OPINIóN
Análisis

Las elites organizan el descontento social contra su sistema político con dispositivos que las seguirán beneficiando

La clase dominante externaliza en la sociedad su impulso autodestructivo producto de su carencia de proyectos. Clave es evitar que la democracia se autocelebre negándose.

Marionetas - 1898 - León Wyczólkowski
Marionetas - 1898 - León Wyczólkowski. | Cedoc

“Las clases dominantes siempre han buscado inculcar en sus subordinados la capacidad de sentir la explotación y la pobreza como culpa, mientras se engañan a sí mismas creyendo que sus intereses materiales coinciden con los intereses de la humanidad en su conjunto”.
Christopher Lasch en “La cultura del narcisismo”, 1991.

1. Las elites organizan el descontento social que produce la decadencia de su proyecto político inviable con dispositivos que la seguirán beneficiando.

Trump, Bolsonaro o el dispositivo histriónico que conocemos localmente son sólo síntomas -drásticamente diferentes en su calidad- de la crisis generada por los proyectos políticos inestables y cortoplacistas de las elites durante las últimas cuatro o cinco décadas. Esto incluye las elites políticas pero sobre todo a las económicas, sus disputas internas, que son las que diseñaron la cancha inclinada, firmaron los contratos internacionales, pusieron las reglas, las suspenden y las cambian a piacere, venden las planchas de césped y sistema de riego a los clubes, manejan los grupos de choques de barras y controlan a los árbitros. Incluso equipos técnicos y jugadores talentosos, disciplinados y con vocación de jogo bonito tendrán una tarea titánica para evitar irse/mandarnos a un descenso infernal en las próximas décadas, años o meses.

La crítica a la casta política la lleva adelante un miembro de la casta financiera en una fuerza política con claras conexiones con el sistema político, empresarial, las fuerzas militares, la propia Corte Suprema y mesas de dinero anarco-fantasiosas, todas conexiones y contactos que no se niegan sino que se resignifican. En esos ámbitos de casta financiera el Estado es un actor clave. En ellos se vive traficando información económica privilegiada desde espacios estatales (Banco Central, Bolsa de Valores, etc) con mucho conflicto de interés y cuestiones éticas (risas) que no se discutirán nunca. Es un sector satelital históricamente activo de la elite financiera que critica a la elite política, partidaria y empresarial transversal a través de medios de comunicación que son sobre todo de la elite económica (con claros lazos y pasados partidarios). Proyectan así una narrativa intensa sobre un malestar social real que los diferentes partidos políticos produjeron y no quisieron ver porque viven encerrados en cámaras de eco y escuchando a sus propios escribas en sus burbujas endogámicas.

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En un modelo económico cada vez más especulativo –con problemas estructurales cada vez más graves, con falta de dólares, una moneda en colapso y una inflación potenciada–las elites especulativas se vuelven incluso atractivas para las elites empresarias e industriales, productivas en general, hasta que las burbujas exploten y el ciclo vuelve a cero con mayorías perdedoras y minorías victoriosas. La alianza circunstancial de una elite porteña clasista, con tintes eugenésicos malthusianos y profundamente antipopular con sectores federales empobrecidos, enojados y jóvenes habla de la insensibilidad y abandono de la clase política hacia sus propias bases sociales. Aparece un plebeyismo autoflagelante que el progresismo académico estaba estudiando desde lejos, con sus claros sesgos y clasismos, proyectando preferencias identitarias y republicanas de moda, sin escucharlo detenidamente ni querer conocer su realidad cotidiana.

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Estos dispositivos terminan perjudicando a las mayorías que los votan y benefician a las elites que de forma intensa pero guionada critican. Son dispositivos que demuestran la sobreproducción de elites, la disputa entre viejas elites desconectadas y nuevas elites cínicas y letales pero en diálogo con el malestar social. La crítica es tan falsa como efectiva porque es un catalizador artificial de emociones reales y de beneficios concretos para esas elites histriónicamente criticadas. La crítica es tan performativa como un adulto infantilizado en tiktok en busca de audiencia y estatus social mientras sus derechos desaparecen. Sin embargo, la diferencia es que mientras Bolsonaro o Boris Johnson hacían sus declaraciones extremas enriquecieron a ciertos sectores concentrados; la performatividad cultural en la que vivimos hace 15 años nos empobreció y estupidizó estructuralmente.

