Acaba de aparecer la tercera edición de un best-seller histórico como es La tradición republicana, donde el historiador y politólogo Natalio Botana señala que “la República ha sido y es un sistema anhelado y asediado”.
—La primera edición de este libro apareció en 1984. Había comenzado a escribirlo cinco años antes –explica Botana– y, obviamente, contiene un gran envío de entusiasmo ya que en octubre de 1983 (un momento inolvidable) volvimos a la democracia.
—Sí. Fueron momentos heroicos y de grandes ilusiones. Quizás hoy esas ilusiones aparecen un tanto maltrechas.
—Las ilusiones, evidentemente, se han golpeado, pero yo creo que un elemento importante de la tradición republicana es que está fundada en ilusiones, está fundada en pasiones pero, también, básicamente está fundada en razones. Y mantener el timón de la razón pública en tiempos tormentosos, a través de ciclos económicos de crisis como los que hemos soportado durante estos treinta años, no es una tarea fácil. ¿Por qué? Pues, como lo señalo en el prólogo de esta última edición de La tradición republicana, ésta es una tradición contradictoria porque, en su seno, hay como una puja entre dos tendencias: una de ellas busca el buen gobierno republicano a través del equilibrio de poderes de un sólido ejercicio del sistema representativo, de un respeto irrestricto a las declaraciones de derechos y garantías que ahora llamamos “derechos humanos”. Todo ello encaminado a ir configurando la figura de un nuevo sujeto histórico que es el ciudadano. Pero también hay otra tendencia, que quizás podemos ver en los primeros orígenes de la tradición republicana en la antigua Roma. También en las repúblicas del Renacimiento. Yo diría que esta tendencia expresa la intención de concentrar poderes de una especie de principado popular en la cabeza del Poder Ejecutivo. A veces nos olvidamos de que la dictadura no es una institución que viene de la monarquía sino que es una institución republicana.
—¿Por qué?
—Por la simple razón de que es una institución basada en la concentración de poderes en épocas de crisis. Ya encontramos este problema en época de la Revolución Francesa y en el turbulento siglo XIX argentino en el cual esta tendencia hegemónica lleva a concentrar poderes. Precisamente este problema es el que enfrentan Alberdi y Sarmiento cuando, luego de la caída de Rosas, estos hombres deben resolver lo que Sarmiento llamaba “el enigma”. Es decir, la manera de instaurar una república en una nueva nación. Y aquí me refiero a una república basada en estos atributos que acabamos de enunciar.
—Justamente yo me preguntaba qué habrían dicho, por ejemplo, Alberdi y Sarmiento frente a las PASO.
Botana se sonríe.
—No sé qué hubieran dicho pero, evidentemente, las PASO son un capítulo más de un argumento muy largo y muy difícil de llevar a cabo. Y ese argumento consiste, justamente, en un verdadero desafío a la tradición republicana: ¿cómo tener un buen sistema representativo? Y esto es así porque en la Historia llega un momento en el que la tradición republicana se divide en dos grandes corrientes. Una dice que el gobierno es obra directa de la ciudadanía. Incluso en este libro hay un capítulo dedicado a Rousseau cuyas ideas señalan la acción directa del pueblo. La otra corriente (que es aquella que hemos hecho nuestra a través de Alberdi y Sarmiento) dice lo contrario: que el gobierno de la república es una corriente indirecta porque, como señala la Constitución Nacional, hay tres poderes a través de los cuales elegimos a nuestros representantes. Ahora bien, para la elección de esos representantes son necesarios ciertos procedimientos, y la Argentina no ha sido muy feliz en el manejo de esos procedimientos. Las PASO fueron inventadas justamente para tratar de resolver el problema representativo, y no lo han logrado. ¿Por qué? Mire, en tiempos de Alberdi y Sarmiento los partidos políticos no representaban un papel importante. En cambio, en el siglo XX (y no dudo que también en el XXI) los partidos políticos aparecen representando un papel importante. Pero lo propio de la circunstancia actual de la Argentina es que los partidos políticos se han desarticulado. Son débiles. Se dividen en facciones… Y las PASO del domingo pasado son como una fotografía de esta dispersión que hoy observamos en los partidos políticos argentinos. Se divide el peronismo. Se recupera vigorosamente el radicalismo pero, sin embargo, tiene una muy escasa presencia en la Ciudad y en la provincia de Buenos Aires.
—Esta poca presencia llama la atención, ¿no le parece?
—Aquí deberíamos hacer un breve preámbulo: el partido político (como tal) es una invención muy reciente en la historia de la tradición republicana.
