Cuando terminaba la Edad de Hielo, un lobo gris se acercó a un campamento humano. Así empezó la historia de su domesticación, que transformaría a los lobos en perros, y a los humanos en sus amos.
Para ayudar a esclarecer las aristas más misteriosas de esa relación, la revista Science acaba de publicar la mayor comparación conocida entre el ADN de humanos y de perros antiguos. El estudio de la Universidad Oxford y del Instituto Francis Crick trabajó sobre más de dos mil restos de esos canes.
Una de las primeras conclusiones fue que hace 11 mil años ya existían cinco linajes distintos, que llevaron al surgimiento de las razas actuales. Gran parte de ellos se conserva hasta hoy. Por ejemplo, los chihuahuas tienen ancestros en los primeros perros norteamericanos, y los Huskies usados en competencias se remontan a los antiguos siberianos.
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Entre la casa y el campo
La comparación de ADN entre perros y lobos arrojó una sorpresa. La mayoría de los animales domésticos recoge material genético de sus ancestros salvajes, aún después de ser domesticados. Los perros, sin embargo, no muestran ese “flujo de genes”.
¿El motivo? La relación íntima y particular entre personas y mascotas. Los perros que se vuelven más salvajes son pésimos guardianes, compañeros y amigos. “Es terrible ser un perro y tener algo de lobo dentro tuyo. La gente se va a deshacer de vos”, argumenta Greger Larson, uno de los autores del trabajo.
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Al comparar los genomas de aquellos primeros canes con los de 17 personas que vivieron en las mismas épocas y lugares, los científicos encontraron otras revelaciones. En muchos lugares había una fuerte superposición de genes. Por ejemplo, hace cinco mil años, granjeros y mascotas de Suecia compartían, respectivamente, ancestros en Medio Oriente, lo que sugiere que los agricultores migraban con sus perros a medida que esa actividad se expandía por todo el continente.
En otros casos no había coincidencias: los migrantes adoptaron a los perros que mejor se adaptaban al ambiente. Así pasó con los primeros agricultores alemanes, que prefirieron a los que traían genes de Siberia. “Eran más bellos, resistentes y hasta podían comerse”, argumenta el genetista Peter Savolainen.
Mientras los expertos siguen analizando una enorme cantidad de genomas de lobos y perros, se esperanzan en que su estudio de cráneos y marcadores genéticos los ayuden a entender cómo lucían los primeros perros. “Cuando trabajás con ADN antiguo, hay que esperar lo inesperado”, adelanta Larson.