La elites canalizan la crisis de sus proyectos políticos insostenibles beneficiándose. Otro hermoso ejemplo de la resiliencia tan promocionada. Aprender de las derrotas externalizando su costo en las sociedades a las que se llena de pobreza, ansiedad, angustia, crueldad social y guerras culturales de distracción, en última instancia, embrutecimiento en loop. El empobrecimiento generará nuevas riquezas para las elites -también infantilizadas- que en el fondo siguen sin imaginación y con sus impulsos suicidas cada vez más vocales, exteriorizados, pidiendo a gritos un límite exterior, un freno adulto.

Siempre las elites sádicas e infantilizadas que no tienen freno se vuelven autodestructivas. Por eso mismo otras elites históricas, más comprometidas con su propia supervivencia y la de su entorno, pensaron en instituciones políticas para establecer frenos y contrapesos internos que se desnaturalizan cuando se vuelven obsecuentes.

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Es más, los dispositivos de tormentas benefician a las elites con ganancias extraordinarias, tan descomunales como los fuegos que crean para después apagarlos, concentrando poder excepcional. Los beneficios son muchos más que con los sistemas políticos y partidos históricos cooptados y disciplinados por aquellas. Ese es su principal atractivo para las elites en este momento. Martínez de Hoz, Cavallo y Milei, como dispositivos de políticas de shock, pueden tener mucho en común. Hay diferencias cualitativas en la destreza política de Carlos S. Menem con todos los anteriormente mencionados.

¿Qué pasó en 1989-1991? Se concedió todo a las elites y, disputa descarnada de las elites productivas y financieras mediante, eso aseguró estabilización (“pacificación social”) en lo político y social. Así éstas hicieron y deshicieron sin frenos ni contrapesos lo históricamente construido por el esfuerzo de generaciones y retiraron de lo público, con las formas del derecho administrativo, el patrimonio colectivo de los argentinos, pagando comisiones respectivas. Se construyó un modelo económico insostenible -la convertibilidad- para el engaño colectivo y finalmente, con una estabilidad mentirosa, se abrió el juego para que el sistema bipartidario legitimara lo hecho, incluyendo a sus adversarios políticos en la comunidad de negocios con el Pacto de Olivos en 1993 y la reforma constitucional de 1994. Este pacto hizo desaparecer al radicalismo como fuerza mayoritaria pero también castró a todo partido político como fuerza potencialmente transformadora. La fuerza transformadora es la elite que hizo la visible reforma del Estado y una menos visible amputación/cooptación del sistema político.

A toda fuerza política le queda la gestión de una bomba de tiempo con un modelo económico inviable y una deuda impagable devorando todo rubro del presupuesto nacional. La elite diseñó un modelo de acumulación que atrapa al sistema político en un laberinto económico, en un corset estructural que lo sofoca. Queda gestionar dentro de esa trampa y no hay muchos Harry Houdini’s ni René Lavand’s en la política argentina. El modelo de acumulación es una trampa, el sistema político parece cooptado y la democracia tiene ese territorio definido por una elite que le constituyó esta nueva forma castrada de gobierno democrático. Una democracia zombie con hambre de dólares en lugar de cerebros, aunque necesite urgentemente de éstos últimos para reconocer la trampa y salir de ella.

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Lo que puede estar pasando ahora es un nuevo ciclo de ese patrón de acumulación. El dispositivo puede ganar una elección, un ballotage y luego asumirá. ¿Qué hará? Delega el poder a los grupos concentrados y sus economistas de shock, la elite oligárquica se expande, privatiza todo lo privatizable de forma expedita, transforma lo público en privado, viola la Constitución con la suprema complicidad, crea un mecanismo de distracción para empobrecer, nuevas fuerzas de seguridad para consolidar el Estado punitivo profundizado, para reprimir la resistencia a sus medidas, después vuelve comunidad política -lo que quede de ella- rediseña lo inviable nuevamente con placebos y parches. Otro ciclo de empobrecimiento organizado por los mecanismos de la elite para defender y expandir sus privilegios. Todo a costa de empobrecer a la sociedad.

2. Los influencers del deterioro cognitivo y del pánico social.

Los influencers del deterioro cognitivo y de la regresión infantilizante aportaron su grano arena para crear un mercado de autodestrucción en el que se elige entre diferentes opciones electorales de necropolíticas. El antivitalismo tiene mucho de vitalista y lo vitalista tiene mucho de antivitalista. Los que quieren las políticas de negación de derechos están rozagantes de vida, seducen, atraen, son hábiles. Los que dicen defender derechos están desanimados, sin gracia ni alma, ni capacidad de reacción más allá de la indignación circular.

