¿Analizar por enésima vez la política semanal? No, gracias. Además, como lo probó el primer semestre 2010, es imposible. Para escribir sobre política hay que tener una república, o contar al menos con un país. Y aquí, desde hace un tiempo, solo hay paisaje. Ni los Unos ni los Otros atienden lo social de fondo, modifican estructuras o proyectan bien común. Ambulan. Especulan. Duran. Eso, Ellos. En tanto, un inefable Nosotros cívico prefiere optar por gustoso encierro domiciliario antes que protestar en vivo por tanta infancia y vejez a la intemperie.
El pueblo, la gente, la ciudadanía (o como diablos pudiera ser catalogado el colectivo que reside en esta geografía) solo se moviliza por pulsiones paradójicas. Para celebrar como victoria la derrota de un ídolo deshilachado o para alquilarse como figurines de yeso en actos de política ficción inflados de espontánea adhesión. Porque la real no existe y Citizen K. lo sabe.
Tozudo, se aferra igual al más motivador de los juguetes que guarda su memoria patagónica. Su "trineo mágico" resultó ser una vaquita de porcelana con ranura en el lomo, regalo de su padre un 6 de enero. Fue su Rosebud. Aquella alcancía infantil es su caja grande de hoy. Y por ahora, nuestro futuro depende de cuánto puso (y cuánto más pondrá) Kane en la panza de Su Vaca. De niño amarrocaba moneditas como pocos. En su adultez, multiplica dólares como nadie.
La Rural tendrá la prensa. Pero Citizen Kane tiene la Vaca. Aun así no es tema que alarme a mucha gente. La corrupción echó raíces. Se aquerenció. No duele. Lo que impera en esta demolida ex república es el pasatiempo social del populismo. Farsa de la derecha que consiste en simular que gobierna la izquierda. Algo tan incongruente como analizar política en un espacio humano que la desestima. Aunque no único. Hasta poco tiempo atrás, el universo aceptado no comprendía mucho más que el cielo visible, la tierra bajo los pies y la misteriosa compañía animal, vegetal y mineral.
Instalada como cuarto reino, la televisión puso muy pronto el mundo del revés. El espectacular artilugio vació el imaginario, redujo la oralidad y avasalló la costumbre. El control remoto inventado para extender su voracidad acabó recontrolado. Pulsarlo servía también para frenar el prepoteo publicitario y licuar en el acto el asomo de una banalidad. ¿Zappear o no zappear? aggiornó de modo tecno el dilema hamletiano. Pero la seduccion televisiva sigue siendo proporcional a nuestra capacidad de mentirnos. Por instinto de observación entramos sin chistar en su juego para acabar muriendo como mariposas en su hipnótico radiador. No todos. Sí muchos.
Ni es cierto que agonicen las ideas ni que murieran las utopías. Como sucede cada tanto (corsi e recorsi) cualquier día de éstos nos visita su entusiasmo. Lo que sí se acaba es una forma de encarar política, tevé, periodismo, educación y todo lo que venimos "deshaciendo" hasta hoy mismo. A la realidad aun le falta mucho para ser "de color", como la televisión. Ante la malaria espiritual que nos sofoca queda la chance de apuntarnos al club de perplejos anónimos y meditar hasta que escampe. Pueden hacerlo desde el panadero al buzo, desde el flautista al biólogo. Basta con aceptar que a veces"dos más dos son cinco", los "cuatro puntos cardinales tres: norte y sur", despreciar a los parlanchines de los palcos, y evitar toda palmada al hombro del Poder que sea.
Un cambio de época necesita inocentes asumidos no "pasados de rosca" consumidos. Cuánto más independientes de dioses, dados, y los Otros (que nunca se sabe bien quienes son), mejor para la época. A su espera, es buena cosa desaprender pavadas y activar una genuina perplejidad. Además de liberadora, es una forma austera de la alegría. Pena que no incluyeran en la Biblia (con aviso recomendado) la frase «Bienaventurados los perplejos porque de ellos será el reino de los cielos». Este versículo habría alegrado a Serguei Esenin. "Debería existir una flor llamada corazón" recitaba.(Solo un perplejo sueña así)
(*) especial para Perfil.com