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EL ECONOMISTA DE LA SEMANA

Los plazos para un cambio del contexto externo

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Hemos sostenido reiteradamente en esta columna que las virtudes y las inconsistencias de la economía argentina eran sostenibles en la medida en que se mantengan las muy favorables condiciones externas.

En efecto, tanto el crecimiento económico como el récord de recaudación tributaria eran, en gran parte, explicados por la demanda industrial de Brasil y las exportaciones de soja.

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Y que también la apreciación real del peso, generada por la inflación, era tolerable en la medida en que también se apreciaban el real y el euro como consecuencia de una política de dólar débil implementada por los Estados Unidos para intentar reactivar su economía.

La recuperación de la economía norteamericana, posterior a la crisis de 2008/2009, es la más floja de las últimas cinco recuperaciones en los últimos sesenta años.

Si bien se destaca por una rápida recuperación en las ganancias empresarias, no ha tenido hasta ahora un impacto significativo en la generación de empleo, lo que obligó a reducir las expectativas de crecimiento para este año, en la reciente reunión de la Reserva Federal.

Esta situación y la necesidad política de asegurarse la reactivación económica antes de las elecciones de 2012 han llevado a los Estados Unidos a una política monetaria muy agresiva, emitiendo US$ 600 mil millones antes de junio de 2011, con el propósito de bajar las tasas de interés y debilitar el dólar en los mercados mundiales.

Lo que había logrado con evidente éxito, cuando a comienzos de la semana pasada el dólar cotizaba a 0,66 euro y a 1,57 real brasileño.

Precios. Simultáneamente, se lograban récords de precios en varias commodities y en metales como el oro, la plata y el cobre, que son considerados refugios de valor ante la debilidad del dólar.

Pero bastó que en la conferencia de prensa de la Reserva Federal (Fed, por sus isglas en inglés) se planteara la cuestión de cuándo sería el momento en que los Estados Unidos revertirían la actual política de tasas muy bajas, para que se notara la inestabilidad de las tendencias financieras generadas por esta política norteamericana.

Si bien el Presidente de la Fed, Ben Bernanke, fue categórico al afirmar que no tocarían ese tema en los siguientes meses, se filtraron las opiniones de otros miembros de esa entidad, que creen que antes de fin de año habría que revertir la actual política, pasando a otra menos expansiva, para controlar las crecientes, aunque aún débiles, señales de inflación.

Inmediatamente, el dólar subió tres centavos frente al euro, y cinco centavos frente al real, lo que no es mucho, pero demuestra la hipersensibilidad que prevalece en estos mercados.

La razón es que hay enormes masas de dinero arbitrando tasas de interés altas en Europa (y sobre todo en Brasil), tomando deuda en dólares y apostando a la debilidad de esta moneda en los próximos meses.

Expectativas. Ante la mínima señal en contra de esas expectativas, se producen ajustes que tienen fresco en la memoria lo ocurrido en septiembre de 2008, en ocasión de la “huida a la calidad” que fortaleció imprevista y bruscamente a la divisa norteamericana.

El ajuste no se limitó a las monedas; el oro cayó 5% y la soja perdió el 6% en los últimos tres días, y está 10% debajo de los máximos de pocas semanas atrás.

La hipersensibilidad de los mercados ante estos rumores de cambio del contexto externo debe ser tenida muy en cuenta por los responsables de la política económica de nuestro país.

Apreciaciones. Tanto Europa como otros países, y especialmente Brasil, verían con muy buenos ojos que los Estados Unidos modificaran lo antes posible su política monetaria excesivamente laxa y adoptaran medidas para equilibrar seriamente sus desequilibrios fiscales.

Efectivamente, un euro y un real excesivamente apreciados están hoy afectando la competitividad de sus economías y deteriorando la rentabilidad de sus empresas, expuestas a la competencia del comercio internacional.

Además, el muy fuerte ingreso de capitales especulativos, especialmente en Brasil, pero también en Chile y Colombia, generan presiones inflacionarias que obligan a subir las tasas de interés, atrayendo aún más capitales, y agravando así el problema.

Estos países verían con agrado que sus monedas se devaluaran, aún al precio de experimentar una fuerte salida de capitales.

Pero esos países tienen inflaciones por debajo del 6%, no como la Argentina que experimenta un incremento de precios superior al 22% anual y sus autoridades pierden más tiempo en perseguir a los que hablan de inflación, que a contener este flagelo que castiga especialmente a los más pobres.

¿Caída? Si en los próximos meses los precios de los bienes exportables de la Argentina caen, y si nuestros vecinos devalúan sus monedas, nuestra economía enfrentará dilemas muy complicados, que deberán ser resueltos en el contexto de una campaña electoral, lo que no es lo ideal.

Acompañar esas devaluaciones en este contexto inflacionario es peligroso, pero no acompañarlas puede afectar seriamente la competitividad de nuestra industria y provocar una fuerte salida de capitales.

Hasta ahora, lo sucedido es sólo una advertencia, y está muy lejos de amenazar las condiciones favorables que disfrutamos. Pero la bonanza no es infinita, y cuanto antes logremos frenar la inflación, menos costosos serán los ajustes que debemos realizar.