Las fuerzas “vitalistas” son parte del antivitalismo en crecimiento desde hace tiempo. Esa fuerzas renunciaron a escuchar, renunciaron a hacer política constructiva, paciente y lenta, madura y seria, sensible y profunda, así se autocastraron, se autosegregaron, empezaron a hacer silencio ante procesos dañinos vinculados a modas reaccionarias de diferente “ismos”, crearon sus propias necropolíticas, empezaron a violar derechos humanos como parte de un rito festivo, a escrachar, a perseguir, a torturar, a acusar por deporte, a organizar humillaciones públicas y destrucción de reputación privadas, orquestar desprestigios, empezaron a cancelar el futuro de todos con su superariodad moral y a ser tan crueles como las fuerzas antivitalistas. Manipularon con miedo y potenciaron los problemas de salud mental, ansiedad y la soledad que cruzan la sociedad. Puro narcisismo en búsqueda de estatus moral sin control, sin freno, sin un adulto responsable, sin líderes de movimientos sociales que les diga que están haciendo daño y se están haciendo daño junto a toda una generación con esa mentalidad de enjambre y sus acciones demenciales.

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No debe extrañar que sectores que hoy posan de antipunitivistas, que hablan de derechos humanos y políticas de cuidado, hayan violado toda garantía constitucional posible. Organizaron linchamientos, institucionalizaron formas de gran jurado popular por Whatsapp, crearon redes de rumores burocráticos, de pánicos morales para la cancelación, de fabulaciones temerarias. Y después de organizar las patrullas de persecución y las policías de pensamiento se sorprenden de la oscuridad en el horizonte que construyeron. Al usar las estrategias de manipulación y miedo para ganar atención en el centro de la escena construyeron las herramientas que usarán las fuerzas autoritarias contra todos y todas. Al usar la mentira cínica y el pánico moral artificial crearon traumas sociales y una emergencia de salud mental que algunos capitalizarán para concentrar más poder.

A la demencia e irresponsabilidad de ciertos sectores que posan de izquierda actuando de forma tanática y narcisista le puede seguir una demencia e irresponsabilidad de la derecha más extrema, feroz y letal. Como otras décadas en la política argentina lo grafican, no hay reflexión colectiva ni freno institucional ante procesos de sugestión de masas e histeria social, frente a los sacrificios generacionales. Hay capitalización de las elites de los gravísimos errores de las generaciones autolacerantes. En estos espacios hemos intentado reflexionar abiertamente, sin ánimo de identificar actores explícitamente, sobre los procesos espectaculares de pánico orquestado -especialmente de aquellos públicos y documentados con lujo de detalles- cuando mencionamos las patrullas de choque, el uso de mecanismos institucionales para linchamientos y la violencia política autogestiva en ascenso. Las políticas de manipulación a través del pánico para ganar audiencias y solidaridad envenenada, las guerras culturales y la angustia inflacionaria alimentaron la crueldad social, potenciaron el autoritarismo y consolidaron el clima para la formación de un Estado punitivo y represivo.

Las guerras judiciales -como expresión elitista y legal de las guerras culturales- fueron producto de la negación de la política democrática, de la escucha a la sociedad y de la responsabilidad que tiene la clase política para con sus representados y con las generaciones anteriores. Las guerras judiciales son riesgosas pero es mucho más peligroso que el malestar social sin atención te fagocite toda la acción política y te hunda en las arenas movedizas de nuevos autoritarismos.

Las elites sádicas e infantilizadas que no tienen freno se vuelven autodestructivas
Las elites sádicas e infantilizadas que no tienen freno se vuelven autodestructivas

Las guerras culturales son el traslado de los impulsos de muerte de las elites -y sus guerras corporativas, comerciales y judiciales sin fin- a la sociedad en formas de guerras identitarias producto de la fragmentación publicitaria de sus miembros. Primero se fabrica la necesidad artificial de la demanda, después se construye la oferta para ese impulso de muerte dentro de las batallas culturales. Las guerras culturales generan más traumas sociales y soledades que potencian las políticas de resentimiento. Además de ser un mecanismo hipereficiente de distracción en la era del narcisismo patológico. La cultura de los trolls tiene como principal objetivo distraer hasta el cansancio, hasta el silencio que trae vivir en un ruido ensordecedor. Desplazar el centro de atención a través de la herida narcisista que se realiza con un comentario irónico, con racionalizaciones infértiles y una invitación a conversaciones inútiles. En última instancia, alienar la atención es controlar, distraer es dominar.

