La sensación empezó a percibirse el año pasado. Tras las legislativas del 2013, no pocos actores de la política argentina (empezando por el tan meneado círculo rojo) empezaron a dar tiempo de descuento al kirchnerismo. Algunos, más arrojados y/o desesperados aún, ya lo habían hecho mucho antes, casi horas después de que CFK resultara reelecta con el 54% hace cuatro años.
Lo cierto es que en los últimos meses y semanas, y en especial ante el cierre de listas de anoche y la definición de candidaturas, esa idea de fin de ciclo parece desvanecerse (intento ser diplomático, no como en el título).
Scioli, cómodo líder en las encuestas, consiguió finalmente ser el candidato de Cristina, cuya imagen positiva sigue ascendiendo a niveles más que altos. El gobernador, tal como admitía hasta en privado, dejó que le rodearan la manzana con todo lo ultrarrecontra K habido y por haber que hubiera por ahí. Del vicepresidente para abajo, todo.
De forma esquizofrénica, el sciolismo intenta por estas horas disfrutar de la Koronación, pero también trata de calmar las aguas en aquellos sectores a los que Scioli prometía una etapa superadora de la etapa kirchnerista. Para eso recurre a su experiencia con el (ex) implacable Mariotto para mostrar que podrá domesticar a Zannini & Cía. Y a Ella, claro. No parece pertinente la equivalencia.
La avizorada robustez electoral del Frente para la Victoria también recibe el inestimable aporte opositor.
El declinante desgajamiento del massismo ha sido clave en este proceso. Se debate aún si es causa o efecto del renacer kirchnerista. Lo que no se discute es la dificultad que tiene Massa para revertir la curva descendente. La demora de anoche para anunciar a sus candidatos volvió a sonar más a una canción de problemas que a una melodía pegadiza.
Macri apuesta a polarizar con Scioli y a quedarse con la bandera del cambio. Cree que le favorece lo que interpreta es un “abrazo de oso” K a su principal rival, con el argumento de que la mayor parte de la sociedad argentina demanda algo distinto, no continuidad.
Esa mirada optimista choca con realidades más mundanas, en las que el PRO dio muestras de desatinos varios. Aún en medio de un escrutinio más sólido, la más que probable derrota en Santa Fe –con un prácticamente nulo aporte de Reutemann– expresó los límites de la expansión nacional amarilla. Peor todavía fue el impresentable ida y vuelta con la candidatura a vicegobernador bonaerense. Y tampoco sumó que su líder debiera recurrir una vez más a los servicios carismáticos de Michetti (vapuleada por la mesa chica del macrismo hace apenas dos meses) para sumarla a la fórmula presidencial que ella misma había rechazado antes.
El relato PRO es que estos vaivenes son parte de la nueva política también. Acaso expresen, además, una inexperiencia peligrosa ante la posibilidad de tener que manejar la estructura central de un país con problemas serios.
Cuentan, eso sí, con el beneficio del apoyo que recibirán del círculo rojo, que tratará de olvidar que Macri no los escuchó cuando pidieron unidad opositora. El nuevo leitmotiv del antikirchnerismo salvaje será respaldar a Macri para que la profecía apocalíptica del final K se cumpla. Una señal, apenas, es la tapa de Clarín de ayer sábado. Se verá si alcanza.