—¿La invención del partido político se remonta a cuándo?
—Hay tradiciones muy antiguas, pero se podría decir que el origen de lo que hoy llamamos partidos políticos modernos aparece en el siglo XIX. Esto ocurre, sobre todo, en Inglaterra, en Estados Unidos y también, en parte, en algunos países de Europa continental. Pero lo cierto es que en Argentina pujan también dos grandes tendencias en cuanto a la organización y presencia de partidos políticos. Hay una tendencia que nació en el siglo XIX con la Revolución del 90, la actuación del partido radical, que dice que los partidos políticos nacen de la entraña, del seno de la sociedad civil y se van organizando paulatinamente. Recordemos que, por ejemplo, al radicalismo le llevó muchos años (desde 1897 hasta 1916) llegar a la presidencia. Yo creo que ésta es un poco la matriz.
—En alguna de sus columnas periodísticas usted habla de un juego que pone, por un lado, la intencionalidad hegemónica con vocación plebiscitaria y cesarista y, por otro, las reacciones de un electorado que crece, se divide y rechaza ese proyecto.
—Esta es una situación muy peculiar porque frente a esta tendencia histórica que acabamos de describir hay otra, que es muy fuerte, y que está signada por la aparición del peronismo en el año 1946. Nos encontramos allí con un movimiento muy poderoso, con una vocación hegemónica muy fuerte, que se constituye en el vértice del Poder Ejecutivo. Esa fue, entonces, la característica del primer peronismo, y también de cuando regresa al poder a partir de 1983. Sobre todo con el menemismo. Desde luego yo creo que culmina con el experimento que ha protagonizado el matrimonio Kirchner. Fíjese que lo peculiar de la situación argentina es que tenemos, por una parte, esta configuración del sistema de partidos y, por otra, un fenómeno muy interesante: me refiero al hecho de que los gobernantes (de acuerdo con esta manera de entender las cosas) quieren ser hegemónicos. Y lo son durante un tiempo. Luego, en algún momento, la sociedad les dice que no. La sociedad los rechaza. Y yo creo que éste ha sido el momento culminante de las PASO que, supongo, se ratificará (tal vez con ligeras enmiendas) en las elecciones definitivas de octubre. Quieren ser hegemónicos y no pueden. Ahora, claro, esto genera problemas muy serios, porque una cosa es derrotar la hegemonía a través de una acción negativa y otra configurar un sistema de partidos que nos ofrezca un buen horizonte de alternancia en el cual dos o más partidos políticos puedan sucederse pacíficamente en el ejercicio del poder. Esto todavía está por verse.
—Usted ha hablado en sus escritos de algo así como “un crepúsculo” del sistema de partidos en la Argentina que contrasta con el vigente en Uruguay o en Chile.
—Exactamente. Hay otros países cercanos, países hermanos y fronterizos a la Argentina que han logrado (a través de procesos históricos muy complicados) configurar un sistema de partidos. Esto es muy claro. Por ejemplo, en Uruguay hay tres partidos muy bien delimitados: el Frente Amplio que gobierna, el Partido Nacional y el Partido Colorado. Lo mismo podemos decir de Chile, donde compiten dos grandes coaliciones. Una de centro-derecha y otra de centroizquierda. Esa configuración todavía no existe entre nosotros porque el país vive un poco a los sobresaltos. Es prisionero de un momento en el cual soportamos una alta concentración de poder con apetito hegemónico e inclinación autoritaria. Y, por otro lado, el péndulo lleva como a los bandazos una situación en la cual el rey o la reina están desnudos porque el apoyo popular que tuvieron dos años antes se ha disuelto (tal como el agua se pierde en la arena), y en el muy poco tiempo que queda por delante la Argentina tiene que configurar una alternativa. Y esto, evidentemente, plantea desafíos muy grandes. Entre otros, la configuración demográfica de nuestro país.
—¿Por qué no me amplía este punto?
—La Argentina es un gigante territorial, en verdad, muy mal armado. Tiene una cabeza totalmente desproporcionada, que es la provincia de Buenos Aires, y la megalópolis que constituye la Capital Federal más el Conurbano. Por otro lado, tenemos provincias importantes pero que están muy alejadas (en términos demográficos y económicos) de la provincia de Buenos Aires. Entonces, claro, la batalla política siempre se da en ese magno distrito. Y es lo que ha pasado con el peronismo: se ha disminuido precisamente en el corazón electoral de la Argentina. Y, por otro lado, este gobierno ha perdido apoyos significativos y estratégicos en muchas provincias que ellos consideraban verdaderos bastiones.
