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El economicismo al gobierno, los cachorros al poder

Al convertirse en filosofía y regular la vida social y discursiva, la economía termina arrinconando a la política. Huir del fundamentalismo económico no será fácil, pero sí necesario: “los pueblos sometidos no tienen la economía, la economía los tiene a ellos”.

Javier Milei 20231215
Javier Milei | CEDOC

Uno de los méritos de Néstor Kirchner que incluso sus más enconados opositores supieron reconocer es que logró devolver las riendas del país al ámbito de la política. Después de varias décadas donde los omnipresentes ministros de Economía tendían a eclipsar o directamente anulaban a las figuras presidenciales, en el nuevo siglo la siempre despreciada y pocas veces valorada segunda profesión más vieja del mundo volvió a ocupar el lugar dejado vacante por los discípulos de Moisés con sus tablitas de cambio y planes de ajuste. Por lo menos hasta diciembre de 2023.

La referencia a Moisés no es casual. Como escribió en estos días Jorge Fontevecchia, preocupan los economistas que creen que la economía es preferencialmente matemática, por la falta de conciencia propia -y saber- de que en realidad su mente está formateada, como la de todos nosotros, por su ideología, su cultura, sus hábitos, condiciones socioeconómicas y, fundamentalmente, sus creencias, tan religiosas como cualquier religión”.

Pero en Argentina la economía no sólo es matemática o religión: en varios momentos de su historia reciente fue mucho más allá hasta convertirse en una filosofía. En su libro “La empresa de vivir”, publicado en el año 2000, cuando la olla a presión creada por el menemismo seguía levantando temperatura y faltaba poco para su estallido, el filósofo Tomás Abraham analizó de manera minuciosa cómo la economía había terminado convirtiéndose en el principio rector de la vida de los argentinos durante los años noventa.

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La economía como filosofía
 Según Abraham en la década del noventa la economía se propagó y aspiró dominar todo el espacio cultural. La disciplina económica expresó el deseo de “ocupar un lugar fundante”, de arrogarse “el espacio ético” hasta demostrar sus “pretensiones filosóficas”. La economía en tanto filosofía entronó en Argentina a la empresa como “nueva institución madre” y a su hijo preferido, el “emprendedor”, como “nuevo líder padre”.

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Esa transmutación de la economía en filosofía vino acompañada por la reducción del rol tradicional del Estado “como mediador de conflictos sociales y protector de sectores débiles”. Si durante un siglo el Estado fue considerado un dinamizador económico e instrumento de compensación de los desequilibrios del mercado, en el relato de los nuevos filósofos se presentaba como una “cuna de parásitos, abrigo de temerosos y corruptos, monstruo que traga los ahorros de la sociedad civil para repartirlo a un ejército de burócratas”.

¿Les suena? Los economistas pasan, pero sus discursos parecen repetirse en cada estación. El que nunca dijo eso de que “hay que pasar el invierno”, que tire el primer plan de ajuste.

 Concluye Tomás Abraham: “los economistas han sido los protagonistas de la escena pública de la década que termina. Los diagnósticos eran de ellos, las terapias también”. Podría incluso decirse que los economistas reemplazaron a los discípulos de Sigmund Freud: “los economistas se han convertido por los azares de la historia en el gremio más importante y hasta prestigioso de nuestra cultura, desplazado así al grupo hegemónico que durante dos décadas tiñó nuestro lenguaje cultural: los psicoanalistas”.

La Argentina, ese país que sigue negándose a abandonar el siglo veinte, acaba de darles otra oportunidad a los discípulos de Friedrich von Hayek, Milton Friedman y otros gurúes menos conocidos como el ídolo de Javier Milei, el teórico del anarcocapitalismo Murray N. Rothbard, y no dudarán en aprovecharla.

Economicismo al gobierno

Si algo caracteriza a los grandes estadistas y líderes políticos es su capacidad discursiva. Grandes oradores como Juan Perón o Raúl Alfonsín podían interpelar a toda la sociedad desde el balcón de la Casa Rosada y, un rato más tarde, reunirse con un grupo de intelectuales para hablar de filosofía o intercambiar ideas con los sindicalistas. Esa capacidad de modelar el discurso y adaptarlo a sus interlocutores es una herramienta de seducción política tan útil como imbatible.