Por un lado, la generación actual demuestra características autodestructivas manifiestas al vivir en una adolescencia perpetua, en un limbo de nihilismo, entre la euforia y la depresión, en un ciclo ansioso de destrucción creativa. Por otro lado, la elite es cada vez más bruta, soberbia y autófaga. La elite autófaga y la generación autolesiva son dos elementos de nuestro futuro en espejo. No importa quiénes son los culpables -castigar es parte del problema, no de la solución- ni los que lucran de esta situación, lo prioritario es reconducir el impulso de muerte, crear una salida a la trampa de la autolesión colectiva.

3. Evitar que la democracia autocelebre sus 40 años negándose.

Debemos actuar para frenar el hedonismo depresivo, el placer narcisista que nutre el desánimo colectivo. Para recobrar la acción política debemos dejar de desear sin límite. El discurso es deseo, actuar es reparar. El sistema político se miente a sí mismo todo el tiempo, simplemente fantasea. El sistema político fantasea en sus construcciones narrativas, mediáticas y gobernar hoy más que nada es salir de los círculos que proveen las mentiras que se repiten frente al abismo. Las campañas de miedo que se incentivan son propias de un Estado de negación, no su solución. La clase política vive en fantasías políticas como las elites viven en tecnofantasías de la inteligencia artificial o el consumo/desarrollo infinito en un mundo finito. Renunciar a esas fantasías es precondición para actuar maduramente.

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Hay que superar el juego agónico y excluyente de suma cero a nivel político que nos llevó a esta parálisis de la política como construcción, para evitar entrar en la etapa más profunda de la destrucción. El principal desafío de la política es económico y cultural, contener la angustia económica que impulsa la desesperación política y reconstruir una cultura del respeto y de confianza. Reducir a su mínima expresión los incentivos a la confrontación que nos empobrecen. De la desesperación se sale con una confianza revitalizada en que nos protegemos comunitariamente ante la desgracia y la catástrofe -aunque sea autoprovocada-, proteger a todos y reconocerlos como parte de la comunidad de iguales.

Para eso tenemos que rediseñar el sistema de cooperación de la acción política porque hace tiempo jugamos con el fuego de la grieta y las llamas de las guerras culturales en tiempos en los que el calor y los incendios será lo que más probablemente nos mate a todos. Coordinar y cooperar en política frente a los problemas que nos esperan a nivel ambiental es una prioridad vital en sentido literal.

De la oscuridad se sale con mucha imaginación y sobre todo con acción inspirada en esa imaginación madura y situada. Hay que construir puentes en ríos salvajes, arreglar el barco en una tormenta sin igual, pero justamente hay que hacer todo lo que se pueda más allá de todo reconocimiento, de toda posibilidad de éxito, más allá de los ojos de los demás. Por el honor de haber hecho lo que se tenía que hacer. El actuar comprometido y responsable de adultos nunca requirió validación externa. Igual que la verdad no depende de las audiencias. Hay que jugar bien sin atender a las tribunas. Muchos ya intentaron vivir en un mar de validación externa, de risas grabadas, de éxitos publicitarios, de entrevistas arregladas, de expedientes mentirosos, de denuncias falsas, de soluciones mágicas, de riesgos controlados, de pactos a espalda del pueblo y nos dejaron próximos al precipicio. Hoy sabemos que esas retóricas eran tan efímeras como débiles sus construcciones.

Todo lo que está mal en Argentina se repara con todo lo que está bien en Argentina. El modelo de aquellos que vieron a la política como un negocio endogámico está mostrando sus límites y sus resultados. El futuro de la democracia depende de tomar a la política como un taller social, como una ferretería existencial para reparar la fractura en sus bases y pilares fundamentales, en lo humano y en lo espiritual, lo económico y lo político, lo cultural y lo institucional. Defender la democracia es levantar la dignidad de una comunidad deprimida y sin proyecto, es imaginar con ella un nuevo régimen de felicidad social posible -inclusivo como los festejos de Diciembre pasado-, es no caer en la traición del pueblo hacia el pueblo a la que parece llevar la desesperación y descomposición inoculada. Es evitar que la democracia se celebre negándose y ponerse manos a la obra para reparar todo lo que necesite paciente y disciplinado cuidado y reparación.

 

Lucas Arrimada da clases de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.