POLITICA
UN POCO DE HISTORIA

Miremos a Brasil: así fue la ejemplar transición de Cardoso a Lula hace 16 años

Ocurrió en 2003, cuando un sociólogo socialdemócrata que gobernaba desde 1994 cedió el poder a un exsindicalista que ganó la elección en su cuarta tentativa. Fueron premiados.

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1 de enero de 2003. Lula Da Silva se convirtió en el primer jefe de Estado socialista de América Latina desde el chileno Salvador Allende. | Cedoc

La democracia argentina se encuentra ahora ante dos caminos y ningún atajo: la primera opción es un cambio de gobierno traumático y vergonzoso, como el que protagonizaron Cristina Kirchner y Mauricio Macri en 2015 y que fue el hazmerreír del mundo.

El segundo camino consiste en intentar imitar el ejemplar acuerdo de transición democrática logrado por el presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso y su sucesor, Luiz Inácio Lula da Silva, en 2002, quien se autodefinió como "el heredero de una de las mayores deudas sociales del mundo".

Pese a sus diferencias ideológicas, manifestadas con mayor virulencia desde que el ‘presidente obrero’ cayó preso por corrupción en 2018, el recuerdo de esa transición brasileña todavía puede servir de ejemplo para las democracias latinoamericanas. Tiempo más tarde, ya como presidente, Lula felicitaría a Cardoso por la cooperación brindada a sus hombres, diciendo que "nunca puso trabas" ni "retaceó informaciones".

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"Pienso que, sin proponérselo, Brasil dio un ejemplo al mundo", dijo Lula. Cardoso, por su parte, diría que actuó movido por la convicción de que las instituciones debían salir fortalecidas de la entrega del gobierno a un partido "que se opuso ferozmente al anterior pero que asumió el poder con el compromiso histórico de respetar el orden democrático y los valores republicanos".

El acuerdo fue una necesidad 

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El mundo temía que Brasil se convirtiera en potencia comunista y las encuestas señalaban a Lula como el triunfador. El 27 de octubre de 2002, el un ex obrero metalúrgico y líder del Partido de los Trabajadores, ganó las elecciones presidenciales con el 61,3% de los sufragios, convirtiéndose en el presidente más votado en la historia de Brasil, imponiéndose en 26 de los 27 estados brasileños. Atrás quedaron José Serra, ministro de Sanidad de Cardoso (23,2%) y los candidatos Garotinho y Gomes.

El nuevo gobierno vendría a reemplazar una gestión conservadora que de a poco había comenzado a sumergir a Brasil en una crisis económica, perjudicando seriamente las posibilidades electorales del candidato a la sucesión elegido por su partido, el PSDB. Las principales preocupaciones de Cardoso en la recta final de su mandato eran la estabilidad de la economía y el pago de los próximos vencimientos de deuda pública, interna y externa. Brasil, décima economía de la región, tenía entonces índices de pobreza y desigualdad equiparables a naciones africanas.

Tras la devaluación del real, Cardoso no estaba dispuesto a sufrir una segunda humillación y caer en la situación de la vecina Argentina, que atravesaba entonces su peor crisis económica y había visto caer a varios presidentes en poco tiempo. La perspectiva de ver a la novena economía del mundo -en términos de producción- y la tercera de América en cesación de pagos o con la moneda desplomada, preocupaba a los operadores bursátiles y financieros que basaban en el gran mercado brasileño un volumen sustancial de sus negocios.

"Brasil no se convertirá en Argentina"

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En mayo de 2002, solo unos meses antes de la elección, la deuda total del Estado brasileño excedía ya los 250.000 millones de dólares y seguía subiendo ante los temores de que el candidato favorito, el populista Lula, aumentara el poderío de la izquierda en el continente. Ante la alarma suscitada en sectores conservadores por una eventual "alianza Fidel Castro-Hugo Chávez-Lula da Silva" y las advertencias de un "efecto dominó" izquierdista en la región, Lula tuvo que reconocer que, efectivamente, mantenía relaciones con esos dos dirigentes como las tenía "con otros estadistas del mundo", y que no había nada que temer.

En agosto de 2002, con el real devaluado un 30% desde enero, la inflación acercándose al 2% mensual, la economía decelerándose con rapidez y las calificaciones de la deuda pública y el riesgo inversor de mal en peor, Cardoso llegó a un providencial acuerdo con el Tesoro estadounidense para de un crédito del FMI por US$30.400 millones y la autorización de gastar US$10.100 millones adicionales de las reservas internacionales para defender al real de los ataques especulativos.

En septiembre, el candidato socialista estremeció a los mercados internacionales y profundizó la tormenta financiera brasileña al decir que “la economía de Brasil es frágil” pero que “este país no es una republiqueta cualquiera como Argentina, no quiebra”. Sus declaraciones provocaron incluso el desagrado en el gobierno de Fernando De la Rúa e hicieron que el real volviera a desplomar y alcanzara mínimos históricos.