—¿Usted no cree, doctor Botana, que en realidad el Gobierno no es peronista sino kirchnerista?
—Bueno, yo diría que acá hay dos cosas: el Gobierno es kirchnerista pero no hay que olvidarse de que Néstor y Cristina Kirchner llegan al poder cabalgando sobre ese gran potro, ese gran movimiento histórico que es el peronismo. Me atrevo también a sugerir que lo mismo puede ocurrir con Massa. Lo mismo pasó con Menem y con Duhalde. Hace años yo sugerí (y veo que la idea ha tenido algún éxito) que el peronismo es un movimiento transformista. Se va transformando de acuerdo con las circunstancias, los líderes que va generando y los cambios históricos que se viven en el mundo. No es lo mismo el primer peronismo de Perón que el peronismo de Menem o el peronismo de los Kirchner. Sin embargo, los une un argumento común: una apetencia hegemónica y la idea de que el peronismo es el gran movimiento inclusivo que nos abarca a todos. En el fondo hay allí una semilla muy antipluralista en la cual les cuesta reconocer la existencia del otro, que es una de las claves de la tradición republicana. Esperemos que con estos cambios que hoy, nuevamente, está atravesando al peronismo se comprenda de una vez por todas que la tradición republicana, la clave del siglo XXI, es justamente la tradición republicana con partidos, con pluralismo y con alternancia efectivamente aceptada por unos y por otros.
—Claro, fíjese usted que Massa (que era quizás un fenómeno impensable hace seis meses) también tiene un camino peronista cuando llega al peronismo de la mano de Duhalde.
—No hay ninguna duda. Usted habla de un fenómeno impensable hace seis meses… y le digo: yo era muy chico en 1943, pero tengo algunos recuerdos. Y lo que sí recuerdo es que en aquellos años (’43 y ’44) Perón no era nadie.
—Bueno, era parte del GOU…
—Era un miembro más entre aquellos oficiales que formaban el Gou, pero en 1946 Perón ya era todo. Esto, entonces, muestra un fenómeno muy interesante que es la extraordinaria capacidad que existe dentro del peronismo para transformarse, adecuarse y generar nuevos liderazgos sorpresivos. Algo muy diferente a la trayectoria del radicalismo y del socialismo, que tienen una trayectoria lenta. Generan liderazgos. Hay que ver, por ejemplo, lo que significó el último gran liderazgo del radicalismo: Raúl Alfonsín. Raúl (a quien hemos conocido tanto) inició su vida en el radicalismo desde muy joven y comenzó lentamente a ascender, ocupando diferentes cargos y compitiendo internamente en varias oportunidades frente a Ricardo Balbín para, finalmente, coronar su actuación en aquel inolvidable 1983. En el peronismo todo es mucho más rápido. Como dice un viejo dicho español “de prisa… de prisa…” y es más o menos lo que estamos observando en la actualidad. Por otro lado, está encuadrado en un estilo muy adecuado a ese ascenso vertiginoso. Porque ¿quién es Sergio Massa? Un hombre joven, un hombre que respira vitalidad y, a su vez, “transpira” un ansia de poder muy grande. Y, en su circunscripta tarea, muestra eficiencia.
—La figura de Massa parece interesante.
