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OPINIÓN

Bolsonaro, ¿la reencarnación brasileña de Milosevic?

El pueblo de Brasil decidió entregarse a los brazos de un político que promete caricias para los mercados y mano dura para los narcos, los criminales y los corruptos.

Jair Bolsonaro 10312018
Jair Bolsonaro, flamante presidente de Brasil. | Bloomberg

El lunes 29 de octubre de 2018 Brasil amaneció aturdido. En algunas calles se aprecia la euforia en los cánticos y se observan militantes de Jair Bolsonaro simulando ejecutar balazos a los delincuentes o ensayando saludos militares. En otros espacios del mismo país, la nostalgia se abraza con la derrota al ritmo del silencio y la congoja. Es que se trata del fin de un ciclo y el inicio de una democracia tan nueva como rara, que legitimó –con votos– que se empiecen a callar las voces de las minorías. Los años dorados del Partido de los Trabajadores (PT) hoy son parte del pasado. Comenzará una nueva era verdeamarela, custodiada por  militares y por el poder económico. El pueblo brasileño decidió, mediante el sufragio, entregarse a los brazos de un político que reivindica la dictadura militar, defiende la tortura como método legítimo, y que además se presenta en sociedad –sin vacilar–, como un sujeto racista, misógino y homofóbico. El electo presidente promete caricias para los mercados y mano dura para los narcos, los criminales y los corruptos.

El electo presidente promete caricias para los mercados y mano dura para los narcos, los criminales y los corruptos

Para dar más señales de firmeza, prometió formar su gabinete con varios militares y pidió tipificar como terrorismo las protestas de sindicatos de trabajadores agrarios sin tierra, si se producen en terrenos privados.

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El ultranacionalista y liberal Jair Bolsonaro es el nuevo presidente de Brasil. Le guste a quien le guste y le pese a quien le pese. Lo cierto es que el excapitán del ejército que promete salvar a Brasil, venció en las urnas –en segunda vuelta– al petista Fernando Haddad, con el 55% de los votos. América del Sur mira con plena incertidumbre a este hombre que se sentará en el sillón presidencial el 1 de enero de 2019 y comenzará a comandar los destinos del país tropical más poblado de América Latina. Sus propuestas poco explican sobre cómo le mejorará la calidad de vida a la gente. Su posicionamiento lo obtuvo por expresar frases aberrantes que parecían superadas en todo el mundo. Durante la campaña desparramó por Brasil un amplio catálogo de bravuconadas denigrantes. Una frase que salió de la boca de Bolsonaro y que aún no deja de retumbar en los oídos de quien escribe esta nota, es: “las minorías deben arrodillarse ante las mayorías”. Si cumple con lo que dijo antes y durante la campaña, la perspectiva es sombría, no sólo para Brasil sino también para la región. El resurgimiento rabioso de nacionalismos pareciera ir creciendo en las campañas electorales y lo que es peor, está logrando efectividad. La vacuna contra los nacionalismos fundamentalistas que significó la Segunda Guerra Mundial, hizo suponer que se había curado esta epidemia de odio, pero la realidad pone en relieve que el monstruo estaba dormido pero no muerto. Este fenómeno social que parecía una pesadilla lejana, ya puso sus pies en América, en general, y en Sudamérica, en particular.

Durante la campaña desparramó por Brasil un amplio catálogo de bravuconadas denigrantes

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el Brexit, lo cerca que estuvo Marine Le Pen de llegar al gobierno en Francia y los partidos nacionalistas que gobiernan en Hungría y, Polonia, sumado a las  alianzas que integran a los nacionalistas fundamentalistas en Holanda o Bulgaria, ponen de manifiesto que se trata de un fenómeno intercontinental. Actualmente, el asesor estrella de Trump, Steve Bannon, se encuentra en Europa organizando el populismo europeo y durante la campaña electoral en Brasil, apoyó públicamente a Jair Bolsonaro. Todo esto pareciera ser combustible extra de odio global, para potenciar la xenofobia, el racismo, la homofobia y rechazo por toda minoría. La estrategia de seducción electoral en auge, apunta a sacar rédito del desencanto colectivo. Se basa en la construcción puntillosa de una crítica dura contra lo tradicional, que promete una supuesta protección a ultranza de valores nacionales que generan rápida identificación. Estas estrategias, son planeadas milimétricamente en laboratorios de ideas, y buscan agudizar conflictos existentes y potenciar miedos, prometiendo profundas metamorfosis mediante rupturas categóricas con el sistema imperante.