Lula negó en una entrevista con el diario O Estado de Sao Paulo que su auge en las encuestas generara temor en los mercados, como señalaban analistas y funcionarios, y achacó a Cardoso la responsabilidad de de la fragilidad económica. “El gobierno no debería jugar con una cosa tan seria”, se quejó. “Decir que Brasil podría convertirse en una Argentina por la elección o que la Bolsa está cayendo y el dólar está subiendo por las elecciones sería intentar provocar en la economía el mismo efecto que la bomba que explota en el cuello de quien la está colocando”.

La victoria del presidente obrero

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El 28 de octubre, el mercado brasileño registró un retroceso del 4,4%, acumulando una caída del 29,49% en el año. Al día siguiente, el presidente electo fue recibido por Cardoso en el palacio presidencial para establecer la coordinación entre el Gobierno saliente y el equipo técnico de transición nombrado por él, dando pie a una suerte de cogobierno de facto en el mandatario electo desempeñó funciones institucionales en los dos meses previos a la transferencia de poderes.

A lo largo de los siguientes dos meses, Cardoso y Lula trabajaron codo a codo, dejando de lado diferencias ideológicas, para un cambio de gobierno pacífico, por el que ambos recibieron el prestigioso Premio Notre Dame 2003 por su Excelencia en el Servicio Público en América Latina. El galardón sirvió para “honrar el liderazgo mostrado por ambos hombres en las elecciones nacionales que representa la primera transición democrática entre dos presidentes elegidos en Brasil desde comienzos de los 60”, dijo la universidad que los entrega.

Al momento de recibir el galardón, Lula dijo que “la transición, tal como fue realizada, fue una especie de aviso al mundo”, por que muchos dudaban sobre la capacidad de Brasil de ejercer la democracia. Con la transición, agregaba Lula, "Brasil da un buen ejemplo al mundo" al mostrar que dos hombres pueden "ser adversarios políticos" y a la vez trabajar por el mismo proyecto democrático. Cardoso, por su parte, dijo que ambos sirvieron como "instrumentos simbólicos del pueblo brasileño".

“El presidente y todos nosotros habíamos entendido que ese proceso interesaba a toda la nación. Era una cuestión de Estado imponer una visión republicana a la transición”, relató un exfuncionario de Carodoso, Pedro Parente, que ejercía como ministro de la Casa Civil y coordinador de la transición por el lado del gobierno. “Empezamos a trabajar antes mismo de tener idea de quién podría vencer en las elecciones”, contó.

Un "Pacto de La Moncloa" brasileño

En noviembre, Lula logró reunir más de 130 brasileños influyentes, entre empresarios, políticos de todas las ideologías, empresarios, banqueros y terratenientes con sindicalistas y campesinos para sentar las bases de un acuerdo social similar a los Pactos de La Moncloa, de España, cuya prioridad sería definir políticas sociales y de creación de empleo y las bases para las reformas tributaria, laboral y agraria, entre otras, que luego iban a discutirse en el Parlamento

En diciembre, Lula viajó al extranjero para reunirse con un buen número de mandatarios americanos, entre ellos Eduardo Duhalde, el chileno Ricardo Lagos, el mexicano Vicente Fox y el estadounidense George Bush, y compartió con Cardoso el protagonismo de la cumbre del Mercosur celebrada en Brasilia el 5 de diciembre.

El 1 de enero de 2003, Lula se convirtió en el primer presidente que recibía la banda presidencial de manos de otro mandatario elegido democráticamente desde la transferencia de 1961 entre Juscelino Kubitschek y Jânio Quadros. En su discurso de investidura, Lula recordó sus principales compromisos electorales y reafirmó su objetivo concreto: "La misión de mi vida estará cumplida si al final de mi mandato cada uno de los brasileños puede desayunar, almorzar y cenar cada día".

Cuál era la “maldita herencia” que Cardoso dejó a Lula

A lo largo de los siguientes años, se escuchó varias veces a Lula referirse a la "herencia maldita" que recibió en términos financieros, pero jamás pronunció públicamente una crítica al proceso de transición que le ofreció el presidente Cardoso. Su antecesor había dejado numerosas asignaturas pendientes, pero avanzado en la consolidación de la democracia y la disciplina fiscal, y mantener eso sería el mayor desafío del primer presidente socialista de Brasil.

♦ Inflación. La devaluación del real en 2002 generó una presión sobre la inflación, que había sido controlada desde el primer año del gobierno Cardoso y que terminó 2002 despertando alarma al superar el 10% anual, lo que no ocurría desde 1995.

♦ Desigualdad. Cardoso criticó siempre la profunda desigualdad de riquezas, pero no logró alterarla.

♦ Hambre. La consigna básica del nuevo gobierno es poder terminar con el hambre. El desafío es hacerlo sin mandar por los aires la disciplina fiscal y sin perpetuar medidas asistencialistas y retrógradas.