Avalado por el entonces juez de Garantías de La Plata, César Melazo, y el titular de la Comisaría 3ª de Los Hornos, Sebastián Cuenca –hoy, el primero con prisión preventiva y acusado de ser el líder de una asociación ilícita, y el segundo exonerado y condenado por la causa de los sobres de coimas policiales–, Federico Lisi (25) pasó tres años y nueve meses preso, acusado de un crimen que no cometió. Exactamente 1.375 días encerrado en la Unidad Penitenciaria Nº 1 de Lisandro Olmos, junto a otros internos comunes y cumpliendo penas por graves delitos.
Tras un juicio por jurados llevado a cabo en el TOC II de La Plata que duró cuatro días y culminó el viernes 20, fue declarado “no culpable” luego de las declaraciones de 20 de los 32 testigos convocados, recuperando así una libertad que nunca debieron abortarle.
En diálogo con PERFIL, a pocas horas de haber vuelto con su mujer y su pequeño hijo de 4 años, contó la traumática experiencia de estar encerrado las 24 horas, sin contacto alguno con el afuera más que en las visitas, y siempre alerta para no quedar envuelto en las cotidianas y sangrientas peleas dentro de los penales.
“Hay que saber vivir ahí adentro. A mí me tiraron con la población común. Cuando ingresé no entendía nada, escuchaba ruidos por todos lados y me preguntaba ‘dónde estoy’. Me pasaron por distintos pabellones, donde conviví en uno con 17 internos y en otro con siete”, dijo, y añadió: “Tuve muchas discusiones y roces, y en algunos lugares me quisieron sacar mis cosas, pero nunca pasó a mayores. Sí presencié peleas graves”.
"Me levantaban a las 3 para ir al juicio y me tenían en el camión de traslados hasta las 9, cuando arrancaba"
Aseguró que las riñas “eran de momento” y si bien “al principio me costaba dormir, porque tenés miedo a que te pase algo, ya después te acostumbrás”. Acompañado de muros, rejas, penitenciarios y compañeros que jamás vio, reveló: “Pensaba todo el día, todos los días, por qué me pasaba esto, sentía una impotencia enorme y quería irme a casa. Me preguntaba ‘por qué a mí’. No quiero volver nunca más, fue una pesadilla”.
Un crimen impune. Federico hace referencia al asesinato por el cual lo llevaron a prisión durante casi cuatro años, del que recién pudo demostrar su inocencia gracias al aporte clave de sus abogados: Gonzalo Alba, Lautaro Iroz y Mauro García Strigl, quienes tomaron el caso a principios de 2016.
A Miguel Angel Quesada (62) lo mataron de cuarenta puñaladas en su casa de 138 entre 60 y 61, en el barrio platense de Los Hornos, entre las 19.30 del martes 15 de diciembre de 2015 y las 7.30 del miércoles 16. Lisi era uno de sus dos ayudantes en las labores de electricidad a las que se dedicaban, y fue a su domicilio durante la noche de ese miércoles, transcurridas ya unas 12 horas del homicidio. Vecinos lo vieron tocar el timbre y marcharse, al no tener respuesta del otro lado. Al día siguiente regresó, alarmado por la falta de noticias de su jefe, y se topó con la presencia policial. Era el inicio de su pesadilla.
“Cuando llegué vi un montón de gente, me llamaron como testigo y fui. No entré a la casa, pero me dijeron qué había pasado”, rememoró, y aseveró que no bien llegó a la Comisaría 3ª “me echaron la culpa, sin tener nada en mi contra. Me preguntaron qué era del fallecido y comenzaron con una seguidilla de maldad verbal. Nunca me ofrecieron asistencia legal”.
Sin estar condenado, pasó 1.375 días preso, hasta que fue absuelto en un juicio por jurados.
Presionado, hostigado y bajo amenazas de peores cargos a menos que se responsabilizara, lo hizo: “Tras dos horas diciendo que no tenía nada que ver, me autoincriminé para salir del momento, pero fue peor. Era el cumpleaños de mi mamá y quería irme cuanto antes a mi casa. Pensé que si decía que había sido yo podrían soltarme, y nada que ver: no salí más”. Los responsables de esa tortura psicológica fueron “cinco policías, que me volvían loco en una oficina”. Algunos de ellos eran detectives de la DDI. Como si fuera poco, quisieron inculparlo de un segundo incidente, que se había materializado estando él ya en la dependencia. “Dijeron que también había intentado matar a una embarazada”.
