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hechos y personajes

¿Icónico o emblemático?

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Soldado heroico. El sargento Cabral se volvió emblemático por ser cantado en una marcha. | cedoc

Los grandes políticos y los ideólogos, que no hablen solo para que los conozcan, pueden ser pesimistas u optimistas. Elegir entre que todo vaya para peor o para mejor es un punto de partida, casi tan fuerte como preguntarse por el Ser o Dios mismo. Por eso, hoy se me ocurre hablar de dos palabras, que dan título a esta nota, porque se repiten en las noticias y los comentarios, no para aclarar demasiado los hechos, sino para vestirlos con los adornos de la reflexión.

Vivimos en el tiempo, y la dirección en que se avance o se retroceda marca nuestras vidas. Desde la infancia, los niños dan vueltas alrededor de la pregunta sobre lo que harán cuando crezcan. Las respuestas varían a medida que la pregunta se repite como un juego sobre el futuro. Los más ambiciosos alcanzan, con frecuencia, respuestas ridículas. Yo decía que iba a ser escritora como Sartre, cuyo nombre conocía solo por los diarios. Me criaban unas tías viejas, que cuando cumplí seis años me regalaron la colección de Grandes Museos Europeos, que todavía puede encontrarse en algún puesto del Parque Rivadavia.

Esos tomazos con excelentes reproducciones completaban el principal estante de la biblioteca, donde también estaban la historia de Belgrano y la de San Martin de Bartolomé Mitre, libros prolijamente editados, pero no lujosos, entre cuyas páginas podían verse los mapas donde habían transcurrido las batallas de la independencia. Más divertido, a no dudarlo, era el Fausto criollo, ilustrado por Molina Campos, cuya obra conocí en los almanaques que las usaban como ilustración y tenían gran éxito en los almacenes de ramos generales de los pueblos de provincia.

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La historia permite enterarnos del pasado, pero impide olvidar su diferencia con el presente

Con todo lo dicho, estos primeros años de mi vida pueden ser llamados un camino inevitable. ¿Qué hubiera sido yo sin esa tía que, imitando el estilo de Paulina Singerman, recitaba Amado Nervo y Olegario Andrade? ¿Qué hubiera sido, sin esa bella señorita, emigrada de Polonia huyendo de los nazis, nuestra profesora de francés, que nos hacía escuchar a Rimbaud y Baudelaire?  ¿Para qué lado habría rumbeado en política si mi padre no me hubiera llevado, de noche, a romper los afiches peronistas que aborrecía y, diez años después, yo trabajaba para entender e incorporar a nuestra gran tradición social? Todos me daban clase.

Este pasado me explica a mí y a muchos otros como yo, nacidos a mediados del siglo XX. Un tío, que no confiaba en exceso en mis capacidades, cuando yo preguntaba si había que ser peronista o gorila, me contestaba “ni lo uno, ni lo otro”. Como yo tenía una única concepción de la identidad, me quedaba sin entender. Admitamos que era complicado, en un país partido en dos, aunque nadie usaba la palabra grieta, reservada para las paredes y los caminos de serranía. Pero ese fue mi pasado, tan inevitable como las batallas ideológicas que presencié, porque no todo es nuevo en este mundo. A partir de 1952, cuando Perón se fortaleció más allá de lo que se había creído posible, en muchas casas las familias no pudieron compartir en paz los almuerzos dominicales.

Después los nietos de esas familias no solo conocieron sino que desencadenaron enfrentamientos más sangrientos. Fin del intermedio para el recuerdo que es cansador. Tanto como trabajar.

El valor ausente

Lavorare stanca. Lo escribió Cesare Pavese. Me atrevo a modificar la cita, porque también recordar cansa. Cansa una realidad con sus rasgos inevitables, que no podemos explicar del todo porque no fueron ni calculados, ni previstos, ni anticipados. En el rubro de lo emblemático o lo icónico, usamos esos sustantivos cuando no se puede calificar la novedad o la originalidad de los sucesos, o cuando lo percibido es tan diferente que mejor no pensarlo. Es imprevisible para quienes no estamos cerca de lo que sucede,  y designarlo como ícono o emblema nos tranquiliza, asegurándonos que puede reconocerse en historias pasadas. Falso. La historia nos permite enterarnos del pasado, pero nos impide olvidar su diferencia con el presente.

Los que conocen el pasado saben que esas diferencias son fundamentales para no vivir hundidos  en la pesadilla de la repetición. Los grandes políticos de todas partes y de todos los tiempos son baqueanos del porvenir porque, si su disposición ideológica es conservadora quieren trabajar para que algo o todo el pasado continúe intacto. Y si apuestan por los cambios, se ven obligados a acertar o equivocarse respecto del futuro que esperan o por el que trabajan. Para decirlo de manera sencilla: son futuristas o pasatistas. El futurismo y el pasatismo difieren tanto como el pesimismo y el optimismo, aunque el futurismo pueda ser distópico y el pasado sea recordado como utópico. De ambos lados se instala el debate sobre si el pasado fue mejor o peor que el presente.

No solo rock o chamamé

Se escribe sobre el retroceso histórico del peronismo en las provincias. ¿Qué nos está indicando? Si se confirmara marcaría el comienzo de una época, que muchos esperaron y otros, muchos más, temieron. Se habla sobre el poder emblemático de un caudillo, y con el adjetivo se busca designar su poder como algo excepcional que marcará la historia y que, al mismo tiempo, remite al pasado o pretende convertirse en un hecho extremadamente significativo que se convertirá en representación colectiva, ya que un emblema, por su carácter, no podrá ser olvidado y, por tanto, se volverá histórico. La cantidad de hechos y personajes que, en algunas décadas solo podrán figurar en alguna nota erudita al pie de página, hoy reciben el bautismo fugaz de emblemático. Es un consuelo y un apoyo para quienes pasarán al anonimato. Dirigida por un jefe o jefa emblemática tengo una platea reservada para los espectáculos futuros.

Icónico completa lo emblemático, ya que subraya su fuerza y su poder para quedar en el recuerdo. Lo icónico puede hacernos el favor de salvarnos del olvido. El talento de los grandes escritores y de algunos historiadores imantados por la literatura ha sido convertir episodios que pueden ser crueles, pero conocidos y banales, en emblemas capaces de evocar la esencia de una época. Quien haya leído el episodio sobre el tormento físico y espiritual de Severa Villafañe por Facundo, estarán de acuerdo que pocas páginas más convincentes de su mensaje existen en la literatura argentina. La muchacha que se niega a Facundo es inmortal, no tanto por su honorable conducta sino por el episodio que recuerda Sarmiento. Y esas páginas merecen nuevos lectores. Es hora de hacer propaganda a los mejores prosistas.

En otro registro muy difundido, el sargento Cabral es emblemático. Se convirtió en una imagen trillada precisamente porque lo pusieron en el lugar del icónico soldado valeroso, para quien la patria está antes que su vida. Un amigo me persuade para que lo acompañe a comprar un regalo, destinado a una prima difícil de conformar con cualquier cosa. Le propongo que busquemos algo en una librería de viejo, donde su presupuesto le alcanzará para satisfacer las pretensiones de su pariente. Abundan allí los libros encuadernados, con tapa dura, que parecen salidos de una biblioteca elegante donde se los consultaba quizá poco, pero que vestían los estantes. Los libros valen como valga su historia de uso. Cabral, el soldado heroico, entró en ese concurso de valores no solo por su patriotismo sino por la suerte de ser cantado en una marcha. Icono musical de cuarteles y escuelas, llegó a esa celebridad que, precisamente, es indispensable al ícono.