El Presidente Alberto Fernández finalmente demostró que tiene el poder de articular dentro de un espacio que tiene cuatro aristas: Gobernadores, Sergio Massa, Cristina Fernández de Kirchner y los propios. La conformación del gabinete demostró que un equilibrio, al menos en el corto plazo, es posible.
Dentro del área económica el poder ha quedado repartido, lejos de tener un ministerio fuerte, nuevamente se han separado funciones y no queda claro si el Ministro de Economía funcionará como un primus inter pares o si estará solo avocado al manejo de finanzas y la hacienda.
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La figura de Martín Guzmán conforma tanto al mercado como al espacio propio del Presidente. Su discurso está a tono con el peronismo, pero al mismo tiempo es consciente del problema que implica la sostenibilidad de la deuda pública. La estrategia del ministro parece ser aplazar el pago de capital e intereses por unos dos o tres años y no realizar quitas. Si este es el caso, para el mercado que descuenta una quita nominal con bonos operando en paridades bajas, podría ser atractiva la propuesta.
El principal problema con este ofrecimiento es cómo convencer a los acreedores de que en los próximos dos o tres años se harán los deberes en forma correcta para que la deuda sea pagable en el 2022 o 2023. La necesidad de ‘prender’ la economía podría chocar con las señales que los acreedores están esperando recibir, justamente más austeridad fiscal.
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Al fin y al cabo, la cuenta que quedará para esos años será abultada y el acceso a los mercados deberá estar garantizado. Esto podría ser un foco de conflicto en una negociación que pretende ser corta y cerrarse antes de que se presente una nueva ley de presupuesto en abril 2020.
No obstante, durante la negociación, Argentina deberá afrontar vencimientos que serán atendidos con emisión monetaria y con el uso de reservas internacionales. El uso de las estas últimas podría ser un aliciente para los acreedores para estirar el plazo de la negociación, otra piedra que podría encontrar Martín Guzmán en su estrategia.
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La necesidad de poner en marcha la economía quizás implique desviarse de la convergencia fiscal por un año, hay que ver si el mercado tolera ese desvío. La clave pasará por cómo evolucione la expectativa de crecimiento de la economía en el corto plazo. Si hay alguna percepción de que se puede crecer y generar divisas, los acreedores estarán dispuestos a aceptar una demora en el pago.
Aquí es donde no queda claro cuál es la estrategia para ‘poner a la Argentina de pie’. Una baja fuerte de la tasa de interés como condición para la reactivación encuentra dos problemas, al menos.
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El primero es que la relación crédito a PBI de Argentina sigue siendo muy baja, por debajo del 10%. Por lo tanto, es un canal que no funcionó para frenar la inflación por su debilidad y, por ello mismo, no podría ser el motor de la economía. En segundo lugar, la baja de tasas no garantiza que la mayor liquidez se traduzca en mayor producción, lo que podría implicar una aceleración en la inflación que se encuentra ya en niveles críticos.
Quizás, de los pilares de la economía de Alberto Fernández, el objetivo de la reducción de la inflación deba ser reperfilado hacia más adelante. El problema es que niveles marginalmente más altos de inflación que los actuales empiezan a tener consecuencias negativas con el objetivo principal: crecer.