Fue trasladado de la Seccional 3ª a la 14ª de Melchor Romero, donde pasó Navidad, mientras que para Año Nuevo ya se encontraba en la Alcaidía 2ª de La Plata. El 27 de enero lo mandaron a Olmos, y allí se quedó hasta el pasado viernes.
Violentas requisas. Aconsejado por su padre para despejar la mente, Federico pidió trabajar y lo hizo en el taller de desarmes tecnológicos, de 8 a 16, para después, ya en su último tiempo en el penal, encargarse de la basura. Sin embargo, sus tareas nunca fueron remuneradas. “Tenían que darnos el 15% pero ni siquiera nos dieron una tarjeta”, se resignó, y añadió que tras la jornada laboral “volvía al pabellón y pasaba el tiempo. Se puede estudiar, tomar mate, escuchar música. Tenía compañeros que iban a la facultad y otros que hacían la primaria o secundaria”.
Las requisas, dijo, siempre eran momentos complicados: “Eran violentas, nos rompían la tele y daban vuelta todo. No había un horario, podían ser en cualquier momento”. Sin embargo, puntualizó que “había guardias y guardias; algunos nos dejaban hasta cualquier hora, pero otros tardaban hasta cuando tenías que ir a sanidad, te ignoraban”.
Ya en libertad, lo primero que hizo fue recuperar el tiempo perdido con su familia, además de un emotivo reencuentro con su mujer y su hijo. Aseguró que dejó amigos en la cárcel, “pero no sé si me animaría a entrar de nuevo, por más que sea de visita”. Y no dudó en sentenciar que muchos de ellos “son inocentes y no pueden demostrarlo”.
En la Seccional 3ª, policías de esa dependencia comandada por un comisario hoy procesado por delitos de corrupción lo apuraron junto a detectives de la DDI para que se declarara culpable.
Detectives nerviosos con discursos armados. Lisi estaba tan convencido de su inocencia que cuando a sus abogados les ofrecieron una condena de ocho años –ya había cumplido cuatro– él la rechazó. “Lo hablamos porque, entre costo y beneficio, tal vez le convenía”, razonó uno de sus letrados, García Strigl, y su colega Alba amplió: “No quiso saber nada y nos dijo que fuéramos a juicio. Por suerte pudimos adelantarlo, porque estaba programado para febrero de 2020”.
Más allá de la autoincriminación, no había evidencias. “Se relacionaba con la víctima pero no con el crimen. Se encontró su ADN en la casa de Quesada porque trabajaban juntos, pero también se levantaron otras dos muestras que continúan como NN”, coincidieron los facultativos.
Fueron fundamentales para la absolución las declaraciones de los policías que intervinieron en el apriete. “Estaban muy nerviosos. Fede me iba diciendo qué le había hecho cada uno”, recordó Iroz, y junto a sus compañeros indicó que “algunos declararon exactamente lo mismo, en una clara muestra de discurso armado. Otros decían no acordarse de nada”. El aporte del testigo que escuchó la confesión de Lisi ayudó a resolver el caso, ya que desmintió a la DDI. Sus detectives relataron que le habían leído los derechos y que, previendo que podía incriminarse, llamaron a la fiscal. “Quedó demostrado que nada de eso pasó”, culminaron los abogados.
Cronología
◆ En diciembre de 2015, el electricista Miguel Angel Quesada fue asesinado en su domicilio de cuarenta puñaladas.
◆ De inmediato y sin pruebas detuvieron a Lisi, uno de sus dos ayudantes. “Con él cerraban el caso del año”, dijo su abogado.
◆ En la Seccional 3ª, policías de esa dependencia comandada por un comisario hoy procesado por delitos de corrupción lo apuraron junto a detectives de la DDI para que se declarara culpable.
◆ Bajo amenazas de armarle peores causas, él lo hizo y quedó detenido.
◆ Sin estar condenado, pasó 1.375 días preso, hasta que fue absuelto en un juicio por jurados.