El título y la idea de esta columna fueron extraídos de aportes recientes del reconocido economista chileno José Gabriel Palma, doctor en Economía de la Universidad de Oxford y profesor emérito en la de Cambridge. En un paper publicado en 2020, con el título “América Latina en su ‘Momento Gramsciano’. Las limitaciones de una salida tipo ‘nueva socialdemocracia europea’ a este impasse”, plantea una cuestión apremiante: a la vista de los resultados, en América Latina se han agotado tanto el modelo neoliberal como el socialdemócrata de segunda generación o 2.0, mientras las condiciones sociales y económicas se agravan y no surgen nuevas ideas creativas para revertir el drama.
El momento al que se refiere Palma está inspirado por una cita de Antonio Gramsci, insertada como epígrafe de su trabajo. Dice así: “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo se está muriendo y lo nuevo no logra nacer; en este interregno aparecen una gran variedad de síntomas dañinos”. Palma asimila ese lapso a la fatalidad, apelando a una metáfora literaria: “Es como si las brujas de Macbeth nos hubiesen profetizado: vivirán empantanados entre un modelo neoliberal que perdió toda legitimidad y discursos progresistas que no logran generar suficiente credibilidad”.
Podría afirmarse, para aproximarnos al núcleo del problema: entre la falta de legitimidad y credibilidad que suscitan estos modelos se cuelan el insondable descontento, los estallidos sociales y las propuestas descabelladas y falaces de la nueva derecha. Los síntomas dañinos de los que hablaba Gramsci. La conclusión del economista chileno es que el pensamiento económico –agregaría: y también el comportamiento político– ha entrado en una inercia peligrosa, caracterizada por la ausencia de perspectiva e ideas innovadoras. Ironiza Palma que además de enfrentar la pandemia sanitaria debemos encarar otra: la de la falta de imaginación en materia de política económica.
¿Qué es lo que no han conseguido el neoliberalismo y la socialdemocracia 2.0 con su escasa creatividad, según Palma? Fallaron en hacer crecer en Latinoamérica, a diferencia del Asia emergente, el empleo y la productividad de manera consistente y perdurable. Los logros son endebles en la región: cada vez que un país consigue sintetizar crecimiento del empleo con productividad, al poco tiempo regresa al trabajo improductivo. Así, vuelve a prevalecer la profecía de las brujas shakesperianas, junto con la pobreza y la desigualdad. El principal cuestionamiento de este economista heterodoxo es a la socialdemocracia, que subvirtiendo la tradición de posguerra desenganchó, según él, la agenda social de la agenda económica, infiltrada por las ideas neoliberales.
Es dramático concluir que este diagnóstico abarca el fracaso de un amplio abanico de proyectos políticos y programas económicos, de las más diversas extracciones ideológicas: desde Menem y De la Rúa hasta los Kirchner y Macri. Desde Piñera a Bachelet, Lula, Correa y Chávez. Un balance desastroso. El regreso de la recesión económica, la pobreza y la desigualdad en la segunda década del siglo XXI demostró, después del neoliberalismo fallido de los noventa, las limitaciones del populismo de izquierda, que había hecho progresar a las sociedades bajo el impulso de condiciones internacionales extraordinariamente favorables, que luego remitieron.
Poco o nada perduró. Si no, que lo diga Cristina, aferrada al espejo astillado de su gobierno.
Así, llegamos a nuestro “momento gramsciano”. Falló lo anterior y no se atisba lo nuevo. Al cabo de cuarenta años, una constatación nos amarga: con la democracia no se come ni se educa, como lo proclamó, con la épica de los fundadores, Raúl Alfonsín. Eso no sepulta otros logros, pero desnuda la principal deuda: sin desarrollo no se puede crear ciudadanía, que es lo que debemos esperar de una democracia. Con ingresos insuficientes y falta de educación, prevalecerán siempre tres desgracias: la vida reducida a cubrir las necesidades esenciales, el resentimiento y la ausencia de reflexividad. Las materias primas de la nueva derecha.
Por eso, el riesgo del momento gramsciano es que se confunda lo novedoso con una versión irracional y autoritaria de lo viejo, a causa de la desesperación y el enojo. A no confundirse, entonces: si a los libertarios no se les opone pronto una propuesta y un liderazgo consistentes podrían llevárselo todo. A la caída de lo anterior, la política está respondiendo con comportamientos autodestructivos y falta de visión, lo que facilita el ascenso de los anarcocapitalistas. Se les está haciendo cada más fácil probar su atrayente teoría para un pueblo hastiado: ustedes son la casta. Unos inútiles privilegiados que gobiernan mal, se pelean y al fin de mes cobran el suculento sueldo de los altos ejecutivos públicos.
En la ceguera por el poder se observan las insensateces de la principal oposición y del Gobierno: Macri y Bullrich, dos políticos que pueden fidelizar partidarios, pero no capturar independientes, mimetizándose con la nueva derecha, para que no les siga sacando votos; Rodríguez Larreta con una idea lúcida del consenso, aunque opacado por su propio partido, incapaz de mostrar liderazgo y autonomía; los radicales tramitando una interna más prolija, pero soslayando si elegirán alguna vez su primus inter pares; Carrió moralizando sin construir; el peronismo no K a la deriva. Y el oficialismo, embarcado en el enfrentamiento interno más despiadado desde 1983. Todos fragmentados perderemos.
Fiel a Gramsci, en una cruel paradoja del destino, la nueva derecha plantea la disputa en el plano cultural. Quiere imponer una idea tramposa de la libertad, desmentida por la experiencia del propio capitalismo. Cabe descifrar y desenmascarar en dónde reside su atractivo. Arriesgaremos: en denunciar a los presuntos culpables de la injusticia que provocan el estancamiento y la falta de moneda. Precisamente, dos aspiraciones de socialdemócratas y liberales inteligentes, que no han sabido resolver la cuadratura del círculo: conjugar salud macroeconómica, crecimiento perdurable y distribución equitativa.
Tal vez allí resida el desafío, que no consiste solo en un programa económico creativo, sino en construir un amplio consenso y poseer una cuota indispensable de carisma. Decía Max Weber que los líderes políticos modernos son los sucesores de los profetas bíblicos. Acaso a los representantes del liberalismo democrático les esté faltando un Moisés, para atravesar el largo trecho del desierto que aún les resta a los argentinos.
*Analista político. Director de Poliarquía Consultores.