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ELECCIONES 2023

La imparable carrera presidencial

Los problemas del país son cada vez más graves, pero hay más de una decena de dirigentes que quieren llegar a la Casa Rosada.

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Horacio Larreta. | Pablo Temes

Más allá de la reserva que nos genera el apuro de la competencia presidencial, lo cierto es que su dinámica resulta imparable e impone dejar de lado el recelo y aplicarse al análisis. Ocurre en un momento de aceleración de la historia por razones locales y mundiales. A la suba de los precios debemos sumar la energía, la revolución en las modalidades de trabajo, la incorporación incesante de tecnología, el estancamiento, la desigualdad y el encono creciente hacia la política, que no resuelve los problemas sociales. Todo esto sucede después de dos años de una pandemia mundial, que aún no ha concluido, y de una guerra de características inéditas y final abierto.

En ese marco complejo e incierto, más de una decena de dirigentes quiere alcanzar la presidencia en 2023. El deseo, como el amor, es ciego; por eso, tal vez, para los postulantes es más importante alcanzar la meta que indagar en el objeto que persiguen. Lo cierto es que, si los problemas del país se siguen agravando, el sitial que los cautiva se parecerá más a una silla eléctrica que a un sillón presidencial. Pero ahora ese no es el asunto; los aspirantes parecen estar en la fase de la diversión, en el sentido que la entendía Pascal: “Los hombres, que no han podido curar la muerte, la miseria, la ignorancia, han caído en la cuenta, para conseguir la felicidad, de no pensar en ello”.

Dejemos ahora la filosofía y concentrémonos en los precandidatos. Consideraremos a siete, aunque son varios más. Casi todos opositores, que han manifestado en público o en privado su intención y, de hecho, arman estructuras para concretarla. Ellos son: Alberto Fernández, Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, Gerardo Morales, Facundo Manes, Javier Milei y Mauricio Macri, quien se muestra ambiguo, pero trabaja para el “segundo tiempo”, según el cronograma futbolístico que fijó en su libro. Para evaluar las chances examinaremos, en primer lugar, el nivel de conocimiento que poseen y luego la imagen pública, la que suele ser un buen predictor de la intención de voto que podrían alcanzar cuando se largue la campaña.

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Según los datos de Poliarquía, de los siete, cuatro son ampliamente conocidos por la sociedad: Fernández, Larreta, Macri y Bullrich. En cambio, el nombre de los radicales está menos difundido: a Manes lo desconoce una cuarta parte del electorado y a Morales un tercio. Milei ocupa una posición intermedia: el 10% de los argentinos no puede opinar sobre él porque no lo registra aún.  Respecto de la imagen, solo tres de ellos poseen saldo favorable: Rodríguez Larreta, Manes y Milei, aunque ninguno logra una aceptación mayoritaria.

Claramente, el mejor posicionado es el jefe de Gobierno, luego se ubica Manes y después el libertario

Fernández, Macri y Bullrich, en cambio, están en dificultades: siendo ampliamente conocidos poseen más imagen negativa que positiva. El de Bullrich es un balance claramente polarizado, como su estilo: el 34% la apoya, mientras el 39% la rechaza. El actual presidente y el ex presidente, afectados por el enorme desgaste de gobernar el país, afrontan una situación aún más difícil, que resiente sus aspiraciones: ambos tienen una imagen negativa en torno al 50%. Resulta distinto el caso de Gerardo Morales, cuyo recuento no es favorable, pero aún le resta darse a conocer entre muchos votantes.

Sin embargo, tan relevante como la imagen es la capacidad de penetración en los distintos segmentos políticos y sociodemográficos. Es lo que determina la competitividad de un candidato. Eso sucedió con Néstor Kirchner al principio de la campaña de 2003: lograba alrededor del 10% de la intención de voto apenas, pero esta se distribuía homogéneamente entre la población. En lenguaje técnico, era un potencial candidato “catch-all” o atrapa todo: obtenía votos de manera relativamente homogénea en los distintos sectores sociales. Esta cualidad es clave para ganar la presidencia.

¿Quiénes son los precandidatos que, según la distribución de sus evaluaciones favorables, podrían alcanzar esa condición? En principio, Larreta, Milei y Bullrich. Para tener una idea: en la cuarta parte del electorado, que se declara absolutamente independiente y suele definir las elecciones, el jefe de Gobierno registra una imagen positiva del 43%, el libertario del 40% y la presidenta de Pro del 32%. Manes y Morales logran una distribución interesante de su imagen en este segmento, pero tropiezan por ahora con el desconocimiento.

En cambio, Fernández y Macri muestran nula capacidad de seducir independientes

Por último, otros aspectos, no cuantitativos, deben ser considerados para alcanzar la presidencia: la capacidad de liderazgo y gestión, la visión estratégica, el apoyo de las estructuras partidarias y los sponsors. Y algo crucial en épocas de desencanto: el carisma personal, expresado en la novedad y la transgresión que el candidato refleje. A la luz de estos factores, podría sostenerse que el proyecto más consolidado es el de Rodríguez Larreta: posee la mejor imagen, buena llegada a los independientes, administra con éxito un territorio y posee una visión estratégica realista: el país no podrá gobernarse sin un amplio consenso que incluya al peronismo.

Sin embargo, Larreta exhibe un flanco problemático: la dificultad para resolver la interna y afianzarse como líder. Los dos competidores de su propio partido –Bullrich y Macri– no solo se empeñan en opacarlo, sino que evalúan la estrategia contraria: creen que pueden borrar del mapa al peronismo, menospreciando su naturaleza histórica, sociológica y política. La interna parece, por momentos, restarle frescura al jefe de Gobierno.

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Dejamos para el final a los nuevos. Ellos son Milei y Manes. El radical construye con sigilo y cae bien en la medida que se lo conoce; irradia novedad, viene de afuera, no está gastado. Pero, por ahora, el fenómeno político es Javier Milei, una figura exótica que, jugando al antisistema con el libreto del populismo de derecha, está cosechando entre los desilusionados con Macri y Cristina, entre los jóvenes desempleados o mal remunerados y entre la multitud que comparte su consigna: los políticos son una casta.

Atención con él: su admirado Bolsonaro avanzó de menos a más en muy poco tiempo. Si bien el retiro de Lula y el atentado que sufrió lo ayudaron, fue la radicalidad de su estilo y el desprecio por el statu quo lo que le permitió encumbrarse. Constituyó el síntoma de una sociedad desilusionada que, si la política no reacciona y las demandas se desatienden, podría replicarse pronto en la Argentina.

*Analista político. Fundador de Poliarquía Consultores.