—Creo que sí, pero a mí siempre me interesan estas figuras en una perspectiva histórica. En fin, ¡cada cual con su oficio! Yo soy historiador, politólogo, y lo que es también muy interesante para observar es el problema general del país. Tiene mucho que ver con las raíces de la tradición republicana en la Argentina. Me refiero también a la configuración federal que tiene la Argentina. Aquí, evidentemente, están pasando cosas muy significativas porque yo tengo la impresión de que, con el peso natural que tiene la provincia de Buenos Aires, el mundo mediático le ha prestado una atención desproporcionada. En fin, se entiende, porque a través de lo ocurrido en la provincia de Buenos Aires se ha terminado de cuestionar (tal vez definitivamente) el liderazgo de Cristina Kirchner. Pero lo que está pasando en el resto del país también es muy interesante porque hay una reacción muy fuerte en las provincias argentinas. Es una reacción de fondo que tiene que ver con el mal uso que se ha hecho, durante estos años, en materia fiscal del federalismo. Este es un debate muy antiguo, en el cual Alberdi y Sarmiento intervinieron con muchísima energía. Y es un debate que hunde sus raíces en el origen del federalismo norteamericano y en los antecedentes que hay en el Río de la Plata a partir de la acción de Artigas en 1813. Entonces ¿qué ha pasado con el federalismo durante estos últimos diez años? Aquí hubo un federalismo político encuadrado por un militarismo fiscal muy severo, muy riguroso y también muy arbitrario. Me refiero al que dispensaba favores a los gobernadores adictos y penalizaba a los que no lo eran. También lo que advierto es que ha habido una reacción muy fuerte que, precisamente, ha podido capitalizar el radicalismo. Hoy el radicalismo es un partido electoralmente débil en la Ciudad de Buenos Aires y también en la provincia de Buenos Aires pero, en cambio, muy fuerte en el interior. El radicalismo está en todas partes y si no gana es, en cambio, el gran partido de oposición. No hay otros. Por supuesto que hay casos paradigmáticos como el de la provincia de Santa Fe donde ha ganado Hermes Binner, pero el Partido Socialista de Binner no está en todas las provincias. Los radicales han mostrado una gran fortaleza en Jujuy, Catamarca y La Rioja pasando por Corrientes, Santa Fe, Mendoza y Córdoba hasta llegar a Santa Cruz, que es un distrito muy poco representativo en términos demográficos pero muy simbólico para mí. Allí el oficialismo pierde y no pierde frente a otro peronismo sino frente al radicalismo. Esto plantea una incógnita muy grande y es saber si el radicalismo va a poder recuperar sus posiciones en Buenos Aires que, para el radicalismo, es tan simbólica como para el peronismo. Recordemos que el radicalismo nació justamente allí. Yrigoyen, en 1897, ya presidía el Comité de la provincia de Buenos Aires cuando comienza su larga aventura hacia el poder que culminará en 1916.
—Le confieso que me sorprendió el bajo resultado de la UCR en Capital Federal.
—A mí también –señala el doctor Botana–. Tenían un excelente candidato, como el doctor Gil Lavedra, y sin embargo tuvo poco apoyo popular. Este es un problema muy interesante porque, en la Capital, lo que reemplaza en términos de liderazgo al radicalismo son dos partidos de distrito. Uno es el PRO, que está intentando avanzar en las provincias y ha logrado un segundo puesto en Santa Fe, en Entre Ríos y un tercer puesto en Córdoba, pero no mucho más. La fuerza del PRO sigue siendo la Capital Federal y frente al PRO lo que ha surgido es una coalición también muy porteña, porque ni Lilita Carrió ni Pino Solanas tienen proyección en el resto del país. Son candidatos eminentemente distritales, candidatos propios de esta ciudad en la que vivimos. Así es que, para finalizar, yo creo que tenemos una serie de rasgos que nos muestran nuestras enormes dificultades para configurar nuevamente en la Argentina un sistema de partidos. Se ha dividido el peronismo, el radicalismo sin duda está viviendo un proceso de renacimiento que me parece importante destacar pero todavía debe avanzar sobre la provincia de Buenos Aires y recuperar la Capital Federal que ha sido, por excelencia, el distrito del radicalismo.
—¿Usted piensa que las PASO añaden algo a un proceso eleccionario o esto ha sido un ensayo?
—Absolutamente un ensayo. Tengo la sensación de que éste es un sistema de primarias un poco pergeñado para beneficiar al oficialismo. Y aquí hay una paradoja: luego de la derrota de 2009, el oficialismo engendra un diálogo político que culmina en el proyecto de las PASO. Cuando, en el año 2011, se llevan a cabo las PASO, en el oficialismo (el FpV) no había elecciones internas. Y cuando se repiten este año 2013, tampoco las hay. O sea que la idea subyacente era demostrar que “nosotros somos un partido poderoso, hegemónico, que marca el paso en el país, y por otro lado está la dispersión de la oposición. No llegan a ningún acuerdo. No se entienden. Entonces, nosotros somos la única oferta para mandar y gobernar en la Argentina”. Y aquí aparece la paradoja de la historia (que también se muestra en la tradición republicana de libertad) y nos enseña algo simple: “¡Nunca sabemos por dónde va a saltar la liebre!” o dicho con un concepto más teórico: “Nunca controlamos las consecuencias de nuestros actos… ¡felizmente!”. Y lo que ha ocurrido con las PASO es que el Gobierno ha fracasado totalmente al creer que el electorado iba a ratificar su hegemonía, y lo sucedido, en cambio, es que se quebró esa hegemonía del FpV y ahora están compitiendo por lo menos dos facciones que originariamente pertenecían al mismo tronco.