“Solo hay una raza: la humana”. Con esta concluyente frase, el brasileño Adriano Silva, fundador y editor del Proyecto Draft, precinta cualquier intento de discusión sobre supuestas diferencias entre los 7.000 millones de habitantes del planeta. Agrega, a modo de explicación: “Solo podría tener sentido dividir la especie humana en razas cuando se vivía aislado cada uno en su rincón del mundo, cuando se casaban los hijos propios con los del vecino, cuando se guerreaba contra quien aparecía vestido con ropa diferente o hablando otra lengua”.
América se transformó en una amalgama de etnias cuando, 5 siglos atrás, los europeos llegaron al continente y luego los siguieron los africanos. Brasil no fue una excepción, al igual que el resto del continente americano. La contribución de europeos a la estructura de la población brasileña, como también de los africanos esclavizados, fue tan significativa como la de las comunidades indígenas nativas.
Estas precisiones se tornan necesarias a partir de conceptos confusos vertidos por el presidente Alberto Fernández, que tuvieron repercusión en todo el territorio brasileño. Las redes sociales no perdonaron el gafe: “Según el presidente Alberto Fernández, la selección argentina no participará más de la Copa América. Ahora pasa a disputar la de Europa” rezaba un de los Twitter. Otro, con un tono más indignado, escribió que el caso demuestra cómo “el desconocimiento llega también al poder vestido de traje y corbata, y no sólo con chombas de colores” en alusión a la vestimenta preferida por Jair Bolsonaro.
Aún cuando la referencia del presidente argentino buscara diferenciar por culturas, al hablar del origen selvático de los brasileños, lo cierto es que ellos también tuvieron una fuerte influencia de los barcos. La diferencia con los argentinos es que la inmigración procedía del imperio colonial de Portugal. A fines del siglo XIX y comienzos del XX hubo un flujo masivo de italianos, franceses, suizos y alemanes, que se instalaron con preferencias en el sudeste y sur del país.
Una historia aparte es la presencia holandesa en el nordeste del país. Ellos fundaron la Nueva Holanda al conquistar en el año 1630, siete capitanías de las 19 en que se dividía la colonia. La ciudad de Recife, que a la sazón era un pobre pueblo de pescadores, fue convertida en la capital y alcanzó su momento cumbre bajo el dominio del conde Mauricio de Nassau. En las naves de los Países Bajos vinieron numerosos judíos que se habían refugiado en Ámsterdam, al huir de la Inquisición en España y Portugal. Así se fundó en la capital del actual estado de Pernambuco la primera sinagoga de América. También habría de dejar una marca, aunque menos significativa, la llegada de los franceses a Maranhao, donde fundaron la actual capital de ese estado nordestino: San Luis.
No en vano, una encuesta de hogares realizada por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE) revela exactamente el nivel de entrecruzamientos étnicos de la población. Indica que 46,7% son pardos, es decir, provienen de la amalgama de indios y blancos (denominados caboclos); negros y blancos; y, en medida muy limitada, de negros e indios. Otro 44,2% es blanco. Y 8,2% es de color negro.
Lo que se advierte en ese estudio es que la llegada en los albores de la colonia de los portugueses y, posteriormente de otros invasores europeos, produjo una mixtura asimétrica. Los hombres dejaron marcas más contundentes que las mujeres: el linaje paterno europeo dejó su impronta genética en 90% de los hombres brasileños.
Del lado africano surgen historias étnicas muy interesantes. “Es importante resaltar que entre angoleños, congoleños y yorubas (de África Occidental) venían sociedades que dominaban la agricultura, la cría de ganado y la metalurgia. Una de las principales sublevaciones de esclavos en Brasil, que tuvo lugar en la ciudad de Salvador en 1835, fue liderada por africanos musulmanes que se habían alfabetizado en árabe”. Tal lo descripto por el periodista Reinado José Lopes en una columna publicada en Folha de Sao Paulo.
Ni hablar de las notables culturas indígenas, como por ejemplo la del pueblo Araras, en el Norte de Brasil. En la mitología de estas tribus, una disputa entre parientes provocó un cataclismo celestial. Los batalladores cayeron a tierra, donde se vieron obligados a vivir. Una especie de pacto de clanes permitió la supervivencia en familias separadas, pero con una suerte de gobierno comunitario. Las araras, unas aves de cola largo y colores muy vivos, habrían intervenido en ese acuerdo, de dónde procede entonces la denominación de esas tribus. Son estas historias de europeos, indios y negros, las que conforman la base de la maravillosa identidad cultural de Brasil.
*Autora de Brasil, 7 días. Desde San Pablo, Brasil.