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¿A quién le importan los hechos?

En varios medios, la lucha por la rigurosidad informativa es cada vez menos central: el encuadre y la noticiabilidad de algo depende de la atención y viralización, pero también de a qué sector político beneficia o perjudica.

Morena Domínguez, tenía 11 años.
Morena Domínguez, tenía 11 años. | Reperfilar

En el debate público argentino los hechos ordenan cada vez menos: no se comparten, no siempre importan y dependen de la opinión de los actores. Si bien este fenómeno crece a nivel global con las redes sociales, en la Argentina tiene una particularidad: la política institucional y ciertos medios de comunicación son grandes propulsores de este debate postfáctico.

La semana previa a las PASO cerró con el asesinato de Morena Domínguez en Lanús. Una nena de once años que iba a la escuela fue atacada por dos ladrones. El hecho fue lo suficientemente dramático para que los distintos partidos suspendan sus cierres de campaña. Y, sin embargo, apenas unas horas después del episodio el foco ya se había partidizado: desde la intendencia de Lanús aseguraban que los asesinos eran dos menores y se aclaraba que uno de ellos había sido defendido en la vía pública, varios meses atrás, por la diputada nacional de Unión por la Patria Natalia Zaracho (cuando había sido detenido y era golpeado por policías). Un par de horas después, la investigación judicial confirmaba que los asesinos eran otros, eran mayores y ya habían sido detenidos. Se dijo, además, que la versión de la intendencia de Lanús, de Juntos por el Cambio, no constaba en el expediente judicial. Las pocas horas entre una y otra versión dieron tiempo suficiente para que el debate en redes y medios fuera copado por el señalamiento a Zaracho, literalmente, como partícipe necesaria del crimen. Su cercanía con Juan Grabois y su condición de cartonera fomentaron los estigmas. Aun cuando en pocas horas se supo que el menor al que habían implicado no lo estaba, ese día y el siguiente una de las principales tendencias en Twitter Argentina era para acusarla a ella, bajo el estigma de “Gorda”.

Los chicos en las redes
¿Por qué se trollea? Primero, porque es efectivo: genera grandes repercusiones, conmueve y logra amplia difusión

Varios actores propalaron la versión de que Zaracho tenía que ver con el asesinato y fueron exitosos. Algunos de ellos llegaron a más de un millón de personas. En ciertos casos se trató de trolls establecidos en el debate en redes en Argentina, en el espectro de la derecha. Tienen muchos seguidores y logran descalificar y sacar de la escena pública a los rivales políticos. Pero creer que solo fueron esos trolls quienes difundieron esa versión, y quienes la sostuvieron cuando ya había sido desmentida, sería equivocado. Un periodista político de La Nación había dicho lo mismo en Twitter, con un posteo que se viralizó y que aún se compartía. Cuando varios colegas le pidieron que lo borre o lo desmienta, respondió que no tenía de qué retractarse, ya que cuando lo publicó esa era la información. Distintos actores de la política institucional, agrupados en Juntos por el Cambio o en La Libertad Avanza, también acusaron a Zaracho por el asesinato. Tampoco hubo retractación, los tuits se siguieron viralizando. 

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El voto es cosa de inconscientes
 

Cuando el sitio más leído de Argentina difundió por sus redes que los responsables del asesinato eran dos mayores, y ya no el menor al que había defendido Zaracho, la repercusión fue baja: esos posteos casi no fueron compartidos. En un guiño al clickbait, pero con poco cuidado por la información, su cuenta siguió difundiendo que ese menor había sido detenido por el asesinato de Morena. Una forma de omitir los hechos, pero también un éxito: esos posteos siguieron viralizándose.

¿Por qué entonces se trollea? Primero, porque es efectivo: genera grandes repercusiones, conmueve y logra amplia difusión. También porque actúa sobre prejuicios previos y nociones sobre el otro que confirman la superioridad moral del “nosotros”. Son operaciones políticas que arruinan la reputación del rival. Segundo, en Argentina se trollea porque está habilitado y naturalizado por la política institucional y por los medios informativos. La política institucional premia a los notorios en redes y muchas veces usa como guía lo que genera más repercusión ahí. Y se sabe: las prácticas más visibles en las redes son las de los más intensos y radicalizados. Por supuesto, la democracia implica divisiones, disputas, diferencias, pero necesita creer en la legitimidad del adversario. A la vez, en los medios tampoco hay castigos cuando se trollea: varias figuras mediáticas, reconocidas como periodistas, son más visibles por sus opiniones o por la descalificación de ciertos actores políticos que por su trabajo informativo. En varios medios, la lucha por la rigurosidad informativa es cada vez menos central: el encuadre y la noticiabilidad de algo depende de la atención y viralización, pero también de a qué sector político beneficia o perjudica.

Envenenar el debate para sacar a ciertos actores de la cancha parece una estrategia efectiva. Pensarlas como situaciones aisladas es perderse la película: así son la estructura de la política argentina actual y la dinámica de su debate público.

La verdad siempre fue un acuerdo social, inestable y frágil, sobre que ciertas cosas habían pasado. La opinión, el parecer o la convicción tenían momentos donde asumían que había hechos. En este caso las cosas pasaron, existen los registros de video y las declaraciones, pero los hechos no son lo central. Genera más repercusión y tiene más efectividad política acusar a un adversario político y hacerlo corresponsable de un crimen terrible.

Lo que viene hacia el futuro dificulta el optimismo, ya que todo esto se hizo sin necesidad de crear videos falsos o de montar fotos. Bastó con una versión oficial efectista que fue muy productiva políticamente y que, cuando fue desmentida, generó muy pocos incentivos para que alguien se retracte. ¿Cómo será dentro de poco, cuando los deepfakes estén masificados?

(*) Politólogo. Doctor por la Universidad de Buenos Aires y por la Universidad Sorbonne Nouvelle.