COLUMNISTAS
dicotomias

Microcentro y cartoneo

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Marcos López lo hizo de nuevo. Su retrospectiva Suite bolivariana, en el Espacio Caloi, suma exceso y preguntas incontestadas a las clásicas cuestiones escarbadas por su obra, lúdica y monumental. Participo activamente: López me invita a improvisar unos textos seudoteóricos (toda teoría sucumbe al encanto de su desborde) de pie frente a sus fotos intervenidas con pintura, alambres, promotoras de leche La Serenísima, altarcitos. La merecida retrospectiva es –para él– la escenografía en que ensayar unas escenas de su próxima película: Excesos. Los espectadores reales hacen de espectadores falsos. Los especialistas de arte que inocentemente concurren a la muestra son obligados a responder en voz alta y son filmados para cerrar algún círculo de sal hecho en el piso, como explicación o brujería o performance.
La retórica de López es un espejo eterno para exorcizar –sin resolver– los traumas latinoamericanos. Hoy estuve en el teatro Gran Rex y volví a verificar que nuestro complejo de impureza es fino y es de larga data: fue construido por Prebisch (el arquitecto del Obelisco) siguiendo al racionalismo de Europa. Pero las categorías europeas acá se hacen agua en la boca y son plastilina al hacerse pampas. El racionalismo francés, como el formalismo alemán, son respuestas naturales a varias revoluciones industriales, guerras, preguerras y posguerras. En las periferias son apenas formas bellas que se pueden copiar como mero estilo. Prebisch ensaya un Gran Rex que es racionalista hasta el foyer y totalmente art déco neoyorquino en el interior. ¿Por qué no? Si el destino de las periferias es el híbrido, la conjugación de los opuestos puros.

Gorilas contra pueblo, imperio NBA contra mineros bolivianos, Hockneys y Jeff Walls pintados por encargo sobre empapelados de casas chorizo, estabilidad y alambre de atar: López hace lo mismo y declina –o derriba– las dicotomías falsas.