En una época de profundas divisiones ideológicas, que atraviesan a la sociedad y sus élites, las elecciones adquieren particular importancia. A diferencia de los tiempos de consenso relativo, cuando los cambios de las políticas públicas eran atenuados, hoy la agenda puede mutar abruptamente según qué partido gane los comicios. Lo muestra la transición entre Trump y Biden.
Este fenómeno es más probable en las elecciones presidenciales que en las legislativas, pero estas también tienen relevancia: controlar las cámaras es una forma de imponer la voluntad eludiendo la negociación, recurso cada vez menos apreciado por los partidos. Poseer el ejecutivo y dominar el legislativo es una condición crucial para gobernar sin consenso con la oposición.
En la Argentina, esta supremacía no quedó resuelta en 2019. La oposición triunfó en la elección presidencial por siete puntos, lo que no es desechable, aunque contrastó con la ampliaabultada ventaja obtenida en las PASO, que Macri logró recortar. Esto tuvo consecuencias en el plano legislativo: el FdT confirmó su dominio en el Senado, pero en Diputados no alcanzó la mayoría y requiere el apoyo de terceras fuerzas para aprobar leyes clave.
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Quizá en la Argentina no exista una división cultural tan profunda como en Estados Unidos. Sin embargo, dos bloques políticos y sociológicos esperan las legislativas de 2021 como un punto de inflexión: será la consolidación del cristinismo o el inicio de su ocaso. Impulsará los sueños hegemónicos de Máximo y su mamá, o rehabilitará a Juntos por el Cambio como alternativa.
Pero no solo eso. Estarán en juego dos visiones contrastantes sobre el patrón de desarrollo. De un lado la creencia en el Estado, como regulador e impulsor de la economía; del otro, la convicción de que la actividad privada debe ser liberada de restricciones para atraer negocios e inversiones. En el plano simbólico, también se dirimirá un clásico: si el relato debe organizarse en torno al pueblo o a la república.
Nada menos que esto se decidirá en 2021. Si gana el Frente de Todos, prevalecerá el estatismo de base popular. Si triunfa la oposición, la economía privada y el ideal republicano recuperarán chances. En un caso, las clases más vulnerables renovarán contrato con el peronismo. En el otro, las clases medias y altas sentirán que se afloja el yugo.
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¿Cómo se ganan las elecciones en este contexto? ¿Qué factores las definirán? Según la teoría del voto las razones económicas suelen imponerse a la hora de optar. Esta explicación clásica se basa en el juicio retrospectivo del votante sobre sus condiciones materiales: si le fue bien reelegirá al partido que gobierna, pero si le fue mal preferirá a la oposición.
Aunque ese argumento no es absoluto, las encuestas son inequívocas respecto de la importancia de la economía. En la Argentina encabeza el ranking de preocupaciones públicas desde hace décadas, expresada por menciones a los bajos salarios, la inflación y el temor a perder el trabajo. El último sondeo nacional de Poliarquia es concluyente: la suma de esos problemas alcanza el 56%, un valor muy superior al de otros tópicos.
A este factor, muy observado, hay que agregar otro, tremendo y desconocido: la pandemia. Cómo afectará el voto es una cuestión aún no dilucidada, aunque la evidencia mundial muestra algo obvio, que explica la desesperación de los gobiernos por las vacunas: la población tiende a apoyarlos si percibe que controlan el problema y los reprueba si estima lo contrario. Por otro lado, una de las hipótesis más consideradas sobre la caída de Trump es el virus antes que su desprecio por la democracia.
Cómo interactúan la pandemia y la economía en la mente del votante tampoco está claro. El Covid, además de inédito, es un fenómeno complejo y multidimensional: afecta los ingresos, amenaza la salud, genera desasosiego y condiciona la vida cotidiana. Si bien los datos de Poliarquia lo ubican como la segunda preocupación después de la economía, con muchas menos menciones, un tercio del electorado cree que es la razón que explica las dificultades del país.
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Con estos elementos, se propone considerar dos dimensiones clásicas, presentes en la decisión del elector: los valores y las percepciones. Los valores son perdurables e incumben particularmente a los votantes politizados, que suman alrededor del 40%. Las percepciones son coyunturales y suelen resultar decisivas para el resto. Como se anticipó, es probable que los valores en disputa se estructuren en torno a los pares “pueblo/estado” y “república/actividad privada”. Por su parte, las percepciones deberían centrarse en la evaluación de la economía y el manejo de la pandemia.
Así, es plausible que el combo de razones de voto al oficialismo incluya la preferencia por el pueblo y el estado, más la percepción de que la economía se recupera y el Gobierno controla el virus. Al contrario, el opositor privilegiará la república y el capitalismo privado y considerará que la economía funciona mal y el Gobierno no domina la pandemia. En ambos grupos también será decisivo el rechazo a Macri y a Cristina. Ambos suman más del 50% de detractores.
¿Esto explica el voto? No. Sería una ingenuidad, en la que a veces cae el análisis político, dejar todo librado a la subjetividad del elector. Hay factores estructurales e históricos que condicionan su conducta.
Considérense los siguientes: los gobiernos poseen recursos que facilitan ganar las elecciones; la probabilidad de votar al peronismo aumenta cuando los ingresos y la educación son bajos, condición que cumplen amplias franjas de la población; es más factible que el peronismo gane si se presenta unido. Para compensar, el no peronismo ha consolidado un piso de votantes fieles del 40%, que sufragan por valores antes que por dinero.
La combinación de estos factores podría favorecer al oficialismo. Si además de las ventajas estructurales, la economía rebotara y el Gobierno lograra vacunar a la mayoría de la población, estaría en condiciones de ganar. Paradójicamente, podría ayudarlo el incremento de la pobreza, cuyas víctimas quedarán bajo su amparo. Por el contrario, si se descontrolara el virus, hubiera desocupación y estancamiento, y Cristina se volviera insoportable, podría prevalecer la oposición.
Las fuerzas están parejas, aunque el Gobierno tenga un plus. Eso resulta esperable. Lo demás es incertidumbre. Se ha hablado mucho del condicionamiento de la economía por la pandemia. Este año sabremos cómo influye la peste en la política.
*Analista político. Director de Poliarquía Consultores.