OPINIóN
Desde madrid

Diario de la peste: el miedo

¿Cómo es posible que en la cuarentena se consiguió doblegar la curva y alcanzar cifras razonables, de repente estemos al borde del abismo otra vez?

Madrid en cuarentena
Madrid en cuarentena. | AFP

Cada vez son más los que comentan que sienten cierta extrañeza al mirar una película o una serie y ver las relaciones de proximidad física entre los protagonistas sin mascarillas ni cuidados. El mismo asombro que provoca un actor o una actriz al encender un cigarrillo en una película actual. Para llegar a esto último han pasado unos años, hasta que la «nueva normalidad» antitabaco se instalara en nuestra conciencia. Para el hábito del uso de la mascarilla o la distancia física han pasado solo unos meses.

Otro rasgo particular es la permanencia en la burbuja con el contraste de exponerse en el espacio externo. La experiencia de cuarentena ha llevado a la adaptación rápida a resolver cuestiones cotidianas en el ámbito de la vivienda; el fin del confinamiento abre una nueva fase que no es el retorno al estado anterior, es la conquista y la adaptación a un tercer capítulo existencial (si tomamos como punto de partida el estado de las cosas antes de la pandemia), donde el miedo tiene menores posibilidades de ser resuelto: en el encierro, el propio abrigo de las paredes era un atenuante; en el espacio abierto, la exposición es absoluta. Todo genera inestabilidad, inseguridad: somos totalmente vulnerables.

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El relato contribuye a que el estado de tensión se amplifique. Ningún día comienza con paños tibios, al contrario, el «más difícil todavía» se repite cada mañana porque la llamada «nueva normalidad» implica retomar desde el estado de alarma subjetivo las actividades abandonadas antes de la covid-19. Las clases, por ejemplo. Aquí han comenzado ayer y siguen en el aire cuestiones centrales: las pruebas PCR a los docentes, la cantidad de personal nuevo –que aún se sigue contratando– para atender las aulas con menor cantidad de alumnos, el protocolo ante niños o maestros que se contagien, la logística con el cuidado de esos niños en casa ya que sus padres deben dejar el trabajo para cuidarlos, y, por último, como tema no menor, aquellos que dudan en enviar a los hijos a la escuela porque el miedo los atenaza.  

Desde la escuela se puede mirar el país, el continente, el mundo.

Suben las cifras en todas partes sin excepción, con diferentes velocidades, atendiendo a las capacidades económicas y de las infraestructuras sanitarias de los países y a las incapacidades de algunos gobiernos. No es lo mismo Angela Merkel que Donald Trump ni Jacinta Arden que Boris Johnson. No es casual que sean mujeres como Mette Frederiksen, la primera ministra danesa o la noruega Erna Solberg

En España hemos superado ayer el medio millón de contagios y, si bien tenemos una tasa menor de mortalidad, somos, después de Rusia, la mayor cota europea de infectados. No hay explicaciones oficiales. ¿Cómo es posible que en la cuarentena se consiguió doblegar la curva y alcanzar cifras razonables, de repente estemos al borde del abismo otra vez? Ni el Gobierno nacional ni las comunidades asumen el fracaso. Una vía de sentido puede ser que se haya abierto a la actividad antes de tiempo. Otra es que se haya fracasado en el protocolo sanitario que se diseñó para encarar esta etapa. Otra razón es la evidencia que nadie quiere asumir: los recortes y la austeridad de la última década han deteriorado tanto a la salud pública que su calidad ha quedado convertida en un mito. La capacidad de plazas para pacientes de terapia intensiva es una prueba: la relación con Alemania parte con una desventaja de 3 a 1 y con respecto a Francia de 3 a 2. Lo más probable es que estemos ante una combinación de todos los factores. Esto produce miedo en cantidades ingentes.

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Debemos sumarle la inevitable fatalidad de que el confinamiento o las restricciones son privilegio de las clases acomodadas ya que, por ejemplo, en Madrid, los índices de contagio entre los barrios acomodados (Salamanca, Chamberí, Argüelles) están a una distancia sideral de las barriadas populares (Carabanchel, Vallecas, Usera). Puede que las mismas cifras que se registren entre Belgrano y La Matanza en Buenos Aires, porque la distancia social, en este caso económica, es en todas partes igual.

El filósofo Theodore Zeldin decía ayer, en una entrevista, que la libertad más importante es la libertad del miedo. Sostiene que hay una pulsión por alcanzar puestos directivos más que por ascender socialmente para acceder al poder y defenderse así del temor de ser dominados por otros. Zeldein, autor de la Historia íntima de la humanidad, teoriza sobre el diálogo, la conversación, como verdaderos transformadores de las relaciones, reconoce el problema que representa la pared de silicio de Zoom o Skype a las que no vemos sometidos en lugar del natural cara a cara. Antes de la pandemia, en la antigua normalidad, del otro nos separaban las diferencias sociales. Ahora existe el peligro de que el otro nos contagie. Al resquemor de la desigualdad le hemos sumado el miedo. Nos despierta por la mañana y con él cruzamos el día.