La palabra “infancia” viene del latín infantia que significa, según distintas traducciones: “el que no habla” o “quien no sabe hablar”. Algunas personas consideran que otra posible interpretación sería “los sin voz”, sin embargo su sentido no era tan literal: para los antiguos romanos esta palabra refería a personas de poca edad que aún no podían expresarse jurídicamente (hablar era, en realidad, hablar en público o “hacer política”). Y una frase común en el siglo XIX decía que los niños debían “ser vistos, pero no oídos”.
Sea como sea, sí es cierto que durante demasiado tiempo los más pequeños han sido silenciados, relegados, subestimados e incluso maltratados. Afortunadamente, hoy somos muchas las personas que entendemos que niños y niñas son sujetos activos que merecen respeto como cualquier persona. Sujetos con derechos, preferencias, emociones, necesidades, capacidades y deseos; sujetos que merecen ser escuchados y tenidos en cuenta; sujetos competentes en quienes es posible confiar y de quienes es posible aprender. (…)
La crianza es un lugar privilegiado donde se entrelazan lo público y lo privado, lo colectivo y lo individual, el futuro y el presente, la teoría y la práctica, la adultez y la niñez, la dependencia y la independencia. Necesitamos, como sociedad, cuidar a quienes cuidan y comenzar a concebir la crianza como el eje social fundamental que es. Por eso, quienes levantamos la bandera de la crianza respetuosa estamos proponiendo un cambio paradigmático. (…)
La crianza debería ser respetuosa de todos los actores intervinientes, incluidas las personas adultas. Creemos que cada familia es una microcultura con características y necesidades propias, que merece ser respetada en sus decisiones, mientras las mismas se realicen con fundamentos y en un marco de adhesión a los derechos de niños y niñas. (…)
La mayoría de los adultos que hoy estamos mater/paternando hemos sido criados bajo el paradigma adultocéntrico patriarcal. Esto quiere decir que cuando nosotros éramos niños no se tenían tan en cuenta nuestras necesidades, nuestros deseos y opiniones. El discurso adultocéntrico se caracteriza por plantear una relación social asimétrica entre el niño y el adulto a través de una relación de dominación y ostentación de poder. Sin embargo, la relación entre un adulto y un niño siempre es asimétrica porque el adulto (se supone) es una persona con un aparato psíquico desarrollado, maduro y responsable por sus actos, cuya función es brindar cuidado; mientras que el niño es un ser inmaduro, dependiente, cuyo psiquismo está en desarrollo y en vías de constitución, y que no podría sobrevivir sin el auxilio ajeno. Pero no por esto los niños y las niñas son menos sujetos de derechos que las personas adultas.
El discurso adultocéntrico ha tendido durante siglos a vulnerar estos derechos a través de distintas formas de violencia física y simbólica, abusos sexuales y diferentes modos de cosificación de la infancia. Incluso mediante prácticas cotidianas y socialmente naturalizadas se han ejercido –y aún hoy se siguen ejerciendo– violencias invisibles hacia los niños y las niñas.
Maltratos cotidianos que erosionan el vínculo entre los niños y los adultos cuidadores en los tiempos más delicados y decisivos del desarrollo de un ser humano. Si comprendemos que las huellas de estas primeras experiencias marcarán y dejarán un trazo indeleble en los caminos de ese sujeto para el resto de su vida, no es sin consecuencias que los niños y las niñas hayan sido concebidos en términos de objetos a dominar (o salvajes a domesticar) durante siglos en nuestra cultura occidental. (…)
Para contrarrestar este paradigma adultocéntrico, el discurso de la crianza respetuosa no busca equiparar el niño a un adulto ni invertir los roles de cada uno. Esto, incluso, sería perjudicial y atentaría contra el desarrollo emocional de ese niño o niña. La asimetría es inherente a la relación y no se puede borrar.
El paradigma de la crianza respetuosa como discurso social –y no como disciplina ni doctrina, como a veces se tiende a confundir– apunta a una posición ética, social y política. Este discurso, en creciente expansión a nivel mundial, está orientado a concebir al otro como semejante en términos de ser humano que, por ese motivo, merece recibir el mismo respeto. Las funciones y las diferencias en los roles son claras, pero el respeto no cambia si ese otro es un niño, un adolescente, un adulto o un anciano. El respeto entre el niño y el adulto es recíproco aunque la relación sea asimétrica.
La crianza respetuosa, tal como la entendemos, no busca construir una técnica ni un mandato, es simplemente un modo de concebir a los niños y a las niñas como sujetos políticos y sociales, cuyos derechos son superiores al derecho de todos los seres humanos, tal como lo establece la Convención de los Derechos del Niño, que en 2019 celebró su treinta aniversario. Esta posición ante la infancia, basada en evidencias de peso, está orientada a ofrecer contextos facilitadores a través de los buenos tratos, promoviendo la proliferación de factores protectores del desarrollo emocional y la disminución de los factores de riesgo (o interfirientes). En este sentido, criar desde el respeto no busca “obtener resultados”, no tiene un fin utilitarista, sino que apunta a la salud y a la prevención del sufrimiento psíquico de niños y niñas.
Y por este motivo creemos que el discurso de la crianza respetuosa debería formar parte de todas las políticas públicas que apunten a la protección de los más pequeños.
*Autoras de No tan terribles, ed. Planeta (fragmento).