OPINIóN
Efemérides 25 octubre

A 50 años de la Guerra del Yom Kipur, bisagra del conflicto actual en Medio Oriente

Con su llamado a la Jihad internacional, Hamas propugna exacerbar el antisemitismo a nivel global, diseminando el terror más allá de la dimensión “palestino-israelí”. Del peor modo imaginable, le recuerda al Mundo Árabe e Islámico que desatendió la causa palestina. Cronología de una paz que nunca llega.

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Guerra de YOM KIPUR (1973). | shutterstock Twitter @YarielSuarez612

A lo largo de diecinueve días, del 6 al 25 de octubre de 1973, se libró la Guerra del Yom Kipur o de Ramadán. Se la conoce así pues coincidió con ambas fiestas religiosas, y constituye una bisagra en el conflicto árabe-israelí. Esta fue una guerra entre ejércitos nacionales, pero también el gesto de un Egipto que, a la cabeza del Mundo Árabe, buscó resarcir su reputación. Es que en 1967, tras la Guerra de los Seis Días, Israel había derrotado a sus enemigos conquistando el Golán, Jerusalén Este, Cisjordania, Gaza y el Sinaí.

En Jartum, Sudán, los Estados árabes respondieron rechazando la paz, la negociación y el reconocimiento de Israel. La derrota militar de 1967 representó así la del panarabismo. Sumado a este quiebre y a la muerte de Nasser en 1970, en Jordania, el ejército se enfrentó cruentamente con la dirigencia palestina en el exilio. 

Este comienzo de década coincidió con el arribo de Anwar al-Sadat a la presidencia egipcia, que supuso un decisivo viraje de timón para su país, afirmando su acercamiento a Occidente. Aún así, Sadat continuó las escaramuzas contra Israel hasta propiciar el golpe que los árabes anhelaban.

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De la Guerra del Yom Kipur se recuerda el elemento sorpresa del ataque y la inadecuación de una decisión política que desestimó la gravedad de la amenaza. Hay quienes adjudican al ejército israelí una mala evaluación de la situación, y quienes recriminan a la primera ministra Golda Meir no haber tomado la iniciativa a tiempo.

Evaluar los resultados de una guerra en términos de vencedores y vencidos es un ejercicio capcioso. Podría agregarse que también es perverso. En fin, la inicial embestida de los árabes propició un número de bajas que dejó a los israelíes atónitos. Pronto, sus Fuerzas de Defensa se impusieron sobre los ejércitos egipcio, sirio, y las tropas extranjeras a su mando, al punto que la contraofensiva amplió los dominios en el Golán y hasta llegaron a 101 km de El Cairo. 

Pese a la retirada, el Mundo Árabe celebró el golpe a la moral del enemigo: la superioridad militar demostrada en 1967 quedaba en tela de juicio. En otras palabras, los israelíes ya no podrían saberse seguros, ni aún técnicamente resultando vencedores. 

El desprestigio del laborismo en el marco de la guerra favoreció el arribo del primer gobierno de derecha por parte de Menajem Begin, de Likud, en 1977: una novedad en la historia del joven país, fundado y dirigido por partidos socialistas y comunistas. 

De árabe-israelí a palestino-israelí

Con el patrocinio del presidente Jimmy Carter, Begin y Sadat firmaron en septiembre de 1978 los célebres Acuerdos de paz Camp David. El compromiso implicó la devolución de los territorios conquistados por Israel en 1967 y 1973, excepto por una pequeña porción bajo jurisdicción egipcia entre 1948 y 1967: la Franja de Gaza. Para Cisjordania y Gaza se preveía el progresivo establecimiento de un gobierno autónomo.

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Esto competía a Israel, Egipto, y a Jordania, que firmó la paz con su vecino en 1994. Pero si los plazos previstos en 1978 se incumplieron, tampoco se lograron tras los Acuerdos de Oslo en los 90. 

La era de guerras totales había quedado atrás y el conflicto dejó de percibirse como árabe-israelí para asumir una dimensión concretamente palestina-israelí.

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Es así que, enmarcados por las intifadas, los Acuerdos de Oslo cristalizaron dos tendencias generales. Por un lado, Fatah y Hamas se afirmaron como las principales fuerzas palestinas. Fatah se comprometió con una solución de dos Estados y a partir de la diplomacia alcanzó reconocimientos de otros Estados y organismos internacionales. Empero, su dirigencia es vista como corrupta, ineficaz y excesivamente obsecuente en su cooperación con Israel. Al no haber frenado la expansión de los asentamientos, opciones como Hamas y Jihad Islámica ganaron aceptación. 