El asesor estrella de Trump, Steve Bannon, se encuentra en Europa organizando el populismo europeo y durante la campaña electoral en Brasil, apoyó públicamente a Bolsonaro

Prometen también, la implementación de recetas políticas y económicas simplistas, afirmando con énfasis y sumo optimismo, que traerán brisas de bienestar para todos. Utilizan discursos que trabajan sobre las expectativas de la gente y –vale decirlo– logran rápida adhesión entre quienes necesitan creer en seres todopoderosos que los rescatarán del “caos” actual en el que viven. Andando el tiempo, ante la distancia obscena entre el mundo prometido y la realidad, el desencanto colectivo se va apoderando de las calles, pero para entonces, el costo de oportunidad ya habrá pasado su factura.

Lo cierto es que los “antisistema” están de moda, en parte por la incapacidad de la política tradicional para dar soluciones a las demandas del siglo 21; y en parte, porque el equipo de Bolsonaro supo interpretar mejor el sentir del pueblo. No obstante, es menester señalar, que cuando la política se convierte en show, los perfiles moderados, la racionalidad y las propuestas de reformas graduales, aburren a muchos más de los que enamoran. También es cierto que la alegría eufórica de hoy, puede convertirse en los llantos de mañana.

Los “antisistema” están de moda, en parte por la incapacidad de la política tradicional para dar soluciones a las demandas del siglo 21

Las “olas y contraolas”, a las que les dio cobertura teórica el politólogo estadounidense Samuel Huntington parecen haber llegado a las costas de Brasil. Quedó claro que los vientos no siempre soplan igual. Las tendencias ideológicas y los discursos tienen fecha de vencimiento; se agotan, porque también las demandas sociales cambian. Las olas son seguidas por contraolas que no sabemos a qué playa nos llevarán, pero sin duda nos empujarán hacia algún lugar.

Aunque me duela reconocerlo, Bolsonaro al igual que Trump,  supieron detectar el interés, las necesidades y el egoísmo de los seres humanos –este último aspecto lo aborda de modo excepcional Thomas Hobbes en su obra El Leviathan, y el realismo político lo define como pesimismo antropológico–. Hay que rendirse ante la evidencia; es un deber de los cientistas sociales. Nadie puede objetar que las estrategias electorales usadas por Trump y Bolsonaro fueron efectivas. Veremos si la eficiencia social de sus gobiernos corre la misma suerte. Un dato para nada desdeñable es la inestabilidad de la opinión pública en Brasil. Luis Ignacio “Lula” Da Silva se retiró del sillón presidencial con el 80% de aprobación de gestión. Los diarios del mundo lo idolatraban. En enero del año 2017, el 65% de los brasileños decía que nunca votaría por Lula. A finales del mismo año, Lula aparecía con una intención de voto interesante que crecía sin pausa con el pasar de los días. Según Datafolha, el expresidente era el candidato con más intención de voto previo a las elecciones, pero fue condenado por corrupción y esto le impidió participar de la contienda electoral. Su delfín, Fernando Haddad, no pudo absorber su capital político y hoy Brasil giró bruscamente hacia el fundamentalismo retórico que amenaza con convertirse en hechos.

Bolsonaro al igual que Trump, supieron detectar el interés, las necesidades y el egoísmo de los seres humanos

Tras gobernar el PT desde 2002, la que fue la izquierda más fuerte de América Latina se vio superada por algo nuevo que nadie sabe explicar qué es, ni que hará. El resultado electoral es también consecuencia de una serie de agitaciones sociales por los hechos de corrupción que salpicaron al PT. En términos de marketing político, la palabra “cambio” suele ser un concepto que logra seducir a los votantes hartos del statu quo, que sueñan con un futuro mejor. El rechazo a la política y la desconfianza hacia los políticos tradicionales, parece haber generado las condiciones necesarias para que germinaran políticos con discursos retrógrados y nefastos para los derechos humanos, para el respeto de la diversidad y para la integración comunitaria. La reaparición en escena de nacionalismos fundamentalistas, “votados por el pueblo” –lo que le confiere legalidad, además de legitimidad–,  deja estupefactos a los politólogos, sociólogos y analistas internacionales. La promesa de combatir la violencia y la corrupción, con más violencia, surtió efecto.

