El mundo vive una crisis estratégica. La pandemia y la guerra en Europa ponen a muchos países en una encrucijada: cómo abastecerse de acá en más de alimentos y energía. Dos recursos vitales que Argentina tiene en abundancia, y por eso vuelve a estar en el radar de las principales capitales del globo.
¿Qué vamos a hacer al respecto? En términos empresariales, hoy nuestro país se ahoga en un problema de caja cuando tiene activos para lograr ingresos cuantiosos que nos hagan vivir bien por varias generaciones. La pregunta es si vamos a ser propietarios o inquilinos de nuestra riqueza. La respuesta depende de una variable: si negociamos o no desde un lugar de unidad y fortaleza.
Hoy Europa depende estructuralmente de la energía rusa, pero eso no va a volver a ser así. La invasión de Ucrania por parte de Rusia hará que Moscú no sea un proveedor confiable durante años, sino décadas. Además, si el conflicto se extiende, como prevén muchos analistas, la situación alimentaria mundial será dramática. El titular del Banco de Inglaterra, Andrew Bailey, dijo este mes que el mundo se encamina hacia una “hambruna apocalíptica” por el aumento de precios de los alimentos y que él se siente “indefenso” ante la inflación.
Ante esa realidad tenemos dos opciones: seguimos peleando por ver quién paga los costos de las consecuencias no deseadas de esta nueva realidad (la inflación, por ejemplo) o acordamos cómo aprovecharla para dar un salto exponencial de desarrollo que resuelva nuestro bienestar en el siglo XXI.
La variable es si negociamos o no desde un lugar de unidad y fortaleza
La historia muestra que si nos seguimos peleando corremos el riesgo de llevar al país a una crisis que nos obligue a entregar nuestros recursos por mucho menos de lo que valen, al mejor postor. La economía argentina está frágil y la sociedad se muestra cansada luego de diez años de estancamiento estructural, pero sobre todo después de los cuatro que siguieron a la crisis devaluatoria que generó el gobierno anterior en 2018. Y como corolario de ese agotamiento, el impacto la pandemia. Ya lo escribió la canadiense Naomi Klein en su “Doctrina del Shock” hace más de 15 años: las crisis hacen que las sociedades acepten recetas que no aceptarían en circunstancias normales.
Argentina tiene antecedentes de esto. ¿Qué fue el pacto Roca-Runciman sino una entrega desesperada de recursos y soberanía a cambio de paliar la situación que había desatado la crisis del ’30? ¿Qué fueron las privatizaciones de los ’90 sino el resultado de la hiperinflación de 1989 y 1990? ¿Qué son hoy las recetas mágicas de dolarización o disolución del Banco Central que vuelven a circular? En plena crisis de 2001, antes de que se constituyera el gobierno de salvación nacional que construyeron a través de un acuerdo político Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín, nos proponían cosas como entregar parte de la Patagonia para pagar los bonos Samurai que habían adquirido ahorristas japoneses.
Hoy es nuestra obligación como dirigencia acordar algunas cuestiones clave, de manera urgente. Primero, hacer un puente para evitar que la dinámica de problemas escale –y hacerlo a pesar de que ya esté en el horizonte la próxima elección presidencial–.
No acordar un camino de crecimiento entre todas las fuerzas es traicionar a la patria
El puente tiene diferentes carriles: cómo aprovechamos los buenos precios relativos pero desacoplamos los precios internos para que nuestra gente no sufra la suba del valor de los alimentos y la energía a nivel internacional; cómo financiamos rápido las obras de infraestructura que necesitamos para exportar gas (el primer tramo del gasoducto Néstor Kirchner ya está en marcha, faltan otros tramos y eventualmente plantas de licuefacción), cómo invertimos más rápido para producir alimentos con mayor valor agregado que se exporten al mundo (que le demos de comer a la gente, no a los animales).
La visita del presidente Alberto Fernández a Europa a mediados de mayo muestra el camino. Un país como Alemania está buscando fuentes alternativas de abastecimiento energético. ¿Qué significa para Alemania invertir hoy 5.000 o 10.000 millones de dólares para financiar los gasoductos o las plantas de GNL que necesitemos para garantizarle un flujo seguro en unos pocos años?
Acordar este camino entre todas las fuerzas políticas nos va a permitir negociar condiciones desde un lugar de fortaleza. No hacerlo sería traicionar a la patria, someterla al inquilinato de activos de los que Argentina puede y debe ser propietario.
*Presidente del BICE (Banco de Inversión y Comercio Exterior).