Mientras Fatah es un partido laico y de centro-izquierda, Hamas se referencia en los Hermanos Musulmanes egipcios y plantea la violencia como medio para establecer un califato en toda Palestina, independientemente de lo suscripto en Oslo. Los separan pues geografía, ideología y método.

La otra tendencia refiere a la intransigencia de la dirigencia israelí por abordar las negociaciones con los palestinos –abandonadas tras el Operativo Margen Protector de 2014– atendiendo al retorno de los refugiados palestinos, la cuestión jerosolimitana y la política de asentamientos. Tanto la derecha laica y la religiosa se rehúsan a ceder Jerusalén Este. 

La falta de propuestas convincentes por parte del progresismo cedió el protagonismo a una mirada militarista renuente a perder profundidad territorial frente a posibles ataques. Esta lectura se articuló con la expectativa de la derecha nacionalista laica de retener territorios en futuras negociaciones a partir de un criterio de proporcionalidad demográfica. Es así que a ambas perspectivas, se sumó la expectativa religiosa de los colonos ultra-ortodoxos de redimir la Tierra Prometida.

Yom Kipur, bisagra del conflicto actual en Medio Oriente

A cincuenta años y un día de la Guerra de Yom Kipur, el pogrom de Hamas contra los kibutzim y moshavim, eminentemente pacifistas, del sur de Israel, ha suscitado alarmas para toda la región, y también por fuera de ella. 

Con su llamado a la Jihad internacional, Hamas propugna exacerbar el antisemitismo a nivel global, diseminando el terror más allá de la dimensión local de lo “palestino-israelí”. Le ha recordado del peor modo al Mundo Árabe e Islámico el haber desatendido la causa palestina, y así, se detuvo la normalización de relaciones entre Israel y Turquía y Arabia Saudita. 

Estos países, sumados a Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos, Omán, están interesados en las armas y sistemas anti-misiles israelíes, y comparten la enemistad con Irán, socio de Hamas, de Hezbolá, de guerrillas en Siria y de los hutíes en Yemen. La osadía del gobierno iraní de bombardear Israel a través de sus proxies en Líbano, e incluso, desde tan lejos como Yemen, en pleno contexto de la visita de Joe Biden y de su secretario de Estado, Anthony Blinken, a la región, preocupa a los nuevos aliados de Israel. 

La dimensión geográfica y demográfica de un conflicto cuyo eje central fue la soberanía sobre territorios disputados vira hoy al desanclaje de lo local, y a la diseminación regional y transnacional de otras tensiones. 

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Hemos pasado del enfrentamiento entre ejércitos nacionales por profundidad estratégica, y de la disuasión que presentan alianzas y tecnología militar, a una guerra de desgaste al nivel de las conciencias. 

En esta arena, Israel no podrá abatir al enemigo con bombardeos ni incursiones. La lucha se libra en un ámbito tan ideológico respecto al conflicto, como relativo a los discursos antisemitas que afloran disfrazados de buenas intenciones en otros países, conminados a volver inteligible una cosa respecto de la otra.

Aunque valientes agrupaciones israelí-palestinas eligen la no violencia, solemos convencernos de que los más cuerdos son los más delirantes. 

Hoy, la obturación del diálogo y el encuentro compromete a población civil, israelí y palestina. Si en la Guerra del Yom Kipur falló la decisión o la inteligencia, aquí la falibilidad de la sofisticación militar se inscribe en una insostenible “gestión del conflicto” que rehúye a su solución política. La estrategia de Hamas de intercambiar prisioneros por rehenes mientras recurre a escudos humanos hace de la contraofensiva un esfuerzo incapaz de avanzar sin vulnerar vidas inocentes. 

La presión doméstica contra el repudiado Netanyahu, y la de Estados Unidos, Egipto, Jordania, y otros, ha pospuesto por ahora el despliegue de tropas en Gaza hasta consensuar un modo de proteger a miles de civiles. 

Mientras tanto, desde regiones remotas del Mar Rojo el fuego tiñe los cielos de un clima inusualmente inquietante. Incluso para una región acostumbrada a guerras civiles que la comunidad internacional soslaya con indolencia.