El conteo de votos es la evidencia empírica de este fenómeno social que llegó a Brasil de la mano de un provocador. Este nacionalismo colérico que promete no respetar a las minorías, hace recordar a Slobodan Milosevic, el líder serbio que durante la década de 1990, tuvo la idea de una Serbia fuerte para consolidar la unificación de la regió de los Balcanes, el rincón del planeta donde se produjo el episodio que desencadenó la Primera Guerra Mundial –cuando un separatista serbio asesinó a Francisco Fernando –archiduque de Austria y heredero del trono–. Este episodio de impacto global aconteció en Sarajevo. Es importante recordar que el sueño de Milosevic de crear una Gran Serbia dejó aproximadamente 200 mil cadáveres, más de dos millones de desplazados, ciudades hechas añicos y un número incalculable de torturas, violaciones y desapariciones.

El conteo de votos es la evidencia empírica de este fenómeno social que llegó a Brasil de la mano de un provocador

Slobodan Milosevic es recordado por los defensores de las minorías y de los derechos humanos como “el carnicero de los Balcanes”, por las sangrientas guerras que tuvieron lugar en el territorio de Yugoslavia en la década de 1990. Su nacionalismo exacerbado, el odio étnico y la intolerancia religiosa, produjeron ríos de sangre y muertes por doquier, sin respetar dioses, derechos humanos, ni grupos minoritarios. La ejecución de este enfoque represivo ocasionó profundo dolor y no logró unir la diversidad étnica por la fuerza, pese al deseo del responsable de estos sucesos. Otro ejemplo mundial de la imposibilidad de mantener fusionadas a varias etnias con el poder de las bayonetas, fue la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que implosionó en 1991. Hoy, casi  30 años después, la idea nacionalista recargada vuelve a tocar las puertas de la política. Primero fue invitada a participar en Estados Unidos y consagró a Trump y ahora catapultó a la presidencia a Bolsonaro en el gigante del Mercosur. La paradoja irrumpe con vehemencia la era del conocimiento. Nadie sabe muy bien qué está sucediendo con las democracias. Es difícil explicar las razones por las cuales consagran proyectos políticos que prometen violencia e intolerancia extrema a lo diverso.

Es difícil explicar las razones por las cuales consagran proyectos políticos que prometen violencia e intolerancia extrema a lo diverso

 

Milosevic concebía como única opción de fusión de las diversas etnias de la entonces Yugoslavia, gobernar con mano muy dura, considerando a los serbios “ciudadanos de primer nivel” y a las demás etnias colectivos de individuos inferiores. El dato es que el 20 de diciembre de 1992 fue reelegido como presidente, en elecciones con sufragio universal directo. Pareciera que los seres humanos nos negáramos a aprender las lecciones de la historia. Volvemos a tropezar con las mismas piedras, o mejor dicho, volvemos a dejarnos seducir por una peligrosa efervescencia nacionalista que tiene respuestas para todos los males pero se rehúsa a comunicar cuáles son esas soluciones magistrales –tal vez, en ese silencio radique el secreto de la fórmula para ganar elecciones–. Los insolentes discursos se quedaron con los votos en Brasil y el riesgo de que lo nocivo se vuelva cool, no es sólo el daño presente, sino que los caminos de retorno se complejizarán.

Ya es tarde para analizar si estuvo bien armada la fórmula del PT. Tal vez en una era caracterizada por los partidos catch all, un candidato a vicepresidente que pudiera captar votos de los sectores moderados hubiera ayudado. O quizás, si el PT hubiera tejido una alianza formal con Ciro Gómez y Marina Silva con antelación, otro sería el sonido de la samba. No obstante, no se puede volver atrás las agujas del reloj. El pueblo ya jugó sus cartas y  la mano dura prevalece vencedora en el país donde se comete la mayor cantidad de homicidios del mundo. La política tradicional cayó ante lo incierto. La promesa de mejor distribución de la riqueza y el pluralismo, abdicaron ante la severidad de un mensaje rabioso de castigo a los corruptos y a las organizaciones criminales.

