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masculinidad

El género olvidado

Se naturalizó que hablar de género sea hablar de lo femenino. De las inequidades laborales, económicas y legales que afectan a las mujeres, de la violencia que las tiene como víctimas, de postergaciones inaceptables en el siglo XXI.

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Se naturalizó que hablar de género sea hablar de lo femenino. De las inequidades laborales, económicas y legales que afectan a las mujeres, de la violencia que las tiene como víctimas, de postergaciones inaceptables en el siglo XXI. Del techo de cristal que las limita. Todo cierto y de prioritaria atención, acentuado ahora por una sucesión de episodios dramáticos que dio volumen a voces acalladas, despertó conciencias dormidas, apuró conciencias culposas y alentó mucho oportunismo político, farandulesco o mediático antes indiferente a la cuestión. En temas de género pareciera que los varones solo caben como ejecutantes de violencias y abusos, de injusticias e inequidades, como observadores temerosos o como personas que sintiéndose inadecuadas en su sexo natal se proponen cambiarlo.

Sin embargo, y con el riesgo que supone apartarse del mainstream y de los dogmas del pensamiento “correcto” en boga, cuadra incluir la dimensión masculina y ampliar el muy sesgado campo de los temas de género. “Los hombres también se ven afectados por la cultura y las relaciones, y no hay que asumir que existe un solo tipo de conjunto estandarizado de comportamientos”, recordó Frederic Rabinowitz, profesor de psicología en la Universidad de Redlands (EE.UU.), y uno de los autores de los nuevos lineamientos que la American Psychological Association (APA), entidad que nuclea a los psicólogos estadounidenses, propone a quienes trabajan con todo tipo de minorías (varones y mujeres lo son, en realidad el mundo humano es un complejo de minorías).

La idea tradicional de masculinidad se sostuvo en cuatro p: producir, proveer, proteger y ser potente. Cumplir con estos requisitos significaba ser reconocido por la manada, aunque no liberaba de la obligación de competir y ganar, siempre y en todo. Como los géneros son opuestos complementarios, este modelo masculino tuvo su contrapartida femenina (pasividad, disponibilidad, fertilidad, vocación maternal, acatamiento). Y dado que los opuestos complementarios siempre se necesitan (es una ley natural), los estereotipos de masculinidad y feminidad generados por la cultura, con decisiva influencia de las religiones y ayuda de la educación, las familias y los mensajes sociales, hicieron que unos y otras terminaran siendo contrapartes de un mismo sistema.

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El costo que las mujeres pagaron sometiéndose al mandato que les tocaba, o eligiéndolo voluntariamente, es hoy inocultable. Pero poco se dice del precio pagado por los varones. “Los hombres tienen tasas más altas de suicidio, más enfermedades cardiovasculares y se encuentran más solos cuanto más envejecen”, comentó Rabinowitz al The New York Times. “Estamos tratando de ayudarlos a ampliar su repertorio emocional, no estamos tratando de quitarles las fortalezas que puedan tener”. Le faltó agregar que los varones son mayoritariamente víctimas y victimarios de homicidios, de accidentes viales y de trabajo, de cánceres relacionados con un modo de trabajar, de vincularse y de vivir. En todas las áreas de la vida el poder que no fertiliza intoxica. Los hombres viven, según los países, entre 7 y 9 años menos que las mujeres. En mi libro La masculinidad tóxica me ocupé larga y profundamente de estas cuestiones.

Se trata de seguir siendo opuestos complementarios, no adversarios. Y que esa oposición sea fecundante de mejores relaciones, de mejores maneras de compartir el mundo co-creado y de mejores amores. De estimular la complementariedad respetando la diversidad. Que un varón se proclame feminista no ayuda. La culpa nunca ayuda. Se trata de explorar y recuperar las fuentes más ricas y nutricias de la masculinidad. Esa que los hombres hemos postergado y que los “estudios de género” olvidan empecinadamente. Será un trabajo lento, silencioso y también riesgoso en un momento en el que la comprensible reactividad de muchas mujeres, y el cerrado dogmatismo de otras, ocupa el escenario y contribuye a postergar una sana, necesaria y honesta revisión de las cuestiones de géneros. “Géneros”, porque “género” deja afuera a uno.

 *Periodista y escritor.