subterráneos y además se almacenaban tubos de gas y oxígeno. Aquel día perdieron la vida cuatro bomberos voluntarios de Berazategui: Vicente Senzabello, Rubén Parrillo, Ismael Antognoli y Roberto Rosende. Florencio Varela, en aquel entonces, no contaba con cuartel de bomberos propio, pero sí lo tenía Berazategui, que aún era una localidad dependiente de Quilmes. “A raíz de ese echo comenzaron las tratativas que dieron origen a la institución 3 años después", evoca Álvarez.
Y revela: "Ser bombero/a voluntario es una actividad donde no hay paga, donde el sueldo es una sonrisa, una lágrima de emoción, un agradecimiento, un abrazo. Es un deber difícil de entender y difícil de explicar, que requiere tiempo, dinero, paciencia, constancia y capacitación constante".
En lo que va del año, los incendios forestales se llevaron todo a su paso en varias localidades del centro-norte del país. Sólo en la provincia de Córdoba, se quemaron unas 40.000 hectáreas. Y el virus tampoco da tregua. “Hace un mes, recibimos una importante donación de agua saborizada y mineral, y ante el incremento de incendios forestales en las sierras y la imposibilidad técnica de aportar recursos humanos y logísticos, pensamos por qué no ayudar enviando algo que puedan utilizar los hermanos bomberos cordobeses”, explicó Cáceres, bombero de la 21-24. Se enviaron 28 pallets de agua en botellas a la provincia, gracias a aportes privados y la logística de la Fuerza Aérea Argentina.
“El apoyo fundamental en esta época, es el de la familia. Mientras teníamos que estar aislados, las emergencias se seguían dando y uno tenía que salir igual y cumplir con las guardias”, afirma Abel Domínguez, jefe de la “Asociación Cuerpo Bomberos Voluntarios de Río Tercero”, que se fundó en 1965, en dicha localidad cordobesa. Su cuartel cuenta con 134 efectivos, que disponen de 19 vehículos diseñados para actuar en situaciones de emergencia. Todos los integrantes cuentan con los seguros correspondientes y, en el caso de aquellos que no posean un servicio médico y de seguro particular, se les provee mediante el sistema provincial. El financiamiento depende del aporte de socios y de subsidios nacionales, provinciales y municipales. Además, la institución tiene un local para la venta y mantenimiento de elementos contra incendio y seguridad industrial y realiza la tradicional rifa mensual entre socios de la institución y vecinos en general.
La institución participó de manera activa en la mayoría de los incendios forestales que afectaron a la provincia y a la región. “Fue un trabajo en conjunto muy arduo de todas las entidades que participaron. La coordinación en tierra con el apoyo aéreo fue fundamental en la línea de fuego y la logística de las mesas de operaciones permitió que a nuestros bomberos prácticamente no le faltarán recursos”, señala domínguez. Y concluye: “La gran mayoría de los incendios forestales son intencionales, con lo cual a nos genera una sensación de mucha impotencia y angustia, puesto que el tiempo que estamos en dichos incendios, es tiempo que le restamos a nuestras familias y seres queridos”.
*Integrante del Equipo de Investigación de Perfil Educación