COLUMNISTAS

Extraños mundos

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El 11 de noviembre de 1963 se publicó en el diario La Prensa una nota titulada “Un partido de fútbol visto por un lego”. El día anterior, Independiente le había ganado a River dos a uno en Avellaneda y el autor, Ernesto Montenegro, escribía como alguien que había ido por primera vez a la cancha y describía el espectáculo sin entender las reglas del juego ni compartir la pasión de los hinchas en las tribunas. No sé por qué recuerdo ese artículo más de cincuenta años después, tal vez porque yo también vi ese partido y también era entonces un lego en materia de fútbol, aunque volví muy triste a mi casa por la derrota de River.
Ese recuerdo me vino a la memoria a partir de un compromiso laboral de estos días, que consiste en aportar el texto a veinte videos de un minuto sobre Die Soldaten, la ópera de Bernd Alois Zimmermann que se estrenó en el Colón el martes pasado y seguirá hasta el miércoles. Dada mi ignorancia sobre el tema, el título de esta nota bien podría ser “La ópera vista por un lego”, pero aquí no se trata de asistir a una función y comentarla desde una perspectiva ingenua, sino de algo más complicado: dar cuenta, mediante grajeas impresionistas, de una trama en la que se cruzan elementos tan variados como la historia de la música, los debates sobre el sentido de la pieza, la situación institucional del teatro, las alternativas de la producción y las opiniones de los protagonistas.
Es que Die Soldaten es el mayor desafío que enfrenta el Teatro Colón en décadas. Basada en un texto de Jakob Lenz de 1776, compuesta por Bernd Alois Zimmermann y estrenada con grandes polémicas en 1965, es una obra extremadamente difícil para los músicos y los cantantes (que tardaron meses o años en aprender sus partes) pero también para la logística del teatro. Cuatrocientas cincuenta personas participan en el montaje de la pieza, además del elenco artístico. También hay que considerar una escenografía voluminosa y sofisticada, y una orquesta (ampliación de la Estable del Colón) de ciento veinte músicos, que no caben en el foso y es necesario distribuir también en los palcos y detrás de la escena. Hay también una mezcla entre artistas nacionales y extranjeros. Seis cantantes son importados, al igual que el director de orquesta Baldur Brönnimann pero hay doce solistas locales y también es argentino Pablo Maritano, el director de escena.
Aunque la obra es corta y espectacular, Los soldados es para los aficionados otra prueba de su apertura (siempre en duda) hacia el repertorio contemporáneo. Para este lego, la experiencia es fascinante: por un lado, encontrarse con la música de un compositor que se atrevió a desafiar la tradición y la vanguardia y cuyo aislamiento, que terminó en suicidio, se va revirtiendo con los años. Por el otro, la posibilidad de mirar cómo funciona una usina artística que curiosamente es lo más parecido que se puede encontrar en el medio local al cine de Hollywood, con su mezcla de producción a gran escala, excelencia profesional, mezcla de disciplinas, incertidumbre sobre el resultado y una maraña de discusiones estéticas, históricas y pragmáticas que, a diferencia de las películas, se desvanecen en el aire cuando la ópera baja de cartel después de una preparación agotadora y una semana de intensidad fulgurante.