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Después de escuchar la arenga de Javier Milei el día de su asunción, cuando se dirigió a sus seguidores de espaldas al Congreso, de cara al sol y rodeado de neofranquistas y bolsonaristas, queda la duda de si es capaz de enunciar un discurso que vaya más allá del economicismo de barricada. Es como si al nuevo presidente de la Argentina le costara articular otro tipo de intervención, usar palabras diferentes o modular otras formas de intervención discursiva. Ya ni hablemos de intentar seducir a posibles interlocutores que no comulguen con sus ideas o planteos.

Los discursos de barricada pueden resultar de utilidad para conseguir votos en una campaña electoral, pero no sirven para sostener un gobierno a lo largo de cuatro años. El economicismo puro y duro quizás es rentable cuando se habla de inflación o tipos de cambio en un panel televisivo, pero un presidente que no sabe afrontar problemáticas sanitarias, educativas o sociales en su propia especificidad está condenado al aislamiento discursivo.

Dicho en otras palabras: la solución a los problemas sanitarios, educativos o sociales no se puede abordar recurriendo a la muletilla economicista según lacual “el libre mercado soluciona todo” o repitiendo el padrenuestro neoliberal de Alberto Benegas Lynch (hijo). Javier Milei, y con él buena parte del país, corre el riesgo de sucumbir a su propia endogamia discursiva.

Atrapados en la economía

Volviendo al libro “La empresa de vivir”, según Tomás Abrahamen la Argentina de los años noventa la política y los políticos quedaron “desarmados” ante la magnitud del “poder conversor y moldeador de los capitales” que tanto preanunciaban “paraísos” como instalaban “infiernos”. ¿Cómo evitar que la economía vuelva a convertirse en una filosofía que domine el espacio cultural y hegemonice el lenguaje que hablan los argentinos? ¿Cómo hacer para que la disciplina económica abandone ese “lugar fundante”, ese “espacio ético” y regulador de la vida social? ¿Cómo escapar de la endogamia discursiva economicista que proponen Javier Milei y sus acólitos?

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Casi treinta años antes de Tomás Abraham otro autor argentino que también navegaba con pasión por las aguas filosóficas reivindicaba la primacía de la política: “¿Qué les queda a los países dependientes? Solamente la política. En nuestro país, por ejemplo, no es casual que los gobernantes y los ideólogos de los monopolios tengan una misma meta: despolitizar. Así lo intentó Onganía, así lo proponen los desarrollistas…”, escribía José Pablo Feinmann en 1974.

Al convertirse en filosofía y actuar como reguladora de la vida social y discursiva, la economía termina por arrinconar y desplazar a la política. Para eso millones de argentinos votaron a Javier Milei: ¿acaso no hay que “acabar con el curro de la política”? Al morir la política, como decía Feinmann, solo queda la economía, y aceptar ese campo de luchas y sus reglas de juego “es sencillamente condenarse a perder”. Y advierte: “sólo quienes poseen la economía pueden hacer de ella su arma de combate y confiarle sus proyectos políticos. Pero los pueblos sometidos no tienen la economía, la economía los tiene a ellos. O más claramente, la economía que tienen no les pertenece”. Sólo les queda la política.

La práctica política está tan desprestigiada en la Argentina que el economicismo anarcocapitalista encontró una amplia fisura para penetrar a sus anchas en la masa electoral y volver a instalarse como filosofía fundante de la sociedad. Nunca en la historia argentina contemporánea un gobierno había intentado implementar esa visión de manera tan radical ni hasta sus últimas consecuencias, ni siquiera durante los tenebrosos años de la última dictadura. Muy a pesar de Martínez de Hoz, a los militares les encantó ocupar ministerios, secretarías, direcciones y medios de comunicación. Ahora es diferente.

Una hora de clase, un riñón o un niño: todo se puede comprar o vender en la Argentina imaginada por Javier Milei y sus cachorros (no solo perrunos). Huir del fundamentalismo económico no será fácil, como tampoco reconstruir otras discursividades y recuperar la política -entendida de una forma diferente a la que estamos acostumbrados-, pero quizás sea la única vía de salida a este páramo.

*Profesor universitario UPF-Barcelona. Autor de “La Gran Enciclopedia Argentina” y “La Guerra de las Plataformas”