OPINIóN
OPINIÓN

Américas en dirección

Al principio, la izquierda llegó prometiendo un baile armonioso, con distribución de riqueza y bienestar. Sin embargo, lo que vimos fue un baile desincronizado.

Lula da Silva
Lula Da Silva | Télam

Latinoamérica: Tierra de colores vibrantes, celebraciones efervescentes y sabores incomparables. También es una tierra de promesas políticas incumplidas e ideologías que a menudo parecían más un obstáculo que una solución. Y cuando hablamos de estos episodios, ¿cómo no recordar los gobiernos de izquierda que pintaron la esperanza en las mentes de tantos y, al final, dejaron un sabor amargo en la boca de muchos otros? La historia de América Latina es rica y multifacética, marcada por episodios de colonización, lucha por la independencia, revoluciones, dictaduras y democracias. Durante el siglo XX y principios del XXI, en muchos países de nuestra región presenciamos el surgimiento y consolidación de gobiernos y movimientos de izquierda que prometieron llevar la equidad, la justicia social y el desarrollo. Sin embargo, en muchos casos, lo que se observó fue el surgimiento de regímenes autocráticos, crisis económicas y debilitamiento institucional.

Era como si estuviéramos en un gran baile latino. Al principio, la izquierda llegó prometiendo un baile armonioso, con distribución de riqueza y bienestar. Sin embargo, lo que vimos fue un baile desincronizado. Países como Venezuela y Argentina se enredaron en políticas económicas que ahuyentaban más a los inversores que atraerlos. Venezuela, rica en petróleo, cayó en una crisis sin precedentes. Argentina, por su parte, se convirtió en una experta en endeudamiento. Y al final, ¿quién pagó la cuenta? Obviamente, la gente. Vimos nuestras economías estancadas o retrocediendo debido a políticas de izquierda que priorizaban un control estatal excesivo sobre los sectores productivos. Estas políticas inhibieron la innovación y la inversión privada, resultando en falta de competitividad, escasez, alta inflación y fuga de capitales. La izquierda prometía ser la voz del pueblo, pero en países como Venezuela y Nicaragua, observamos una erosión de la democracia y del Estado de Derecho. Los derechos humanos han sido violados con frecuencia, la libertad de prensa restringida y la oposición política perseguida. Varios países liderados por gobiernos de izquierda no lograron diversificar sus economías. Dependiendo en exceso de las exportaciones de productos básicos, sus economías sufrieron cuando los precios de estos productos cayeron en el mercado global. La falta de visión estratégica resultó en desempleo y recesiones recurrentes.

Daniel Ortega
Daniel Ortega, presidente de la República de Nicaragua

En Brasil, el escándalo de Petrobras, desvelado por la "Operación Lava Jato", y otros casos relacionados con gobiernos de izquierda, mostraron que frecuentemente la corrupción era el "invitado especial" de estos gobiernos. Y no fue solo en Brasil. Desde México hasta Argentina, el espectro de la corrupción acechaba. Es un ejemplo de cómo la corrupción se volvió sistémica en los gobiernos de izquierda que vivían bajo la falsa promesa de equidad, pero que tomaban del erario público el dinero que podría haber mejorado la vida de la población. Este escándalo involucró a líderes de alto nivel y demostró cómo la corrupción fue utilizada como herramienta política, socavando la confianza del público en las instituciones.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

¿Y en Nicaragua, Venezuela y Bolivia? La prometida danza fue reemplazada por un ritmo autoritario que silenció voces, reprimió a opositores y manchó la democracia. La promesa de ser la voz del pueblo, en muchos casos, se convirtió en el silenciador del pueblo. Uno de los casos más impactantes que vivimos hoy en América Latina es el de Nicaragua, y vemos cómo las posturas de líderes que se autodenominan democráticos contradicen los principios de las propias democracias. La actuación silenciosa de Brasil, bajo el liderazgo de Lula, frente a la crisis política y humanitaria en Nicaragua es más que preocupante. Es una mancha en la reputación de un país históricamente comprometido con la democracia y los derechos humanos. La persecución y represión de la prensa, el brutal silenciamiento de la oposición y los informes contundentes de expertos de la ONU son claros indicadores de la naturaleza autocrática de Daniel Ortega.

La omisión de Brasil, una potencia regional, al no unirse al coro de naciones democráticas para condenar estos actos, no solo señala un respaldo tácito a tales prácticas, sino que también daña nuestra imagen y credibilidad en el escenario internacional. La elección de Lula perjudica a toda América Latina y nos devuelve al triste estigma de una república bananera. En un momento en que los defensores de los valores democráticos esperan solidaridad y liderazgo, el silencio de Brasil, mediado por Lula, es ensordecedor. Esta pasividad no solo distancia al país de sus aliados tradicionales, sino que también puede desestabilizar aún más la ya frágil región de América Latina.

