Ella sonriendo. Ella saludando. Ella sentando posición. Ella cuestionando por dónde pasa el poder. Ella recibiendo aplausos (y luego críticas). Ella mandando. Ella en el centro de la escena. Otra vez. Y bajo las luces del CCK, nada menos.
En medio de la irrefrenable tensión con Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner eligió el momento y el lugar para mostrar para una suerte de demostración de fuerza política pública, en una cumbre parlamentaria con ella de anfitriona estelar. Un déjà vu K.
Más allá de que el encuentro del miércoles 13 de abril estaba agendado desde hacía meses, le resultó oportuno. La vicepresidenta, quien se instaló luego en Santa Cruz para pasar las Pascuas, ya tomó nota de que el Presidente escruta modificaciones en el Gobierno sin siquiera conversar con ella.
A principios de la semana parecía que se entreabría una puerta al diálogo, cortado definitivamente desde el verano, después que Máximo Kirchner se bajó de la presidencia del bloque oficialista en Diputados y que el kirchnerismo votó en contra del acuerdo con el FMI en ambas cámaras, aprobado por amplia mayoría.
La lucecita se encendió con el mensaje de CFK en sus redes y el envío de flores al sanatorio donde nació Francisco, el hijo de Alberto F y Fabiola Yañez. El Presidente se lo agradeció vía Radio 10 y auguró ambiguamente que en algún momento volverían a conversar.
La vicepresidenta esperaba otra devolución, acaso un llamado en privado, que no se produjo. Y la fugacidad del acercamiento se ratificó apenas horas después. Ese mismo lunes florido el ministro de Economía, Martín Guzmán, fue impulsado por el Presidente a que por la noche dijera en un reportaje amable por C5N que “gestionaremos con gente que esté alineada con el programa económico”.
Guzmán salió así a contrarrestar los dardos del kirchnerismo (“me pegan más que los opositores”, se queja en privado) por el acuerdo con el FMI y el desboque inflacionario. Y planteó dos mensajes. Uno, que sigue en el cargo, pese a la demanda K de que sea eyectado. Dos, que son otros y otras los que no seguirán.
El fuego amigo de Martín Guzmán está en su propia casa. El área de Energía se opone desde hace tiempo a una rebaja de los multimillonarios subsidios estatales si se trasladan a las tarifas. De hecho, ya el año pasado el ministro dio por renunciado a un subalterno, Federico Basualdo, líder de esa resistencia y asesor informal de CFK en temas energéticos. Sigue en su cargo.
Se ve que Basualdo no vio la entrevista a Guzmán. Tras esos dichos aleccionadores, el subsecretario más poderoso de la historia universal envió a su jefe directo, el secretario de Energía Darío Martínez, un informe muy duro sobre la política oficial que acompañaba el llamado a las audiencias públicas obligatorias antes de aumentar la electricidad y el gas.
“El mecanismo de ajuste propuesto resulta contradictorio con los objetivos de crecimiento económico planteados en el acuerdo (con el FMI) y ejercerá una considerable presión sobre el resto de los precios de la economía”, señaló Basualdo. A Guzmán le cayó pésimo el enésimo desplante del subsecretario y espera que esta vez sí el Presidente no lo desautorice y le permita despedirlo.
La remoción de funcionarios energéticos, no solo de Basualdo, es uno de los objetivos de Guzmán de cara a su supervivencia, con el quimérico objetivo de reducir el déficit fiscal (en este caso, vía la baja de subsidios) sin afectar la actividad económica ni alimentar la inflación.
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Cristina cree que eso multiplicará la crisis, el aumento de los precios, la caída del consumo y la baja en la producción. Sus allegados sostienen que antes que la elección 2023 le preocupa más el escenario social de los próximos meses.
De allí que la táctica de Cristina pase por despegarse de posibles medidas antipáticas. Eso podría explicarse desde su inquietud de estadista, como dicen sus adláteres. O también como una estrategia de supervivencia electoral, para ponerle un poco de tónica a tanta dulzura. Sobre todo cuando la Justicia prevé darle malas noticias, como se ve en el Consejo de la Magistratura.
La vicepresidenta tiene destino electoral el año próximo. Difícil hoy que vaya por la reelección al cargo junto a Alberto F en las PASO que él mismo proclamó tras la derrota en las legislativas.
El cristinismo se ilusiona con una candidatura presidencial, claro. Tanto que algún amanuense dice tener ya borradores de afiches. Y no descartan que vaya como senadora por la provincia de Buenos Aires, como en 2017. Como un enigma, se le adjudica a CFK un encomillado: “Yo tengo una salida”. La pregunta es si esa opción se aplica a lo electoral, al Gobierno o a ambos.