Mientras en diversas partes del mundo el Coronavirus sigue moviéndose a sus anchas, los satélites de la NASA que orbitan alrededor de la Tierra envían a diario imágenes que revelan vínculos entre la pandemia y el ambiente. “Los satélites nos envían datos todo el tiempo y no requieren que nosotros nos expongamos”, introduce Hannah Kerner, una asistente de investigación en College Park, Universidad de Maryland. Kerner es una de los investigadores que recibieron una beca para investigar cómo el medioambiente puede interferir en la expansión del virus.
Entre los ocho nuevos proyectos científicos que recibieron financiación de la División Ciencias Terrestres de la NASA, seis atañen a la pandemia que nos tortura desde comienzos de este año. Y la presentación de cada uno de ellos es más soprendente y enigmática que la anterior.
Expresan en pocas líneas que “el confinamiento impacta en la seguridad alimentaria, la ecología del fuego, el calor de la superficie urbana, las nubes y el calentamiento, la contaminación del aire y las lluvias, y en la calidad del agua y los ecosistemas acuáticos”.
Los dos restantes estudian cómo el polvo y el clima impactan en la expansión del coronavirus.
Comencemos por las dos últimas. Pablo Méndez-Lázaro, profesor de la Universidad de Puerto Rico en San Juan de Puerto Rico está estudiando si el polvo africano estacional que viaja hacia el Caribe entre mayo y agosto puede incidir en la salud y mortalidad asociada con el covid-19. Las partículas de ese polvo transportarían microorganismos asociados a enfermedades infecciosas. “Vemos esto como un Cubo de Rubik: cada pequeño cuadradito de color es una parte diferente del rompecabezas”, dice Méndez-Lázaro para explicar el enfoque epidemiológico, societal, clínico y ambiental de su proyecto. El investigador trabaja con el Departamento de Salud de su país para contactarse con personas que contrajeron enfermedades respiratorias luego de inhalar polvo africano y que, según el equipo, son más vulnerables al coronavirus.
Simultáneamente, en otra parte del globo terráqueo, en Dallas, para ser precisos, Yulia R. Gel, profesora at the University of Texas, y Huikyo Lee, científico del Laboratorio de Propulsión de la NASA en Pasadena, California, quieren responder qué facotres del ambiente provocan una segunda ola de contagios de COVID-19.
Sus primeras flechas apuntan al binomio humedad-temperatura y la presencia de aerosoles (partículas del aire) que, creen, recrudecen la severidad y mortalidad que causa el virus. Para dar basamento científico a esta mirada soprendente, están recogiendo imágenes infrarrojas que persiguen la dinámica del virus mediante los satélites Aqua, Suomi NPP, el Multi-angle Imaging SpectroRadiometer y Modis. Con esos elementos elaboran algoritmos geométricos que cruzan con el análisis de datos topológicos de patrones de edad, género, procedencia de infectados y datos ambientales.
Otra carpeta sorprendente de los flamantes intentos de entender las secuelas del virus global 2020 lo aporta el ítem: vehículos. Christopher Potter, científico de NASA’s Ames Research Center, en Silicon Valley: “En toda el área de la Bahía de San Francisco se ha reducido el número de autos en las calles y eso modificó el modo en que las playas de estacionamiento, las autopistas y las grandes superficies industriales absorben la luz del sol y reflejan calor infrarrojo”.
La luz visible del sol golpea contra las superficies, se absorbe y la vuelve a irradiar como calor, un proceso denominado “flujo térmico”, explica Potter.
Potter se pregunta “si los automóviles ya no están estacionados y concentrados en grandes espacios, eso altera la reflectancia de la superficie y el flujo de calor total?
Inclusive las pequeñas ventanas de un vehículo pueden ser suficiente para reflejar la luz del sol”. Con este enfoque, Potter y equipo quieren determinar cómo el coronavirus deja huellas ambientales en el Area de la Bahía de San Francisco.
En todo el continente americano, la pandemia coincidió con sequías, al margen de la estación del año en que se encuentra cada bloque al norte o al sur de los trópicos. Por eso, Gabriele Villarini, profesor de la Universidad de Iowa, busca un vínculo entre la disminución de precipitaciones en el Oeste de Estados Unidos y la menor polución del aire durante la pandemia. El punto de partida es recordar que la humedad del aire se condensa alrededor de partículas como el polvo, que luego caen a Tierra en forma de lluvia o nieve.
“Que haya menos aerosoles (partículas suspendidas en el aire) durante la pandemia, puede ser responsable de la merma de las precipitaciones, con áreas que recibieron menos del 50% de su nivel habitual.
Y las sequías, sin dudas, favorecieron la aparición de incendios que, con menos personal en Tiera, comenzaron a calibrarse desde el espacio. ¿Cuánto pueden alterar la química atmosférica tantos focos de terrenos en llamas? ¿Aumentan o no la presencia de dióxido de carbono, entre otros elementos contaminantes? Ben Poulter, científico investigador de NASA’s Goddard Space Flight Center ein Greenbelt, Maryland, ganó una beca y dentro de un tiempo dará a conocer sus conclusiones, igual que el resto de sus colegas del cuadro de honor.