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hechizos

El amigo americano

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Nadie la adivinó entre las nubes –pero Ivanka Trump cruzó el orbe en su Cadillac alado y descendió sobre Jujuy en stilettos nude. Forrada en seda hasta el tobillo, Ivanka no conoce lo casual –todo está medido para su despliegue de princesa geopolítica. Su programa de apoyo a mujeres emprendedoras le permite una agenda amplia, como pasar por el norte del país a regalar 400 palos. Es un hada del capitalismo cuya varita mágica es la billetera más caprichosa del mundo; una varita que, en reposo, se vuelve una serpiente encantadora de mercados.

Que Trump envíe a su ADN a tirar guita es el único gesto asociable al idealismo que se lo conoce –que un orden republicano vale más que uno populista, o que la amistad del golf no tiene fronteras.

Uno de estos días Presidente Miau presentará un paquete de medidas que incluyan una misión para Juliana Awada (autismo en la infancia sería ideal). Juliana encarnó la rebeldía secreta de la esposa geisha, rockeando sutil el protocolo: de guillerminas plateadas Gucci a plástico transparente (me estremezco) en el G20. Cristina puede usar Rolex y Vuitton porque es la patrona populista, donde el lujo es un atributo del poder –“el pueblo” usa el Rolex, cual califa. Pero Juliana consideraría una vulgaridad descender al califato. Cual Marcos Peña del fashion, Juliana le habló solo al círculo rojo: la elite que sabe que el verdadero estilo está en los huesos, en usar ropa común y que el cuerpo sea la varita mágica que lo hace brillar. Su hechizo es el espectro de un poder secreto, y no es transferible.