Nicolás Maduro
Nicolás Maduro, presidente de la República de Venezuela

Y aquí, una vez más, contemplamos la dicotomía entre lo que podemos ser y lo que somos: la tierra de Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Machado de Assis, de voces que han resonado a lo largo del tiempo. Pero paradójicamente, en muchos rincones de este rico continente, la voz de la libertad ha sido, y en algunos lugares aún lo es, silenciada. Y no podemos hablar de este silencio sin abordar el delicado y controvertido papel de algunos gobiernos de izquierda en la restricción de la libertad de expresión. Cuando pensamos en censura, frecuentemente imaginamos una mordaza visible, un acto explícito. Pero en países como Venezuela y Nicaragua, bajo gobiernos de izquierda, la mordaza regularmente fue invisible pero sofocante. Leyes de medios, supuestamente creadas para democratizar la comunicación, han sido utilizadas para silenciar a opositores, estrangular financieramente a medios independientes y amedrentar a periodistas.

En junio de 2021, la justicia nicaragüense ordenó la detención de 30 periodistas y cinco políticos opositores a Daniel Ortega, el presidente actual. Organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch condenaron las detenciones, lo que llevó a críticas y sanciones por parte de la OEA, de los Estados Unidos de América y de la Unión Europea. En Brasil, actualmente, existe una creciente preocupación por el uso del aparato estatal para reprimir a periodistas y críticos del gobierno. Mientras tanto, democracias gobernadas por gobiernos más de izquierda se convierten en defensores de la censura. La construcción de una narrativa. La idea de que toda crítica al gobierno es un ataque imperialista, una conspiración de la derecha o una manipulación de la élite. De esta manera, deslegitiman cualquier voz disonante, cualquier intento de oposición.

Un ejemplo de esta relativización de derechos es el propio presidente de Brasil. Ahora, amenaza con retirar a nuestro país del Tribunal Penal Internacional (TPI) para defender a Vladimir Putin. En marzo, el TPI ordenó la detención del presidente ruso, Vladimir Putin, y de la comisionada de derechos de los niños del gabinete presidencial ruso, Maria Lvova-Belova, por crímenes de guerra relacionados con la deportación y transferencia ilegal de niños ucranianos a Rusia. En la cumbre del G20 en India, el presidente brasileño Lula afirmó que no arrestaría a Putin si visitara Brasil, desafiando la jurisdicción del TPI. Otro momento que ilustra la firme defensa del gobierno de Lula de abusos es cuando sugiere que el concepto de democracia es relativo al referirse al gobierno de Venezuela. Omite una serie de matices y complejidades que rodean la verdadera esencia de la democracia. La democracia no es solo la realización de elecciones, sino la garantía de derechos fundamentales, libertad de expresión y la posibilidad de una oposición sana y constructiva. Defender la democracia es reconocer su universalidad y no relativizarla, ignorando las desviaciones que afectan la vida de millones.

Argentina, en la mira 

Por todo lo que ha estado ocurriendo y teniendo en cuenta la cercanía de las elecciones en Argentina, toda América está siguiendo de cerca los próximos pasos de la política del país. La línea económica viene a continuación, sin lugar a dudas. Seguramente el nuevo presidente tomará medidas con un impacto en todo el continente. ¿Será una derecha aislada? ¿Qué ocurrirá con los acuerdos comerciales? Patricia Bullrich, quien tiene un pasado como exguerrillera, se encuentra entre los nombres más respaldados. La narrativa utilizada por su campaña expresa apoyo a la libre circulación del dólar estadounidense y promete eliminar las restricciones cambiarias lo más rápido posible para fomentar las inversiones. La exministra también propone simplificar los procedimientos relacionados con la actividad financiera, unificar la tasa de cambio y está a favor de una reforma laboral, además de prometer una reducción de impuestos en el sector agrícola. Bullrich personifica la idea de que la izquierda está desfasada en el mundo actual.

Sin embargo, a pesar de su historial profesional calificado y propuestas aparentemente importantes, no lidera las encuestas. Con todo el caos mencionado aquí, en Argentina y en tantos países vecinos, creo que los argentinos no tolerarán medidas racionales para una situación calamitosa. Buscar lo irracional en estos momentos parece ser la elección de los hermanos. Si es así, Lula tendrá que bailar mucho para liderar la samba. Hace solo unos días, Javier Milei llamó al presidente brasileño "socialista con vocación totalitaria". Argentinos, crean, nosotros los brasileños compartimos esa idea.

América Latina, con su rica mezcla de culturas, voces e historias, merece más. Merece una verdadera libertad de expresión, donde todas las voces, estén de acuerdo o no, puedan ser escuchadas. Merece libertad económica y un impulso hacia el progreso. América Latina, con su alma vibrante, no puede ni debe ser silenciada. Deberíamos estar debatiendo la evolución de nuestro continente y no enfrentando retrasos en todos los frentes. Como diría un buen sambista, en América Latina, la izquierda frecuentemente "desafinó el coro de los contentos". Nos queda aprender de los errores, afinar nuestros pasos y, quién sabe, comenzar una nueva danza, una danza verdaderamente en beneficio del pueblo latinoamericano.

 

 

* Rosangela Moro: Diputada federal de Brasil, esposa del ex ministro de Justicia brasileño, Sergio Moro