La inseguridad que se vive en Brasil (posee una tasa de 30 homicidios cada 100 mil habitantes) aunque no encabeza el ranking de tasas de homicidios del continente (Honduras, Guatemala y El Salvador –por nombrar algunos estados del hemisferio–, tienen tasas que la duplican, con más de 60 homicidios cada 100 mil habitantes), fue un factor importante en estas elecciones presidenciales que permitió que una propuesta extremista genere adhesión y también encienda alarmas en distintos espacios del mundo.

En América Latina vive el 9% de la población mundial y se comete el 33% de los homicidios del planeta. De las 50 ciudades más violentas del mundo, 42 son latinoamericanas (17 son brasileñas y 13 mexicanas). El dato es que no fueron los sectores más acomodados de Brasil los únicos que votaron a Bolsonaro. Un universo importante de ciudadanos que viven en las favelas, expresó estar harto de las bajas que producen el narcotráfico, la droga y la delincuencia. El concepto “familia” también tuvo impacto positivo en la inclinación de los votantes hacia la figura de Bolsonaro. El análisis ético de los mensajes de campaña quedará en las consciencias de los hacedores del electo presidente de Brasil. Insisto, fue el triunfo de los discursos espeluznantes. Y, duele decir, que el atentado que sufrió Bolsonaro durante la campaña, también contribuyó a legitimar el uso de la fuerza para combatir la inseguridad y también a democratizar el odio racial, el machismo y la repulsión por la diversidad sexual. Ahora sólo resta esperar que llegue el 1 de enero de 2019 para ver al nuevo presidente en acción.

Bolsonaro supo entrar en el radar de Trump. Complementó su pública empatía por el líder estadounidense, pronunciando una frase que sedujo los oídos de la Casa Blanca: “Menos China y  más Estados Unidos”.

Lo que genera incertidumbre en la Argentina es no saber qué actitud tomará Brasil con respecto al Mercosur

Lo que genera incertidumbre en la Argentina es no saber qué actitud tomará Brasil con respecto al Mercosur, ya que es el principal destino de las exportaciones del país gobernado por Mauricio Macri. La pregunta es: ¿Bolsonaro se inclinará por la bilateralidad o pateará el tablero y tenderá líneas para consolidar la multilateralidad? Su futuro Ministro de Hacienda, Paulo Guedes, fue contundente en una entrevista: “La Argentina no es una prioridad; el Mercosur tampoco es una prioridad”. Definió al bloque del sur como una “prisión cognitiva”, porque impide comerciar unilateralmente con otras regiones. Y enfatizó: “para nosotros, la prioridad es comerciar con todo el mundo”. Si Bolsonaro decide abandonar el Mercado Común y transformar el Mercosur en un Tratado de Libre Comercio, la Argentina tendrá que afrontar un desafío no menor: encarar negociaciones comerciales con Estados que posean estructuras productivas complementarias.

En la región, también hubo movimientos tras conocerse el resultado electoral. El presidente de Bolivia, Evo Morales, fue uno de los primeros en felicitar al nuevo presidente de Brasil. Tal vez lo hizo para cuidar su interés nacional (el gigante sudamericano es el destino de la mayoría de las exportaciones de gas de Bolivia). Mientras tanto, en medio de tanta promesa de balas para erradicar la violencia, recemos para que Bolsonaro no materialice sus expresiones fundamentalistas que buscan oprimir a las minorías, porque si convierte sus discursos en hechos, el peligro es que el fantasma que deambuló por el territorio de la antigua Yugoslavia, reaparezca en Brasil vestido con nuevas sábanas digitales…

(*)Analista internacional, Director y profesor del Diplomado en Gestión de Gobierno de la Universidad de Belgrano; consultor político,  autor del libro Postales del Siglo 21.

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